jueves, julio 23, 2015

Cuento venezolano y tiempo femenino



Aunque no es exactamente una historia idéntica, la cronología de la narrativa femenina venezolana guarda alguna relación con el hecho de haber logrado (las mujeres) que el Congreso de la República aprobara, en 1945, el derecho al voto, inicialmente solo en los sufragios municipales. Ese hecho implicó un hito importante en la futura conformación sociopolítica y cultural del país. Tanto fue así que ha sido mucho más que difundida la cuarteta con que el ingenioso poeta (y a la sazón diputado) Andrés Eloy Blanco celebró aquel  hecho. Con la venia de los lectores, me permito  recordarla aquí porque, muy a pesar del vocabulario bromista, resulta ser mucho más profunda de lo que aparenta:
La política se inclina
Sin excepción de persona
De la fuerza masculina
A la fuerza más culona.

Sin dejar de lado el humor, estos versos son indicativos de un cambio de época. Y no es casual que haya incluso algunos aspectos que vinculan esas dos historias: la del derecho al voto femenino y la del ejercicio de la narrativa literaria escrita por mujeres.  Precisamente, una dama cuentista estuvo muy vinculada con los movimientos que lograron aquella victoria acerca del sufragio. Sin olvidar que hubo narradoras activas desde mucho antes, ya para ese año, esa misma escritora había publicado por lo menos un libro de cuentos y una novela [Flora Méndez, 1934; Tierra talada, 1937]. Luego, entre 1946 y 1994,  daría a conocer otros cuatro volúmenes de narraciones cortas [Pelusa y otros cuentos, 1946; Luna nueva, 1970; Las otras antenas, 1975; Haz de cuentos, 1994]. Lo que a su vez implica que (en teoría) debió haber sido suficientemente conocida en el mundo literario venezolano: desde mediados hasta casi el cierre del siglo pasado.



Sin embargo, si volvemos atrás, encontraremos que, entre las compiladas por caballeros, solo una antología alusiva a ese tiempo incluyó un texto suyo (titulado «El hijo»). Me refiero a la del escritor monaguense Julián Padrón, publicada justo ese mismo año 1945 por el Ministerio de Educación Nacional.

Esa ilustre señora, luchadora y cuentista, se llamó Ada Pérez Guevara (1905-1997) y no hay duda de que su obra narrativa exige que la revisitemos sin prejuicios. Con ella se afianzaba la incursión del mundo de las mujeres en el cuento venezolano. Y además habría que volver la vista a otras como Lourdes Morales (1910-1989), Lucila Palacios (seudónimo de Mercedes Carvajal de Arocha, 1902-1994)  y Dinorah Ramos (seudónimo de Elba Arráiz, 1920-1960). Quizás no por casualidad se trata de cinco de las seis mujeres que aparecen representadas en la referida antología de Padrón (Cuentistas modernos, 1945), obra de un visionario también bastante olvidado. La sexta es Graciela Rincón Calcaño (1904-1987). Digamos que, en eso, la de Padrón será la única selección que, para ese tiempo, se deshace del prejuicio creado en torno a la hegemonía masculina del relato breve. Así, el autor de Candelas de Verano (1937, 1971, 2007) superó a otros (anteriores y posteriores) célebres autores preocupados por antologizar el relato nacional del siglo XX, verbigracia, Arturo Uslar Pietri, Guillermo Meneses, Mariano Picón Salas, José Balza. Es decir que, desde esos tempranos cuarenta de la pasada centuria, ya las escritoras andaban echando cuentos, aunque no siempre los compiladores masculinos las hayan tomado en cuenta.


Para entrar de lleno en la narrativa venezolana corta escrita por mujeres, sería muy útil la revisión de los libros Las mujeres toman la palabra. Antología de narradoras venezolanas (de Luz Marina Rivas, 2003) y de El hilo de la voz. Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX. (compilada por Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres, 2003).

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (7 de junio de 2015)
Fuente de la imagen: Google images
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Diccionario de la lengua española y venezolanismos



Leo en un diario de provincia una noticia que me sorprende y que supongo de antemano como una interpretación periodística errada: «La Real Academia Española acepta diez venezolanismos». Alude al recientemente publicado Diccionario de la lengua española (2014). Para no enredarnos, abreviémoslo DILE.  Lo de DRAE tiene confusos visos de posesión unilateral. En realidad, esa obra no es de responsabilidad exclusiva de la Real Academia Española. Desde hace ya varios años, el DILE es producto de una mancomunidad integrada por veintidós academias.  En mayor o menor grado, todas han hecho sus aportes para que el Diccionario se enriquezca.  Este criterio de abreviarlo DILE ha sido refrendado incluso por el nuevo director de la RAE (Darío Villanueva). Y la presencia de  Hispanoamérica  en sus páginas ya es notable, aunque todavía queden pendientes diversos vacíos.

