Sobre un país en el que buena
parte de sus dirigentes, tirios o troyanos, parecen haberse quedado sin sentidos para
captar su entorno
Me contaba mi tía Eloína que una de sus compinches más cercanas le relató
la extraña y sorprendente aventura vivida por su madre (de la compinche)
durante un viaje que hicieron a Europa. El escenario era el siguiente: una fornida
y rubiota guía turística detallaba todo lo referente a un monumento histórico
de esos que, según las promociones, tienen más años que Matusalén. Cada vez que
levantaba un brazo para señalar algo en el techo, la gran mayoría del grupo de turistas,
que en teoría debían estar atentos a aquella información, se iba alejando disimuladamente,
como quien quiere y no quiere. Hubo un momento en que casi todos estuvieron lo
suficientemente lejos, sin ninguna explicación aparente. Daba la impresión de
que preferían hacer un esfuerzo auditivo (o no oír) a permanecer cercanos a la
persona que hablaba. Solo la madre de la curruña de Eloína permanecía muy cerca
de la expositora y la escuchaba con una
atención insólita para el resto. La causa del alejamiento radicaba en que los
brazos levantados de la susodicha dejaban escapar unos efluvios “axilares” de
padre y señor nuestro. Los demás no entendían el motivo por el cual la señora
era la única capaz de inhalar y soportar aquel aroma que, según el Diccionario de la lengua española se
llama “sobaquina”. La única
“sobreviviente” del grupo no solo se había mostrado impasible sino totalmente
atenta a lo que decía la guía. Fue, obviamente, la que no perdió ni una palabra
y, además, luego comentaría que había disfrutado lo que consideró una estupenda
descripción.
La explicación para esto es que la doña llevaba años atravesando por
una pérdida progresiva del sentido del olfato y, en consecuencia, ni siquiera
se percató de aquellos sudores que la
otra dama exhalaba. ¿Cuál era el padecimiento y cómo llamar a quien lo sufre? El evento
nos lleva a recordar ciertas preguntas que suelen hacernos de vez en cuando los
estudiantes, amigos o colegas de otras especialidades, basados en que, por ser
nosotros docentes de lenguaje, creen que llevamos en la cabeza todo el
repertorio léxico del español. Usualmente, cuando alguien nos ratifica esa
creencia (a todas luces falsa), nos
limitamos a informarle que, si nos fuera
posible poseer todo el vocabulario del
idioma, estaríamos en un circo.
Justamente, en relación con esto de las palabras y sus curiosidades,
entre los requerimientos más frecuentes que suelen hacer algunos curiosos,
están los que se relacionan con las voces que aluden a la pérdida de las
facultades para percibir algunos estímulos externos relativos, por ejemplo, a olores,
sabores, colores, pinchazos o golpes y sonidos, entre otros. Acudamos a la
memoria y volvamos a aquellas lecciones escolares en las que la que la maestra nos hablaba de
los cinco sentidos: vista, gusto, oído, olfato y tacto. “Si al que tiene dificultades para oír se le dice sordo —nos apelaba de
entrada la señorita—, ¿cómo podemos decirle a quien no puede oler ni captar
sabores? Anoten porque aprenderán palabras domingueras —continuaba—:
—La persona que tiene
impedimentos para percibir los olores es anósmica y su padecimiento se llama
anosmia. Y así como quienes que no ven son ciegos, los que pierden la sensación
del gusto padecen de ageusia.
Si quedaba la duda la duda acerca de lo que pasa con el sentido del
tacto, la explicación no se hacía
esperar: “Pues para eso hay quienes hablan de anestesia (como cuando te someten
a una intervención quirúrgica), pero si el padecimiento es permanente, sin vuelta atrás (aunque sea
parcial), dicen los galenos que habremos de llamarla anafia. Y anáfico o
anáfica será quien la padezca.
He estado recordando aquella
historia del comienzo y este curioso vocabulario de domingo, propio de la medicina
(y de las antiguas docentes de quinto o sexto grado), a raíz de haber escuchado
recientemente algunos discursos, arengas y declaraciones de “sujetos y sujetas”
que supuestamente se inician en un cargo o rinden cuentas de lo que han
realizado durante un período. Sin distingo de
facciones o posiciones ideológicas, aquí parecen abundar los sordos o los que
se niegan a oír; hay el ciego hereje que obvia lo que está a la vista y cada
día es más patente que proliferan la
ageusia, la anosmia y la anafia. Se
asemejan a aquella guía turística, solo que a buena parte de nuestros
dirigentes y políticos como que se les agrupan todas las carencias sensoriales en
un abrir y cerrar de labios. Según mi tía, el único de los sentidos que parece
sobrevivir en muchos de ellos es el
sentido…pésame.
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