Acompañamiento, aptitud, autodeterminación, autoestima,
coaching ontológico, confianza, conocimiento
de sí mismo, disonancia cognitiva, estrés, inteligencia emocional, liderazgo, mercadeo, optimismo, pensamiento
positivo, risoterapia, solución
creativa, vocación…
Detengo lo que simula un
diccionario para decir que la lista incluye palabras y expresiones integradas
al vocabulario de esa jerga seria que en términos generales se denomina
AUTOAYUDA. «Autoayúdate que yo me ayudaré», imagino que debe ser el lema de
esas nuevas biblias andantes que son los
gurúes y autores de libros o
conductores de seminarios referidos a
esta actividad. Buscan en teoría
contribuir con el autocontrol y el desarrollo de unas supuestas cualidades y
habilidades que los mortales llevamos ocultas en el fondo más recóndito de
nuestra conciencia.
Eso es al menos lo que indica la
vastísima publicidad que se difunde sobre el asunto. A quienes nos hacen el
favor de forzarnos a sacar estas maravillas a flote se les denomina
anglófilamente COACHS. Es probable que
en el futuro del español hayamos de llamarlos COACHERS. O mejor, COCHEROS. Decirles entrenadores o
facilitadores —como correspondería en nuestro idioma— sonaría excesivamente
mundano, demasiado terrenal y nada llamativo. Cocheros serán porque tiran de
los caballos que nos llevarán al mar de la felicidad y el regocijo. Es una moda. No hay día que no llegue a
nuestros buzones de correo electrónico o a nuestras cuentas tuiteras alguna invitación
en la que se nos conmina a atrevernos.
Coachs los hay por toneladas. Y
en muchas especialidades. Hasta para ejercer algo que ahora se denomina
«coaching literario». Personas osadas que apenas haber publicado un breviario
de cuentos o una modesta novela, o quizás después de haber obtenido algún
galardón, pues a veces sin la más pura idea sobre el asunto, se disponen a enseñar
a otros —en supuestas «clínicas»
líricas, narrativas, ensayísticas o de crónicas—, cómo hurgar profundo en sus
neuronas si aspiran a la escritura de alguno de los géneros mencionados.
No es que esto sea nuevo, pero,
ante la crisis y la escasez, la modalidad se ha venido haciendo cada vez más
presente. Hace algunos años comenté por la prensa la frase con que una supuesta
«escuela de escritores» de la época buscaba enamorar candidatos/as a plumarios/as
a través de un lema tan provocativo como: ¿QUIERES SER ESCRITOR? VEN CON
NOSOTROS. Y a propósito de discutir este tipo de llamados — precisamente en un
taller literario al que estábamos asistiendo— nos comentaba en aquellos días el
inolvidable José Vicente Abreu que, primero, no aprende a escribir literatura
el que quiere. Y menos si atiende a un COCHERO
inexperto (aunque este se haga llamar coach). No basta el deseo, decía
el autor de la novela testimonial SE
LLAMABA SN (1964). Y, segundo, previa licencia de pudibundos y puristas, me
permito repetir y hacer mía la frase con la que el mismo Abreu remataba sus
lecciones acerca de convertirse alguna vez en escritor: se requieren infinitas horas-nalga
muy productivas para lograrlo. A veces ni siquiera una vida es suficiente. El
ejercicio de la literatura no es una boutade;
otro puede ayudarnos a desarrollarnos en ella, pero se necesitan ciertas
condiciones previas; se precisa de una manera de ver el mundo y no
necesariamente de momentos de iluminación o de las técnicas que puedan
aportarnos otros.
Somos miles los que anhelamos
llegar alguna vez a ser considerados escritores. Una ínfima minoría lo logra. Y
de ello no nos enteraremos jamás, por mucho que algún cochero nos «autoayude».
Deben pasar muchos años para que el señor tiempo nos asigne ese lugar, si es
que llegáramos a merecerlo.
@dudamelodica
Imagen: google images
Publicado originalmente en www.contrapunto.com (19 de abril de 2015)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario