jueves, julio 27, 2017

"Porque te quiero te aporrio"




Cuando el idioma cae en boca de algún adulante mutado en filólogo palurdo, este cree comérsela invirtiendo ex profeso los significados de algunos eventos comunicacionales

El día 23 de abril se celebra la existencia, la difusión y la fortaleza del español. Según el informe más reciente del Instituto Cervantes (2016), ya somos casi 570 millones de hablantes en el mundo (si a los nativos agregamos a quienes, con mayor o menor eficacia,  lo tienen como segundo idioma o lo están aprendiendo). No es poca cosa representar en este momento el ocho por ciento de la población mundial y habernos constituido, además, en la segunda lengua materna del planeta (después del chino mandarín, cuyos usuarios, por cierto, no siempre se entienden entre ellos). El crecimiento progresivo de esa cifra permite a los especialistas calcular que para el año 2050  podría llegar a los 750 millones.

 Ya es un hecho inevitable que es el medio con el que un altísimo número de hispanoamericanos se identifica y comunica. Es hablado y conocido en todos los continentes. En Estados Unidos hay en este momento más de 57 millones de usuarios y en lugares tan distantes como India,  Guinea Ecuatorial, Filipinas, Israel y Australia existen otros importantes contingentes. Más allá de pamplinadas presuntamente "revolucionarias", se trata hoy día del principal instrumento que nos permite estar en contacto con el mundo exterior.

Es verdad que no se habla igual en todas partes, pero también lo es que, debido a sus características de ser un idioma casi fonético ( la distancia entre el modo de pronunciarlo y escribirlo es muy cercana), los niveles de interacción entre habitantes de diferentes espacios son por lo general exitosos. No ocurre lo mismo con otras lenguas como el hindi o el árabe, por mencionar solo dos casos. También hay que recordar que buena parte de las diferencias geográficas se concentra principalmente en el vocabulario, un nivel relativamente fácil de superar mediante la sinonimia o el parafraseo.

Lo dicho no impide que en algunos espacios, tiempos o circunstancias, personas con acceso a los medios de comunicación crean que tienen el derecho de modificar individualmente las acepciones instituidas y acordadas socialmente para algunas palabras o expresiones. Hasta el más ingenuo estudiante de lingüística sabe que no podemos hacerlo de acuerdo con nuestros antojos personales. Toda variación requiere primero de un consenso social que la legitime y le dé cabida dentro de la comunidad.

Se pregunta entonces mi tía Eloína por qué algunos de nuestros hablantes públicos (abogados, maestros, sociólogos u otros profesionales devenidos súbitamente en filólogos improvisados) se creen con la autoridad suficiente para convencernos de que los significados de ciertos términos o frases son aquellos con los que algunos gobernantes los deforman y no los que realmente les corresponden. Por ejemplo, hace poco han intentado convencernos de que la palabra "impasse" podría ser utilizada para justificar la existencia de un golpe de Estado institucional. Lo mismo podríamos argumentar en relación con el vocablo "paz" que, para muchos, pareciera asociarse con "violencia" "fusiles", "milicia", "motorizados agresivos" y "saqueos programados".

Y eso para no decir nada de la nueva interpretación que han querido asignarle  a la palabra "amor" o a la expresión "acto amoroso". Solo en la mente de algún funcionario desquiciado se admitiría que proferir insultos y lanzar furiosamente piedras, huevos, palos y otros objetos a algún gobernante deba entenderse como "muestra de afecto y adhesión" y, además, que a dichos actos de rechazo se les asocie con un "baño de pueblo".  La guinda de esto es que, contradictoriamente, algunos de los manifestantes de tal sentimiento han sido acusados y privados de libertad por comportarse tan amorosamente. De verdad parecen haber dado crédito al popular dicho que solía repetir mi tía Eloína a uno de sus maridos ocasionales. Cada vez que aquel le ofrecía una "coñiza", ella solía salirle al paso:

                —¡Atrevete vos, mirá!, ¡conmigo no vale esa vaina de "porque te quiero te aporrio"!

Aquel despreciable sujeto era un conductor de carrito por puesto, inculto, burdo, tosco y soez con el que alguna vez ella cometió el desacierto de "enconcubinarse". No obstante, desconocía dicho tipejo a quién estaba amenazando. Se burlaba de él mi parienta cada vez que le escuchaba aquellos amagos sin tomarlo mucho en cuenta, hasta que de verdad una vez aquel basto "caballero" intentó poner en práctica su oferta. Fue él quien salió con más moretones que alguien que hubiese consumido anticoagulantes en exceso. Como cualquier fanfarrón de esos que ofrecen golpizas, terminó siendo simultáneamente aporreado y "maleteado", y no precisamente como manifestación de paz y amor.


 Mucho cuidado deben tener entonces quienes creen tener la sartén comunicacional por el mango y presumen que los escuchas son una manada de pánfilos sin criterio. Olvidan que hay en el mundo más de 500 millones de almas que hablan (¡y entienden!) su mismo idioma, muchos de los cuales se habrán carcajeado; primero, al cerciorarse de las incoherencias semánticas y, segundo, al escuchar tantas sandeces juntas y cotejarlas con las imágenes del video referente a tales "expresiones de afecto".  

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