El DILE (2014) aparece con motivo de los trescientos  años de la Real Academia Española. De la noticia referida arriba podría inferirse  que apenas diez nuevas voces venezolanas han sido incorporadas a ese mítico mataburros (vocablo que por cierto ya es un americanismo/venezolanismo con patente académica). Y en realidad es cierto. Los diez términos aludidos ya son parte del DILE, mas no los únicos que se han incorporado a esa edición. Siete de las voces allí mencionadas aparecen por primera vez: chamo, faramallero, leche (buena suerte), pana,  pasapalo, rasca (borrachera), sócate; tres de ellas ya eran parte de la edición anterior: borona, emparamar, mecate.

No obstante, para evitar malentendidos, hay que dejar claro que el DILE contiene, desde hace tiempo, muchos más venezolanismos de diferentes clases. Si bien todavía no suficientes, el inventario ha venido creciendo en la medida en que aparecieron las diferentes ediciones. Las últimas y más ricas han sido las de 1992, 2001 y 2014. Digamos que, de un total aproximado de diecinueve mil americanismos, las voces nuestras  ya sobrepasan las mil quinientas (entre definiciones independientes y acepciones).

Hay múltiples venezolanismos compartidos con otros países americanos. Por ejemplo,  autobanco, cacerolear, camuflajear, carnetizar, cedulación, bojote, chupamedias…  Los hay de uso exclusivamente venezolano: sócate, rasca, pasapalo, arrechera, emparamar(se), abasto(s), tongoneo, autobusete, majunche, amellar, bombero, coñazo, cachito, choreto-a, motorizado-a y muchos más. Otros ya se han anexado al vocabulario general del español: bellista, bolivariano, bomba (surtidor de gasolina), bululú, entre otros.

Y es obvio que existen los que todavía no han sido incorporados, aunque sí forman parte del Diccionario de Americanismos (DA, 2010): busaca, cacho, chalequear, chimbo, choro, cogeculo, cuaima, despelote, enratonar(se), jalabolas, matraquear, hojilla y paro de contar porque no cabrían aquí.

La historia futura del español de Venezuela  determinará si se integran o no algunos que están en plena efervescencia: guarimba, guarimbero, bachaquear, bachaquero, bachaqueo, escuálido, chavismo, chavista, enchufado, lomito (lo mejor, óptimo), toripollo, chiripero, raspacupo… La supervivencia de las palabras depende mucho de que se mantengan las situaciones específicas que las hacen nacer y de que socialmente decidamos que valen la pena. Esperemos que por lo menos no se consagren definitivamente algunas de las mencionadas en este párrafo.

Tampoco es que se trate de la perfecta sincronía y equilibrio entre el vocabulario peninsular y el americano, pero algo se va logrando en la medida en que las distintas academias se hagan sentir. Poco a poco se ha venido ganando un terreno que nos corresponde legítimamente. No es una concesión ni un reconocimiento, pues  América es una fuerza innegable para el fortalecimiento del idioma. El ochenta y cuatro por ciento de los hispanohablantes estamos de este lado del Atlántico, un cercano nueve por ciento en España y los demás dispersos por el resto del mundo.


Y, para concluir, lo curioso de la reciente publicación del Diccionario de la lengua española (DILE) es que (a siete meses de su salida al mercado) hasta hoy no lo hemos visto en nuestras librerías. Según las noticias, ha sido distribuido por el mundo, siendo Venezuela una de las excepciones que para nada nos honra. Cabe preguntarle a la editorial Espasa (empresa del Grupo Planeta, con filial venezolana en plena producción) el motivo por el cual —hasta ahora—nos han privado de tener el nuevo Diccionario entre nosotros.  Más allá de su presencia en la web, el DILE impreso en papel es todavía una necesidad para muchas personas e instituciones. No tenerlo disponible en el país constituiría casi un crimen de lesa lengua.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (31 de mayo de 2015)
Foto: archivo RAE.
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Súper viernes



Mi tía Eloína acaba de pasar por una aventura  cuyas peripecias me ha relatado con detalles. Si bien no es lo más positivo que puede pasarle  a alguien  en una jornada cotidiana para adquirir insumos alimenticios, como que vale la pena dejar aquí su testimonio «arrancado de la vida misma», como se decía antes  de las radionovelas:

— Desde hace tiempo mi Cédula de Identidad termina en el «número» viernes —comenzó.
10 am: Se dispone a ir al súper. Va sola porque hacerlo ya es más tortura que placer y nadie quiere acompañarla.  Pero inevitablemente   hay que comer y beber.  No se ha inventado el modo de sobrevivir sin condumio ni bebumio.

