martes, mayo 26, 2015

Carlos Pacheco, caballero de las letras





No tengo memoria de la fecha exacta en que conocí a Carlos Pacheco (1948-2015). Apenas guardo de ese momento un fortuito cruce de manos en algún espacio del Instituto Pedagógico de Caracas, a mediados de los años ochenta.  En todo caso, quede ese encuentro como el primer chispazo de una amistad que se afianzaría en la Universidad Simón Bolívar durante esa misma década.

Lo que sí puedo asegurar es que la hermandad entre ambos llegó para quedarse. De nuestro inicial trabajo conjunto en la Universidad Simón Bolívar (Caracas), aparte de la amistad y eterna fraternidad,  nació el volumen Del cuento y sus alrededores. Aproximaciones a una teoría del cuento (1993, 1997). Mucho más adelante, hicimos equipo con Beatriz González S. para compilar, editar y publicar Nación y Literatura. Itinerarios de la palabra escrita en Venezuela (2006).  Entre esos dos proyectos comunes, y también después, sucedieron otros varios, pero  me limito a mencionar el último. Uno en el que decidimos juntar nuestros criterios con el de Carlos Sandoval para pasearnos por el cuento nacional. Resultado: Propuesta para un canon del cuento venezolano del siglo XX (2014).

No obstante, más allá de la comunión meramente universitaria, Pacheco fue mi hermano. Nos adoptamos como tales en el recorrido por pasillos universitarios, por eventos profesionales, por resquicios familiares ancestrales, por nuestras  biografías y pasiones en las que siempre apareció algún elemento común.

Pero Carlos Pacheco, mi compañero de aventuras, acaba de marcharse el pasado 27 de marzo, sin que ni él ni yo, ni nadie de nuestros entornos, lo esperáramos. Por ese motivo, hoy no queda espacio para ningún otro tema que no sea rendirle homenaje póstumo. Ofrezco disculpas a los lectores por ocupar con algo tan personal el precioso tiempo que generosamente dedican a pasearse por mis dudas.

Nos unieron muchas cosas: la docencia, la trujillanidad, la literatura venezolana, la lingüística, la crítica e investigación  literaria, la actividad editorial y la vida familiar. Tantas fueron nuestras coincidencias vitales que, incluso la semana pasada, al transmitir la noticia sobre su fallecimiento repentino en Bogotá, la prensa nos ha puesto a nacer el mismo, día 3 junio, aunque no fue así. En honor a la verdad, Carlos vino al mundo un tres de julio de 1948 en Caracas. Y el día 7 de diciembre de 2009 tuve además la honra de recibirlo como numerario de la Academia Venezolana de la Lengua. Hace apenas unos meses, también un 3 de julio (de 2014)  nos juntamos sus familiares, amigos y colegas en el paraninfo de la Universidad Simón Bolívar, a propósito del título de Profesor Emérito que le confiriera el Consejo Directivo de nuestra hoy golpeada y más que maltratada institución.

Pocos años hace que me correspondió además formar parte del equipo editor  de Alfaguara, en la revisión y producción del libro La vasta brevedad (2010), una antología del cuento venezolano del siglo XX, en cuyo proyecto participó Pacheco con los escritores Antonio López Ortega y Miguel Gomes. Su libro La comarca oral (1992, en proceso de reedición por una universidad colombiana, según me dijo el año pasado), ha sido una referencia de primera mano para estudiantes  interesados en los vericuetos literarios de Latinoamérica.

Difícil resumir en tan escaso espacio una trayectoria harto productiva, vasta y diversa como la de Carlos Pacheco. Firme en sus convicciones, seguro en sus ideas, caballero de la vida y de las letras, estudioso, universitario a toda prueba, podrían ser algunos de los rasgos para definir su personalidad, sus pasos más que fructíferos por el CELARG, por la Universidad Simón Bolívar, por la Academia Venezolana de la Lengua, sus disciplinados estudios de postgrado en Liverpool y Londres, sus pasantías por diversas universidades extranjeras. Y, lo más importante, su don de gentes y su don de aciertos, la lealtad hacia los amigos.

Obviamente, también tuvimos diferencias que no pueden pasarse por alto: en el carácter, en la estatura, en el número de matrimonios e hijos, y en muchas otras cosas que no viene al caso enumerar. Como diría el filósofo Edgar Morin al aludir al principio dialógico de la complejidad, ni iguales ni correspondientes, complementarios. Amigos incondicionales y eternos.  Además de haber publicado individualmente o en equipo más de una veintena de libros, Pacheco fue coautor (con Wilma Álvarez Esteves) de tres disciplinados y modélicos ciudadanos: Fianna, Milena y Andrés, testimonios evidentísimos de las buenas enseñanzas familiares que recibieron.  Compartió además un importante fragmento de su vida familiar y académica con la profesora y también entrañable hermana de ruta Luz Marina Rivas, investigadora dedicada a escudriñar documentos que la ayuden a demostrar la valía y dedicación literaria de las escritoras venezolanas. La fotografía retrata justo el día en que Lucía Fraca y yo apadrinamos esa boda.

No asimilo todavía que Carlos Pacheco se haya ido tan a destiempo. Prefiero acudir a mis inclinaciones por la ficción y construir una historia en la que un personaje llamado Carlos Pacheco se ha ido de viaje a Bogotá y allí será un paseante eterno, preocupado siempre por Venezuela, abrumado por un autoexilio que, sin embargo, no logró menguar ni su disciplina de trabajo ni su persistencia, haciéndose el trujillano (como lo fueron sus ascendientes), con plena conciencia de que todo proceso histórico es circunstancial y de que siempre vendrán tiempos mejores.

Fotografía:
[Diciembre de 2004]
Sentados: Lucía Fraca y Luis Barrera Linares / De pie: Carlos Pacheco y Luz Marina Rivas 

Publicado originalmente el 5 de abril de 2015 (www.contrapunto.com/ Opinión


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