domingo, diciembre 11, 2016

Susana, la reina "salvaje y pepeada"



Posiblemente sea Susana Duijm de las poquísimas candidatas venezolanas que hayan acudido a un certamen de belleza en su estado original, “sin enmiendas ni tachaduras”

Nadie se extrañaría de que durante la segunda quincena del mes de octubre de 1955, se armase un zafarrancho monumental, tanto en Venezuela como en algunos países europeos, tras la elección que, como Miss Mundo, se hiciera en Londres de una preciosísima joven venezolana, caraqueña, residente en la urbanización Bello Monte, de Caracas, de diecinueve años de edad y un garbo que qué Greta ni qué carrizo. Dicen las publicaciones especializadas que medía 1.75 metros de estatura, que tenía un largo cabello negro deslumbrante y unos ojos y labios capaces de alborotarle las feromonas al más tímido. Se llamaba  Carmen Susana Duijm Zubillaga y, para efectos del “missado”, alguien había sugerido recortar su nombre hasta convertirla en Susana Duijm, de padre judío surinamés y  madre margariteña.

El origen del alboroto y alborozo era casi obvio: por primera vez una hispanoamericana se hacía con aquel galardón y, también por primera vez, una venezolana daba origen a la leyenda que décadas después se convertiría en una especie de “marca Venezuela”, un país que además de petróleo (muy malbaratado, por cierto) ha destilado unas cuantas reinas de belleza. No obstante, muy a pesar del aprecio, el respeto y la admiración  que pueda tenerse  o sentirse hacia muchas de las que la sucedieron, mi tía Eloína, contemporánea de la susodicha,  ha sostenido siempre que ninguna ha repetido la hazaña de Susana. “Para la fecha—afirma con seguridad total— ese señor al que llaman el Zar de la Belleza, Osmel Ricardo Sosa Mancilla, tendría apenas unos nueve años de edad y, desde Cuba, llegaría al país cuatro años después, motivo por el cual nada tuvo que ver con aquel acontecimiento. Segundo, —sigue mi parienta—, después de ser electa Señorita Venezuela y haber obtenido el décimo lugar entre las semifinalistas del Miss Universo (celebrado ese año en Estados Unidos), Susana acudió a aquel certamen londinense completica en cuerpo, alma, vida y corazón; quiere decir, carente de aderezos que la volvieran “buenamoza” (porque ya lo era suficientemente), con cero reparaciones de “latonería y pintura” y sin enmienda corporal alguna ni incrustaciones de silicona. O sea, en Londres se eligió en 1955 a una verdadera caribeña original”.

No obstante, aquella originalidad no radicó nada más en lo físico. De acuerdo con lo que relatan algunos de los autores del libro Misses de Venezuela: reinas que cautivaron a un país (Caracas, 2005), apenas iniciado el reinado, mucho más que curiosa resultaría también la extraña conducta de la soberana mundial. Cuentan que, luego de unos días de coronada, fue invitada a pasar dos semanas en París, ciudad en la que fue halagada con múltiples loas,  aplausos y solicitudes. Aparte de merecer un agasajo en la embajada de Venezuela, se supo que un presunto marajá o príncipe de la India, nomás verla, le pidió matrimonio obsequiándole un anillo de diamantes y esmeraldas. Una reconocida casa de modas le solicitó que modelara uno solo de sus vestidos a cambio de confeccionarle toda la vestimenta que requiriese durante la estancia parisina.

Digamos que la cercanía del invierno, las ofertas monetarias y matrimoniales, la degustación forzada de los más variados platos de la reconocida cocina gala y  la adulancia y jaladera recurrentes se juntaron para que un día la reina dejara a muchos periodistas fuera de sus cabales, al declarar públicamente no solo que estaba harta de París, sino que además añoraba, anhelaba, rogaba volver a Venezuela, comer espaguetis con caraotas y poder acostarse en un chinchorro. Se imagina uno que aquel arranque de sinceridad debe haber sido para coger palco y motivo suficiente para que terminaran apodándola “Carmen la Salvaje”, como en efecto dicen los cronistas que ocurrió. No obstante, dígase lo que se haya dicho en aquel tiempo, es obvio que se trató de un ataque de espontaneidad que nadie se esperaba. Ajena a los formalismos, la reina se había sublevado y, sin poses,  quizás transgrediendo ciertas normas de protocolo, se atrevió a expresar sus verdades más íntimas.

Lo cierto es que, en efecto, Susana regresó al país antes de lo previsto (primera semana de noviembre de 1955) y, más allá de algunos escandalosos titulares de prensa motivados por aquel arranque de nacionalidad, identidad y autoctonía,  fue recibida en Maiquetía como una verdadera y muy vitoreada heroína. También hubo comunicadores que aplaudieron sus gestos y aceptaron aquel supuesto desplante parisino  como fidelidad y arraigo a lo suyo y no como malcriadez o grosería de provinciana.

Pocos días después de haber vuelto, se la rodeó incluso de chismes nunca confirmados, referentes a una supuesta relación amorosa con el dictador de turno (Marcos Evangelista Pérez Jiménez) y comenzó a volverse la celebridad que ha sido hasta este pasado 18 de junio, fecha en que decidió marcharse definitivamente hacia alguna pasarela celestial.

Su imagen, su garbo de dama preciosa y su sonrisa se quedan con nosotros. Seguiremos admirándola hasta en las arepas o “tostadas”, a una de cuyas variedades más conocidas le dio nombre por iniciativa del comerciante trujillano Heriberto Álvarez. Hermanos Álvarez se llamaba la venta de tostadas a la que, después de haber regresado al país, acudió alguna vez Susana. Estaba ubicada en la Gran Avenida de Sabana Grande. El propio Heriberto ha relatado que durante la visita le obsequiaron una tostada rellena con pollo y aguacate a la que, en su honor, habían decidido llamar la Reina. “Y como en esa época a las mujeres de buenas curvas, así como Susana, se les llamaba ‘pepiadas’ —concluye Álvarez— le pusimos ese apellido a la arepa”.


No está segura mi tía Eloína de que, después de Susana Duijm haya habido otra reina que aglutine en un solo significado las palabras “elegancia”, “belleza”, “excelencia”, “hermosura” “atracción”, “agrado”, “sencillez”, “bonhomía” y “sinceridad”. Casi todas relacionadas, según el Diccionario de Venezolanismos (1993), con el término “pepeado-a”.  Todas servirían igualmente para definir al mito escondido bajo el nombre de Carmen Susana Duijm Zubillaga. 

-------------Publicado originalmente en www.contrapunto.com (26 de junio de 2016).
Imagen aporatada por www.contrapunto.
-------------

No hay comentarios.: