domingo, diciembre 11, 2016

Cuentos que son espejos (I): Juanpeñismo en ascenso



La posición que ocupan algunos de nuestros políticos, artistas, funcionarios y otros ejemplares de la esfera pública nos recuerda cada día la vida eterna de Juan Peña




La historia del relato que me propongo resumir no es propiamente divertida, pero sí muy sarcástica, magníficamente escrita, contundente, atractiva por su anécdota y por su vigencia eterna. Proveniente del lanzamiento rectilíneo de algún granuja, compañero de juegos y tremenduras, un niño de nombre Juan Peña recibe una pedrada en la boca y el impacto  le parte uno de sus incisivos delanteros. De haber sido algo más que perverso, a raíz del incidente, el chico se vuelve taciturno, silencioso y enfermizamente meditabundo. Sus padres se preocupan y acuden a un médico en busca de alguna ayuda que les facilite entender aquel inexplicable cambio de conducta. El doctor asume que el pequeño está completamente sano pero sufre del “mal de pensar”. Todos ignoran que Peñita gastaba su tiempo jurungándose con la lengua la sierra en que se había convertido su diente golpeado. Por esa vía de la forzada “reflexión” a la que se dedica, se hace hombre y a través de las redes sociales de la época (el chisme, el comentario, el cotilleo, el correveidilismo) deviene en un personaje público más que importante, imprescindible. Ocupa posteriormente muchos cargos, incluidos los de congresista, académico y hasta ministro. No llega a presidente porque lo sorprende una apoplejía que lo envía con el diente fracturado y todas sus “reflexiones” al camposanto. Se le rinden, naturalmente, los honores que merece un grande hombre.
El cuento es breve, interesantísimo e impecable. Su longitud apenas sobrepasa los tres mil caracteres (menos que una de las dudas melódicas de mi tía Eloína).  Se titula “El diente roto”. Fue publicado por primera vez en 1898 (en El cojo ilustrado)  y su autor fue el escritor venezolano Pedro Emilio Coll (1872-1947), diplomático, ensayista, narrador y, entre otras cosas, numerario de la Academia Venezolana de la Lengua. El texto ha pasado de siglo en siglo y permanece intacto, incólume, como toda buena literatura. Se ha convertido en un clásico de nuestra narrativa corta. Y no es para menos. Siempre ha sostenido mi parienta que la literatura escrita para vencer el tiempo es aquella que logra imponer un estereotipo social, un ícono que otros puedan imitar, modificar, admirar, pero jamás repetir. Hay muestras de sobra para entender esto: don Quijote y Sancho, El coronel Aureliano Buendía, Doña Bárbara, para mencionar solamente tres casos emblemáticos de la lengua española. Eso, un emblema, un modelo inigualable y mucho más es la breve historia de Coll. Pasan los años y el pequeño espejo que ese relato ha sido siempre continúa ahí, mostrándonos que su historia es infinita y no deja de repetirse.
Tanta ha sido su pegada que ya hablamos hasta de una corriente a la que podemos llamar el “juanpeñismo” o la “juanpeñada”. Tan contundente e impactante fue el acierto del cuentista que, incluso cuando nos corresponde coincidir con alguien que se parezca al personaje de marras, terminamos apodándolo Juan Peña o argumentando que forma parte de la misma cofradía. Con un plus posmoderno, agregado por algunos de nuestros ejemplares actuales: además de pasarse la vida jurungándose los dientes con la excusa de estar pensando, ciertos miembros de tan particular club son además fanfarrones, bravucones, echones, pedantes y hasta terminan creyéndose que son lo que, en lenguaje marcadamente maracucho, Eloína llamaría “la pepa de Billy Queen”. 

Han sobrado en todos nuestros momentos históricos los personajes públicos a quienes podríamos identificar sin ningún problema con el célebre personaje de Pedro Emilio Coll. Por montones podríamos contar aquellos que mediante “ascenso” súbito, inesperado, increíble, insólito, han llegado a ocupar cargos solamente a costa de haber estado todo el tiempo palpándose algún rasgado diente con la lengua, sin haber realizado ningún tipo de actividad formativa, sin dones de ninguna naturaleza, más allá de su supuesto “mal de pensar”. La lista de este tiempo es suficientemente amplia como llenar muchas páginas. Pareciera que el juanpeñismo está en uno de sus momentos estelares. Sobran los ejemplos para seguir dándole la razón a Coll por habernos dejado, a través de esa sencilla historia, la metafórica explicación para los inesperados ascensos meteóricos de algunos de nuestros actuales personajes públicos. La única excusa para justificar tales posiciones radicaría en el afán que han puesto en hacer que están pensando el país, mientras se han pasado la vida “distraídos con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto…”. De Juanes y Juanas Peña está cundida nuestra esfera pública; pululan por todos los rincones de la política, la literatura, el arte en general, la farándula. Y lo más curioso de todo es que algunos de los émulos del personaje acusan públicamente a otros de comportarse juanpeñísticamente, sin darse cuenta de que el autor de aquel cuento no  les dejó un retrato de alguien de la época, sino un espejo para que muchos puedan reconocerse en él por los siglos de los siglos. 
---------------Publicado originalmente en www.contrapunto.com (14 de agosto de 2016)
Imagen aportada por www.contrapunto.com
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