Ocupar el lugar de otro y
sustituirlo no es tan sencillo. Se precisa que los demás crean de verdad que la
usurpación del lugar ajeno tiene algún sentido. Copiar los modos como otra
persona ha actuado o escrito suele ser mucho más complejo que la simple acción
de desearlo o intentarlo. No es
sustituto quien quiere sino quien puede. Y más de una vez la presunta posesión
resulta en caricatura, imagen risible, parodia mal programada. Plagiar la obra
o la personalidad de alguien es también un arte. El origen del plagio suele
ubicarse entre dos extremos que a veces se rozan: la admiración desmedida o la urticante
envidia.
Hoy hablo de plagios y plagiarios
a fin de honrar la memoria del todavía anónimo y espurio escritor español del siglo XVII, Alonso
Fernández de Avellaneda, autor de un Quijote
apócrifo que circuló en España en 1614, nueve años después de la publicación de
la primera parte de El ingenioso hidalgo
don Quijote de la Mancha (1605). Creo
que el mayor acierto de Fernández de Avellaneda no fue tanto escribir una
supuesta segunda parte del Quijote,
sino hacerlo con ese nombre como seudónimo y, la guinda de la torta, anotar su
libro con un falso pie de imprenta. Lo que se diría un doble juego tan
enigmático y magistralmente armado que todavía en este siglo XXI sigue dando de
qué hablar. Es lo que demuestran tanto las traducciones a otros idiomas que de
él se han hecho, como la reedición por parte de la mismísima Real Academia Española, en este año 2015, de ese Quijote
sustituto.
Mucho se ha dicho sobre quién
pudiera haber sido el autor de aquel falso Quijote, pero, a decir verdad, no se
ha logrado ninguna certeza al respecto. Entre otros, hasta al propio Lope de
Vega (notorio adversario de Cervantes) se le ha atribuido alguna vez tan
sortario desaguisado. El plagiario logró su cometido a plenitud porque original
y copia han sobrevivido hermanadas. Y el efecto de la parodia fue tan certero
que obligó al propio Cervantes a publicar la verdadera segunda parte de su
obra en 1615.
Soy admirador de los buenos
plagiarios y suelo tener poca estima por aquellos «grandes escritores» que,
jugando a la ignorancia de los demás, se dedican a copiar textos
descaradamente, incluso de la prensa. Por ejemplo, de eso se acusó más de una
vez al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique. El alboroto generado por una
serie de intelectuales mexicanos le impidió acudir a recoger el Premio de la
Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2012, que vergonzosamente hubo de
recibir en su propia casa, en Lima, debido, según palabras del propio acusado,
a la posibilidad que había de que lo lincharan. Y agrego yo, no tanto por haber
copiado sino por la manera tan burda de ejercer tal oficio. Es lo peor que le
puede ocurrir a un escritor: encima de copista, mal falsario es como demasiado.
Según sus denunciantes, a Bryce se le habían comprobado hasta ese momento más
de 40 plagios y 16 multas certificadas
por el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la
Propiedad Intelectual (INDECOPI, Perú). Imitador más chimbo, imposible.
A partir de ese momento, le perdí
el respeto y la admiración que alguna vez profesé al autor de Un mundo para Julius (1970). Hasta pensé
en esos días sugerirle un imaginario taller literario con nuestro más ilustre e
inteligente plagiario universal y ficcionauta recurrente: el invalorable Rafael
Bolívar Coronado (1884-1924), brillante y más que respetable seudonimista
venezolano que, para sobrevivir en este mundo de competencias desleales como es
la literatura, se ocupó de suplantar a cientos de autores de diversas latitudes
mediante el uso de unos 650 seudónimos. Lo reveló el historiador Rafael Ramón
Castellanos en un libro imprescindible que es una rara avis de nuestra bibliografía local: Un hombre con más de seiscientos nombres. Rafael Bolívar Coronado
(1993). Desde Andrés Bello hasta el mexicano Amado Nervo, hasta otros como
Arturo Uslar Pietri, José Martí y Rubén Darío, anduvieron de la mano y pluma de
Bolívar Coronado, con explícita intención y sin esconderse, con absoluta
premeditación y éxito. Digno descendiente suramericano de Alonso Fernández de
Avellaneda.
Fuente de la imagen: Google images
Publicado originalmente en www.contrapunto.com (12 de abril de 2015)
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