martes, mayo 26, 2015

Entre plagios y plagiarios



Ocupar el lugar de otro y sustituirlo no es tan sencillo. Se precisa que los demás crean de verdad que la usurpación del lugar ajeno tiene algún sentido. Copiar los modos como otra persona ha actuado o escrito suele ser mucho más complejo que la simple acción de desearlo o intentarlo.  No es sustituto quien quiere sino quien puede. Y más de una vez la presunta posesión resulta en caricatura, imagen risible, parodia mal programada. Plagiar la obra o la personalidad de alguien es también un arte. El origen del plagio suele ubicarse entre dos extremos que a veces se rozan: la admiración desmedida o la urticante envidia.

Hoy hablo de plagios y plagiarios a fin de honrar la memoria del todavía anónimo y espurio  escritor español del siglo XVII, Alonso Fernández de Avellaneda, autor de un Quijote apócrifo que circuló en España en 1614, nueve años después de la publicación de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605).  Creo que el mayor acierto de Fernández de Avellaneda no fue tanto escribir una supuesta segunda parte del Quijote, sino hacerlo con ese nombre como seudónimo y, la guinda de la torta, anotar su libro con un falso pie de imprenta. Lo que se diría un doble juego tan enigmático y magistralmente armado que todavía en este siglo XXI sigue dando de qué hablar. Es lo que demuestran tanto las traducciones a otros idiomas que de él se han hecho, como la reedición por parte de la mismísima Real Academia  Española, en este año 2015, de ese Quijote sustituto.

Mucho se ha dicho sobre quién pudiera haber sido el autor de aquel falso Quijote, pero, a decir verdad, no se ha logrado ninguna certeza al respecto. Entre otros, hasta al propio Lope de Vega (notorio adversario de Cervantes) se le ha atribuido alguna vez tan sortario desaguisado. El plagiario logró su cometido a plenitud porque original y copia han sobrevivido hermanadas. Y el efecto de la parodia fue tan certero que obligó al propio Cervantes a publicar la verdadera segunda parte de su obra  en 1615.

Soy admirador de los buenos plagiarios y suelo tener poca estima por aquellos «grandes escritores» que, jugando a la ignorancia de los demás, se dedican a copiar textos descaradamente, incluso de la prensa. Por ejemplo, de eso se acusó más de una vez al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique. El alboroto generado por una serie de intelectuales mexicanos le impidió acudir a recoger el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2012, que vergonzosamente hubo de recibir en su propia casa, en Lima, debido, según palabras del propio acusado, a la posibilidad que había de que lo lincharan. Y agrego yo, no tanto por haber copiado sino por la manera tan burda de ejercer tal oficio. Es lo peor que le puede ocurrir a un escritor: encima de copista, mal falsario es como demasiado. Según sus denunciantes, a Bryce se le habían comprobado hasta ese momento más de 40 plagios y  16 multas certificadas por el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual (INDECOPI, Perú). Imitador más chimbo, imposible.


A partir de ese momento, le perdí el respeto y la admiración que alguna vez profesé al autor de Un mundo para Julius (1970). Hasta pensé en esos días sugerirle un imaginario taller literario con nuestro más ilustre e inteligente plagiario universal y ficcionauta recurrente: el invalorable Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), brillante y más que respetable seudonimista venezolano que, para sobrevivir en este mundo de competencias desleales como es la literatura, se ocupó de suplantar a cientos de autores de diversas latitudes mediante el uso de unos 650 seudónimos. Lo reveló el historiador Rafael Ramón Castellanos en un libro imprescindible que es una rara avis de nuestra bibliografía local: Un hombre con más de seiscientos nombres. Rafael Bolívar Coronado (1993). Desde Andrés Bello hasta el mexicano Amado Nervo, hasta otros como Arturo Uslar Pietri, José Martí y Rubén Darío, anduvieron de la mano y pluma de Bolívar Coronado, con explícita intención y sin esconderse, con absoluta premeditación y éxito. Digno descendiente suramericano de Alonso Fernández de Avellaneda.

Fuente de la imagen: Google images

Publicado originalmente en www.contrapunto.com (12 de abril de 2015)

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