domingo, diciembre 11, 2016

Varios Sánchez, un solo Sadel



Absortos en la brumosa y confusa diatriba política y gubernamental, motivados a veces por justificadas urgencias, hemos comenzado a olvidar a nuestros íconos civiles
1973. Fue en Barquisimeto, durante la inauguración del Festival de la Voz de Oro de Venezuela. Alfredo Sadel se ve envuelto en uno de esos  rifirrafes legales en los cuales los artistas pierden la chaveta y actúan más como seres humanos ofendidos, golpeados, agredidos injustamente, que como las figuras públicas que los fans idealizamos a nuestra conveniencia. Tal vez subsistía en su memoria la espinita con que lo habían punzado durante la primera edición del mismo festival, en 1969. En esa primera oportunidad, Héctor Cabrera y la canción Rosario (de Juan Vicente Torrealba) habían sido distinguidos con un primer lugar que, según el público, debería haber correspondido a Sadel, quien debió conformarse con el tercer puesto interpretando la canción Toledo, de Agustín Lara. Entre ambos, con el segundo premio, figuró Mirla Castellanos (por Dios, cómo te amo, de Domenico Modugno). Ahora, con motivo de la quinta edición del evento, Alfredo había demandado al festival a causa de que, inexplicablemente, organizadores y participantes se habían confabulado para excluirlo de concursar en el segmento la Voz de Diamante. La excusa pública fue una inscripción a destiempo. Otra vez estaba Cabrera entre los participantes, pero dicen las crónicas de esos días que finalmente todo terminó bien, cuando ambos subieron al escenario a cantar en señal de haber fumado la pipa de la paz. 


1982. Ocurrió en Caracas. En tiempos en que el canal de Los Ruices era todavía una planta televisiva normal, sin mazos amenazantes ni hojillas agresoras, Venezolana de Televisión casi veta a Alfredo Sadel por haber golpeado en el rostro a un técnico. La causa de aquella inesperada situación había radicado en que el caballero agredido estaba fumando en pleno estudio cuando el artista se disponía a participar en Los líricos en familia. Sadel era alérgico al humo del cigarrillo y aquel supuesto atrevimiento lo había sacado de quicio. Se suspendió el programa y se intentó proponer un veto ante el respectivo sindicato, sin que aquello llegara a mayores. Consciente de su metida de pata, el agresor pidió disculpas al agraviado y, santas pascuas, aquí no ha pasado nada.
1983. El comité organizador de los Juegos Deportivos Panamericanos escoge a Alfredo para que, en el estadio Olímpico de Caracas, interprete el Himno Nacional durante el acto de apertura. Todo transcurre en calma hasta que, más o menos antes de entonar la parte que dice “unidos con lazos que el cielo formó…”,  las treinta mil personas allí reunidas y unos cuantos millones de televidentes perciben que el cantante saca de su bolsillo un papelito que es interpretado como un “apuntador”. Corren por doquier los rumores y la prensa del día siguiente se hace eco: supuestamente, con aquella actitud, el tenor estaba demostrando desconocer la letra de la canción oficial de su país.  Mi tía Eloína, que estaba presente en el acto y que siguió los chismorreos del momento, me ha confirmado que inicialmente la rabieta de Alfredo fue mayúscula, pero que, después de la tempestad, se lo tomó como chanza y, en algún posterior programa humorístico de televisión, sacaba un papelito a cada rato, haciendo ver en broma que no recordaba su parte del guion.
Hay muchas otras anécdotas como estas y buena parte de ellas aparecen relatadas en el libro En la época de Alfredo Sadel (Aportes a la historia de la comunicación social), del periodista Carlos Alarico Gómez (Caracas: Actum, 2009). Ellas hablan de la personalidad variable y a veces difusa pero muy humana de quien, a juicio de mi parienta, ha sido la voz más prodigiosa de este país —y la más versátil si juzgamos por la diversidad de géneros que fue capaz de interpretar—, halagada incluso por celebridades de la talla de Plácido Domingo, Celia Cruz, Armando Manzanero, Libertad Lamarque y Miguel Aceves Mejía. A  Manuel Alfredo Sánchez Luna (1930-1989) hemos querido regresar  en esta duda de hoy, porque hace apenas algunos días (este pasado 28 de junio)  se cumplieron 27 años de su fallecimiento.
Los fanáticos solemos ser crueles porque a veces olvidamos que, mientras vivían, nuestros mitos también han sido seres humanos, personas que, como todas las demás, sienten y padecen, tienen sus momentos de alegría, viven nostalgias, atraviesan por furias de vez en cuando y han tenido sonrisas, risas y tristezas. Humanísimo fue el tenor ejemplar a quien, dada la existencia en esos días de varios intérpretes con el apellido Sánchez (Magdalena, Alcy, por ejemplo) se le sugiriera adoptar uno distinto. Alfredo optó por honrar su devoción hacia Carlos Gardel y decidió juntar la primera sílaba del suyo con la última de el del celebérrimo cantor de tangos: SA-DEL.

Entre nuestros emblemáticos héroes civiles, Alfredo Sadel está en la lista de los que murieron literalmente con las botas puestas. Quizás resulte mejor decir “con las cuerdas vocales puestas”. En mayo de 1989, el mismo año del Caracazo, ya enfermo con un cáncer que no les dio tregua a sus melodías, fue condecorado por el presidente Carlos Andrés Pérez, a quien fue capaz de sacar lágrimas, como lo recordó en una ya antigua crónica del suplemento Feriado (febrero de 1999) el escritor José Roberto Duque. Ese mismo mes, un día 24, el cantante sacó fuerzas de donde ya no tenía para acudir a ofrecer un concierto en el Teatro Teresa Carreño, donde por cierto, también al decir de Duque, alguna vez estuvo vetado por el gobierno de Jaime Lusinchi (o de su secre “privada”, Blanca Ibáñez. Nunca se supo). Acompañado del trío Los Panchos y de María Marta Serra Lima, el tenor infinito, aquel joven aspirante a quien, a juicio del público, le fue arrebatado el galardón de La Voz de Oro de Venezuela en 1969, el mismo que fue capaz de ofrecer disculpas ante un arranque de rabia y del que jamás creímos que pudiera olvidar la letra del Himno Nacional, ofreció un recital con el que cerraba no solo su carrera sino también su paso por este mundo. La eternidad estaba esperándolo unas semanas más adelante.  Envueltos entre las torpezas de la política y el populismo, hemos comenzado a olvidar a quienes de verdad merecen permanecer en la memoria colectiva, a quienes, con sus altibajos humanos muy naturales, han contribuido a darle forma a un sentimiento nacional. Alfredo Sadel fue uno de ellos y algo debemos hacer para que permanezca entre nosotros. Sus palabras iniciales en ese concierto final, (cuando, mucho más que maltrecho pero totalmente voluntarioso, apareció en el escenario), todavía resuenan en la memoria de muchos de quienes allí estuvimos: “Querido público, estoy aquí porque necesitaba verlos”. 
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (3 de julio de 2016)
Imagen aportada por www.contrapunto.com
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