domingo, marzo 27, 2016

¿Dónde conseguir el Diccionario de la Lengua Española (DLE)?



Es la pregunta que ha formulado mi tía Eloína muchas veces a diversos libreros. La respuesta recurrente la encontrará en el desarrollo de esta quejosa duda melódica



Un diccionario es la memoria léxica de una lengua: allí reposa el patrimonio lingüístico, social y cultural de una sociedad. Aunque consultarlo es relativamente cómodo y fácil, elaborarlo y ponerlo en circulación no es tan sencillo como pueda pensarse. Solo los lexicógrafos profesionales saben de las penurias y las horas-hombre y horas-mujer que exige un trabajo de tal naturaleza. Ocupa años de labor tesonera, paciente y constante. Muchas personas e instituciones participan (directa o indirectamente) en su elaboración, incluso en el caso de los que llevan firma individual. La disciplina que los cobija se llama Lexicografía. Y un buen diccionario a la mano es un puente mágico y mítico entre lo que sabe un hablante y lo que desea saber o ratificar acerca del idioma con el que mira el mundo.
En octubre de 2014 se publicó la vigésimo tercera edición del más conocido y reconocido de los recuentos léxicos de nuestra lengua: el Diccionario de la Lengua Española (DLE). Se hizo en conjunto entre la Real Academia Española,  veinte academias hispanoamericanas y una norteamericana. Contiene aproximadamente noventa mil entradas, entre ellas diecinueve mil voces propias de América y más de tres mil venezolanas.
 La versión impresa en papel tiene dos mil trescientas doce páginas. Aunque en consonancia con este tiempo de realidad virtual, existe también  una versión digital (actualizada en octubre de 2015, accesible literalmente a todo el planeta), habrá instituciones, colegios, bibliotecas que todavía aspiran a tenerlo en sus anaqueles, como un tótem incuestionable, seguro, certero, contundente. Y es así porque, independientemente de la relación que mantengamos con la Web, vivimos todavía tiempos de transición en los que continúa habiendo muchísimas personas sujetas al mito del legendario y magníficamente “fetichizado” libro convencional. Puede parecer inexplicable para algunos pero hay costumbres sociales y culturales insertas en los genes de las cuales no es tan fácil desprenderse. Una de ellas es, por ejemplo, el hábito de ojear, hojear y leer un manojo de páginas alineaditas, juntas, ordenadas y numeradas entre dos tapas materialmente manipulables, algo que se pueda palpar, oler, manosear y hasta (sub)rayar o servir de almohada (para quienes tienen esa y otras costumbres vinculadas con ese fetiche que es el libro).
Esa y no otra es la razón por la cual mi tía Eloína, adicta a la consulta de repertorios lexicográficos,  sigue preguntándose los motivos por los cuales el DLE impreso en papel no se consigue (o se hace difícil de obtener)  en las librerías venezolanas. Según asume mi parienta, la respuesta a esa interrogante debería darla la casa editora encargada de traer esa obra a Venezuela, es decir, la editorial Espasa; hasta donde se conoce públicamente representada en el país por los señores de Planeta. Es verdad que desde hace mucho tiempo son muchas las carencias que nos acogotan, muchos los vacíos que hay en nuestro quehacer cultural. Sin embargo, en este caso, no convence demasiado la excusa que por allí hemos escuchado, según la cual dicha situación se debe a la escasez ya crónica de pliegos para imprenta. Cualquiera que por alguna razón esté familiarizado con el universo editorial del país conoce de sobra la situación con el papel (y no solo me refiero al de imprimir). Sin embargo, esas mismas personas saben también que el DLE no se ha elaborado en Venezuela casi nunca. Baste revisar el colofón de todas las ediciones anteriores para verificarlo. Pero, aun si así fuere, si por razones de costos, hubiere necesidad de hacerlo aquí, la evidencia de las vitrinas de algunas librerías demuestra que sí ha habido “voluntad” para publicar volúmenes de otra naturaleza.

Digámoslo sin tapujos: El único país de Hispanoamérica donde parece no haber llegado hasta ahora el DLE quizás sea el nuestro. Y si llegó ha sido de modo clandestino. Tampoco ha habido hasta hoy presentación pública del DLE en Venezuela. Y si se hizo, se llevó a cabo de forma que muy pocos nos enteramos. Da la impresión de que los libros sobre la farándula y los faranduleros, las “biografías” y los oficios de algunos personajes públicos rinden muchos mayores beneficios, o al menos despiertan más interés editorial y comercial, que un volumen como el  Diccionario de la Lengua Española que, aunque en verdad tiene poco valor mediático, es, eso sí, una mediador insustituible entre los hablantes y su lengua.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (28 de febrero de 2016)
Imagen aportada por Contrapunto
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