martes, junio 24, 2008

Los escritores como personajes



Siempre me he preguntado cuán interesante sería conocer las memorias más recónditas, lo más cotidiano de algunos editores en su relación con los autores. Creo que usualmente ciertos autores son personajes para la obra de otros escritores. Por lo que me han revelado mis pasantías por algunas editoriales, sospecho que la verdadera personalidad del creador se desnuda ante los editores y ante ciertas audiencias.
Puede parecer perverso pero, como narrador y crítico, me interesan también las vidas personales que se salgan un poco de lo público y predecible, esas conductas inéditas que reflejan lo que, por pudor, educación  o timidez, el escritor como persona esconde ante los demás, sus manías, sus peticiones a veces insólitas, sus perversidades ante la obra de los otros. Y también las virtudes y defectos o desviaciones que se esconden detrás de las páginas pergeñadas por quien escribe un libro y acude a un editor para que lo haga público y pueda llegar a los lectores.
Es decir, conocer un poco más de esa “intrahistoria” que subyace a la relación escritor-editor-lectores, ni tan dulce ni tan amarga, como se las puede suponer desde afuera. Hay creadores apacibles, gentiles, corteses, fastidiosos y repelentes. Pero cuando son fastidiosos y repelentes lo son con alevosía. Independientemente de su edad y su escasa o abundante obra,  estos ejemplares se creen la tapa del frasco, no cesan de marcar el teléfono, suelen creer que el editor solo existe para ellos, sin importar horario, día de la semana ni ocupaciones.
Supongo, por ejemplo, que hay editores, diseñadores e incluso lectores que se habrán topado más de una vez con escritores de quienes no desean recibir una llamada telefónica ni un mensaje de correo electrónico. Presumo que no faltará el editor que se vea obligado a sacrificar algún libro publicable por evitar el simple hecho de tener que firmar el contrato con un ser intratable, intolerante y vanidoso. Igual, presumo que hay lectores que jamás acudirían ante la presencia del autor de un libro que los ha cautivado, solo para no perder la imagen que de él se han creado a través de su escritura.
Y es que a veces, a lo mejor sin darnos cuenta, los escritores podemos llegar a parecer insufribles ante las otras personas. Hay editores y lectores que a lo mejor admiran la obra de un escritor-a, pero también intuyen (al escucharlo o leer sus entrevistas) que como persona se trata de un patán o “patana”.
Para citar algún caso hipotético, pienso en aquellos que, una vez publicadas sus obras, luego de ruegos y más ruegos al editor, no cesan de hacer llamadas a la editorial porque sus libros no están permanentemente en las vitrinas de las librerías. “Inocentes” de que, por deformación profesional y comprensible excusa de mercadeo, en el mundo entero, los libreros suelen exhibir nada más lo que se vende rápido y está destinado a ocupar lapsos muy breves en los anaqueles.
Y el corolario infaltable: ante el llamado para algún evento promocional, casi nunca los autores fastidiosos y repelentes tienen tiempo; paradójicamente siempre parecen estar ocupados en algo más importante que sus propios libros. O solo aspiran narcisamente a promoción en el exterior. No les interesan los lectores nacionales porque sienten que ya los han conquistado sin ningún esfuerzo.
“Las vanidades del mundo /las grandezas del imperio/ se pierden en el profundo /silencio del cementerio”. Son versos perversos pero certeros, pertenecientes a un célebre enterrador de Los Puertos de Altagracia, apodado Titán, el sepulturero. Dignos para “chapear” a quienes se pasan la vida edificando sus egotecas sobre falsos presupuestos.
Digamos que hay editores maulas y otros que realmente no lo son, pero todos necesitan sobrevivir, tarea que no es fácil en un mercado bibliográfico tan oscilante y deprimido como el venezolano.
Sin embargo, eso no justifica que el autor o autora siempre deba pensar que no es que sus libros no se venden sino que el editor lo estafa permanentemente. Sabemos que hay editores locales y foráneos que no reportan todo lo que venden. Es casi una premisa universal. Y que incluso existen los que pagan un desmirriado y a veces diezmado porcentaje con base en el precio de costo y no en el precio de venta al público. Pero eso tampoco significa que constantemente nuestros volúmenes sean best sellers por los que los lectores se desviven apenas salen al mercado. Y, lo peor, sin que tengamos que mover ni un dedo. No acabamos de entender que a veces la “fama” de un escritor no pasa de los linderos de sus amistades y conocidos.
Tengo en mi archivo de notas una catorcera de anécdotas relacionadas con la conducta de algunos escritores venezolanos durante mis pasantías de más de diez años por algunas editoriales como Monte Ávila, Fedupel, Alfaguara, Planeta. Principalmente guardo en mi memoria imágenes caricaturescas de los más mediocres y creídos (una combinación de adjetivos que suele darse con más frecuencia de la que creemos).
Como simple muestra gratis para esta duda, recuerdo particularmente el caso de un emperifollado narrador, más bien debería escribir aspirante porque apenas ha escrito dos libritos de corta extensión, uno regularsón y el otro desechable. Con rostro y gesto de maniquí de la India y perfil de lagarto, se ofendió como nadie el día que los juicios de tres reconocidos lectores obligaron a la editorial a informarle que no se publicaría su libro. Como alguien debe hacerlo, me correspondió transmitirle la noticia, conjuntamente con el encargado de prensa. Pues, nada, que aquel sujeto enardeció, enrojeció, bufó y parpadeó como un camaleón ante la noticia. Su recurrente actitud de creerse la “verja” de Triana pareció recibir un hachazo de leñador. Le faltó la necesaria humildad para enterarse de que un escritor tiene la obligación de saber escribir, por lo menos medianamente. Y no comprendía la razón para que uno de los lectores expresara en el informe su descontento por las horas que le había quitado tratando de corregir cientos de gazapos de sintaxis y ¡ortografía!
Ese mismo día nació mi interés por escribir un libro de textos breves que se titulará EGOLETRADOS. He avanzado en él y en esta duda debo agradecer a los varios escritores nacionales que me han dado ideas para convertirlos en personajes. Es comprensible que todos tenemos y nos agrada pergeñar los anaqueles que deben conformar nuestra egoteca, pero a veces debemos ser más cuidadosos en el trato que damos a los demás, creyéndonos “la pepa‘e Billy Queen”. Y si me preguntan qué es creerse “la pepa de Billy Queen”, debo decirles que es un gracioso dicho que, durante mi infancia y adolescencia,  escuchaba mucho en Los Puertos de Altagracia y Maracaibo, aunque jamás supe quien fue el señor Billy Queen ni por qué su “pepa” era tan importante. Pero suena bien recordarlo ahora, en este paseo por el semblante de personajes que me han dejado algunos plumarios locales. Algún día habremos de hacer un conteo estadístico para calcular cuántos de nosotros calificaremos para creernos “la pepa’e Billy Queen”.
En fin, que cada vez que le hablo en secreto de mis tratos con algunos autores y autoras venezolanos-as, de sus llamadas recurrentes, de sus oscilaciones de carácter y temperamento volátil, de sus creencias egocéntricas, de sus inclinaciones a telefonear a los jefes para no tratar con subalternos; cada vez que me entero y la entero de anécdotas relacionadas con el modo como se comportan íntimamente algunos escritores venezolanos ante sus editores y ante los lectores; de cómo viven llamando a la prensa para que los entrevisten, de cómo envían reseñas positivas sobre sus propios libros a los amigos periodistas para que estos las publiquen como suyas, de la manera como insisten obsesivamente para que la tele y la radio vayan a su casa, del modo como se valen de las relaciones con poder para publicar cuanto escriben; de las exigencias a veces insólitas que hacen, mi tía Eloína me insta a que, con base en un anecdotario que ya pica y se extiende, escriba un libro de ficción que presuma de memorabilia y desnude metafóricamente esas conductas secretas acumuladas en los rostros más íntimos de algunos creadores locales.
Y –como ya dije- en estos días he pensado que no es ni mala la idea. Total, ya lo he dicho y escrito en varias ocasiones: la escritura de ficción es la mejor terapia que existe para quien la practica: puedes matar sin asesinar, exaltar sin adular, ajusticiar al adversario frente a un paredón de palabras y hasta conquistar amores sin necesidad de caer en incómodas situaciones de confesión directa ante la dama o el caballero por la o el que te desvives.
De modo que, en nuestro trato con los editores y lectores, los escritores debemos cuidarnos de no convertirnos en pasto literario, en alimento para otros escribas. Debemos saber que los otros escritores son tan “peligrosos” con sus teclas como nosotros creemos que lo somos con nuestro trato despótico hacia los demás.
------------
Actualizado: octubre de 2012
Fuente de origen de la ilustración: http://www.imaginaria.com.ar/18/5/autores-ChantiPersonajes.jpg