Imagino la curiosidad que habrán de despertar dentro de unos
cien años las evidencias gráficas y sonoras de la Venezuela de este incierto y
angustiante tiempo venezolano. Biznietos y tataranietos se preguntarán sobre
las razones por las que las agencias de viajes se convirtieron en gestoras de
compras. Algunas de ellas cambiaron de ramo para programar tours nacionales en los que no hay visitas a museos, iglesias, o monumentos,
sino a redes de supermercados en los que, si hay suerte, podría conseguirse
algún producto básico.
Inquieta adivinar en
estos días lo que pasará por las mentes de nuestros descendientes al ver
archivos de Whatsapp como los siguientes: Mi cajera confidente informa habrá azúcar
mañana 12m. Corresponde hacer la fila a mamá. Fingir cojera severa. Llevar bastón, cédula y huella digital chimbeadas.
Apreciarán la estampa costumbrista de cadenas de motorizados
bachaqueros que, amparados por la anonimia de sus cascos negros, circulan por
la ciudad con una oreja en el tráfico y otra en el manos libres del teléfono,
pendientes de cuál habrá de ser la ruta de ese día para proveerse de los
insumos que deben hacer llegar a los buhoneros, personajes convertidos en los conversos robinjudes de la actualidad. Conversos
porque, si bien Robin Hood quitaba a los pudientes para proveer a los menesterosos,
en este caso, buena parte de tales héroes modernos acaparan productos para
venderlos a sus propios congéneres a precios impensables.
Ni qué decir de la necesidad que tenemos hoy de portar rutinariamente
una sombrilla, ropa adecuada, un botellín de agua (de chorro, de la otra no
hay) y algunos medicamentos antiestrés, debido a que —aunque salimos de casa
con algún rumbo predeterminado—, nunca sabemos dónde recalaremos realmente.
Podría atravesarse en nuestro camino la sorpresa de que han llegado los pañales
a algún establecimiento situado justo en algún punto de nuestra ruta:
—¿Viste lo que lleva ese viejito en
las bolsas? ¡corre pallá, coño!
Puesto que, según los dueños de algunos supermercados, es
delito de lesa patria fotografiar anaqueles vacíos o superpoblados de cualquier
cosa (menos de las que realmente requerimos),
mi tía Eloína se ha dedicado a grabar las conversaciones que a diario pueden
escucharse mientras «acampamos» en algún local, a la espera de cualquier vaina
que a los gerentes se les ocurra sacar a subasta ese día. Ante la presencia de
los agentes del orden (que por lo visto ahora solo cuidan establecimientos
comerciales), sea por temor o por resignación, pocos ciudadanos, se atreven a
quejarse de la situación. Más bien se dan a contar chistes o charlar sobre lo
barata que estuvo la costilla de res de la semana pasada, aunque para obtenerla
tuviéramos que consumir más calorías de las que logramos con lo adquirido.
En cuanto a las unidades de tiempo que utilizamos en esta
época, quedará testimonio de que ya no son ni los días, ni las horas, ni los
meses o años. Seguramente se pensará en el futuro en un desvarío colectivo.
Porque nomás ver a algún conocido, llamarlo o escribirle un correo electrónico,
lo primero que se nos ocurre son ciertas modalidades de saludo que ya se van
volviendo hábitos:
—¡Qué de colas que no nos veíamos!
—Dentro de
tres visitas al súper será mi cumple.
—¡Hace cinco filas que no consigo
papel para el codo!
*Originalmente publicado en el diario digital www.contrapunto.com (15 de marzo de 2015)
Fotografía de Nelson González Leal
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