domingo, julio 10, 2016

Malas y peores palabras




Un vocablo no es malsonante por sí mismo, a veces depende de quién lo expresa, dónde y en qué situación


Durante nuestro paso por la escuela primaria, siempre escuchábamos decir que hay palabras buenas y palabras “malas”. Estas últimas  o no debían decirse o estaban reservadas a los adultos.  También se las conocía popularmente como groserías. Los filólogos (siempre mucho más recatados y cautos que los hablantes comunes y corrientes) suelen llamarlas voces malsonantes.  Otros hablan de imprecaciones, aunque con ese tipo de vocablos no siempre se maldice a alguien. No faltan los que las denominan escatologías, porque algunas de ellas aluden a excrementos. Para agruparlas todas, en España se las categoriza coloquialmente como “tacos”. Otros prefieren agigantarlas y denominarlas palabrotas.

No obstante, cuales imberbes ignorantes y poco duchos en los asuntos del lenguaje, siempre terminábamos preguntándonos dónde estaría el límite entre las palabras  buenas y las insolencias.
Preocupado por esas curiosas voces no siempre aceptadas y a veces prohibidas,  el escritor y académico español Camilo José Cela (1916-2002) publicó un compendio al que, precisamente por la naturaleza de su contenido,  tituló Diccionario secreto (1968). Aunque existen tres tomos del mismo, su inventario no fue suficiente para dar cuenta de la cantidad existente en lengua española. 

Según mi tía Eloína, hay algunas voces que, más por extrañas que por malsonantes, casi parecieran ser “peores” que muchas otras. Verbigracia, angurria, almorranas y cursería.  Angurria suele tener que ver con la orina y la orinadera  pero, en algunos países de América,  también remite a hambre o avaricia.  Una cursería es una diarrea incontenible y las almorranas son tumoraciones en los márgenes del ano (lo que los médicos refieren como  hemorroides). 

Además, siempre ha manifestado mi parienta que las palabras más feas del idioma español son sobaco y gargajo. De allí que, muy venezolanamente, a la sobaquina o sobaquera preferimos llamarla musicalmente violín.  “Esas dos palabrejas son tan deplorables y puercas —arguye sabihondísima y sobrada— que, sin apariencia de groseras, se utilizan para agraviar a otros, como suele hacerse precisamente con los términos soeces. Decirle a alguien que es “más feo que sobaco de gorila” —continúa— puede ser tan insultante como recordarle a la progenitora, que a su vez no es igual a enviarlo al coño de la misma.”  También hay quienes buscan injuriar a los demás llamándolos gargajos  o asegurándoles que son unos mocos.  Sin embargo,  en algunas regiones hispanoamericanas se nos hace difícil entender el dicho peninsular según el cual algo o alguien “no es moco de pavo”, queriendo decir que  es muy importante o relevante. Y aquí viene entonces  el meollo principal de esta duda melódica.

Y es que las llamadas voces malsonantes no siempre suenan tan mal. Pueden ser  “sucias” o “cochinas” para unos, pero también  resultar “limpias” para otros. Dependen a veces del valor social que se les asigna en cada lugar,  de la situación e incluso de quien las exprese.  Es curioso que una buena parte de ellas aludan a los genitales, a ciertos orificios del cuerpo o a las excrecencias que de ellos (o por ellos) emanan.  Que un hombre sea “cabrón” en Madrid no suena tan ofensivo como que lo sea en Maracaibo, igual que en ambas ciudades tampoco tiene el mismo significado desearle a alguien que “le den por el culo”. Hay personas a quienes las llamadas palabrotas les parecen muy simpáticas en otras lenguas, pero les resultan repugnantes e impronunciables en nuestro idioma.

 De modo que prefieren ultrajar a los oponentes anteponiendo, por ejemplo,  la palabra  “foquin” (versión criolla del inglés fucking) a cualquier expresión con la que deseen golpear metafóricamente o expresar su rabieta (por ejemplo, “foquin ministro”, “foquin escasez”).  Si ante la dimensión descomunal de una cola en el súper,  expresas  anglófilamente “ship!”, quizás suene chévere a los oídos de alguien que se las dé de refinado, pero si te sale la palabra equivalente en español, es posible que algún guardia nacional te expulse del lugar por indecente. Al responderle “¡foquiú!”, posiblemente sonría (quizás porque no entiende o porque le resulta gracioso); mas si le ripostas “¡jódete!”, tal vez termines “con “los ganchos puestos”, como dicen ahora algunos de nuestros ilustrados funcionarios gubernamentales.  Comentar que no te gustan las tetas  operadas podría implicar que algunas señoras te censuren; pero posiblemente sonrían si dices humorísticamente que eres  “senófobo”.


 El mismo Camilo José Cela nos recuerda en el primer tomo de su Diccionario secreto un curioso refrán atribuido a una supuesta abadesa empeñada en sacar de sus rezos palabras que le resultaban fuertes: “Domine meo es término feo /Decid Domine orino/ que es término fino”.   Conclusión: posiblemente ella no hacía “pis” como cualquier mortal, apenas miccionaba.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (6 de marzo de 2016)
Imagen aportada por Contrapunto.
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