10. 15 am: Se incorpora a la cola, en las afueras del súper. Ignora qué habrá para hoy, pero supone que si ya la gente está enfilada es porque alguien ha dado el pitazo.

10. 45 am: Nada. Allí sigue bajo un sol ya reverberante. Han prohibido las colas adentro .La vida se mide a esa hora por la sed, el desasosiego y las conversaciones de los demás. Ya  se han acostumbrado  a controlar el hambre, la vejiga y otros esfínteres.

11.30 am: Alboroto dentro del súper. Gritos de los primeros de la fila. Algunos se quejan de que el gerente ha decidido dar preferencia a quienes ya están comprando adentro. ¡Que todos hagan la cola, llevamos dos horas aquí bajo el sol! Lo dice una encanecida anciana. Más alaridos. Llegan dos flamantes policías bolivarianos. Rostros duros, espaldas enjutas de fiscal de tránsito devenido en agente del orden, tongoneo de oficiales de la serie SWAT, brazos abiertos como remos, mirada de ceño fruncido. En la cola, algunos  aplauden.

11.45 am: Más reclamos en voz alta porque nadie ha entrado al local y está saliendo gente con productos básicos en los carritos. Algo misterioso ocurre adentro.  Llega el dato: la gerencia ha decidido que tendrán prioridad los que ya estaban comprando. Han comenzado a surtirlos. ¡Y los que están en la cola que se frunzan!, ¿verdad?, vocifera una señora.

11.57 am: Llega un yip con seis guardias nacionales. Caminan paralelos a la fila y se dirigen al local. Un joven los detiene y los increpa a poner orden de verdad. Argumenta que llevan dos horas bajo el sol y que adentro les «están jugando camunina». El guardia que va a la cabeza, sonríe sardónicamente y le  dice que «hay para todos, ciudadano». Cómo lo sabe, no se sabe. Entran al local.

12.45 pm: Movimiento, comentarios, cuchicheos. Voz de alerta: con un carrito repleto, pasa un adolescente y dice que van a abrir pronto.  ¡Hay pañales —agrega sonriente— papel, margarina, Ace y azúcar! Atenta a lo dicho, una morena ha comenzado a pasearse presurosa por la cola. Va observando uno a uno a los presentes y, con base en su intuición, sospecha sobre quiénes no estarán interesados en pañales. Habla sin tapujos: 

—Mira, yo soy miércoles, aquí hay quinientos bolos, están dejando tres paquetes de pañales por persona. ¿Me los compras y te quedas con lo que sobre? Eloína dice que no, la siguiente persona  acepta. Un tercero no se define, pero el joven que sigue asiente, coge el dinero y sonríe.  Total, tres negativas y siete confirmaciones. Un viejito bigotudo  se asume Einstein; en el piso dibuja números imaginarios con su bastón y  saca la cuenta: «siete por tres, veintiuno. Si  vende a mil cada paquete, pues invirtió tres quinientos y sacará veintiún mil.» ¡Más redondo no puede salir! ¡Se llama bachaqueo tercerizado!», concluye. «Explotación del hombre por el hombre — continúa— plusvalía, viveza criolla...»

1.22 pm: Un empleado verifica  el viernes de Eloína en la Cédula y lo registra en un computador. Recibe un cartón sobre el que han garabateado un número; lo entrega más adelante al guardia. Un gordito apuradísimo arroja un combo en su carrito. Ella le dice  no quiero ni margarina ni pañales. Los retira. Siga, por favor, rapidito, señora.

1.30 pm: Segunda cola, para pagar, lenta pero menos extensa que la primera. Listo. Se dirige a la salida. Un calvo fortachón hace con la uña una rayita vertical en su recibo de compras. Cientos de mirabolsas que aún están afuera observan el cargamento: cuatro rollos de papel, dos bolsas de detergente, un kilo de azúcar.  Otros ven absortos a una morena acumulando en una caja sus encargos de pañales. Un señor que abraza un casco se dirige a Eloína  y le comenta:


—Qué guona eres  ¡fueras cogío los pañales y la malga. ¡Los pañales son el lomito, mamá! Yo te los fuera cambiao pol café que tengo ahí en la moto!

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (24 de mayo de 2015)
Imagen: aportada por Contrapunto