Se dice que el Quijote es la obra
literaria española más citada, leída, traducida y plagiada. Suele argumentarse que apenas compite con la Biblia y que a veces
se duda sobre cuál de esos dos libros ha sido traducido a más lenguas. Lo que podemos asegurar es que, después de más de cuatrocientos años de
haber sido publicada, se trata de la novela más revolucionaria de nuestro
idioma. No ha habido otra porque allí están todos los recursos pasados,
presentes y futuros de la narrativa de ficción.
Todo esto viene a cuento hoy
porque está circulando la noticia según la cual un equipo de investigadores ha
logrado encontrar en Madrid los restos óseos de Miguel de Cervantes Saavedra,
justamente el autor de El Quijote.
No sabemos qué sería mejor: que
siguiera dicha osamenta en el misterio o que realmente la hayan encontrado,
mezclada con otra porción de huesos en la que, según los antropólogos y
forenses, estarían los de Cervantes, pero realmente no están, dado que se hace
difícil precisar cuáles eran realmente los suyos y cuáles pertenecían a las
otras quince personas que, por varios siglos, han compartido la misma cripta en
los recovecos túmbicos del convento de Las Trinitarias Descalzas. No habrá
posibilidad de hacer estudios de ADN para verificar el hallazgo, debido a que —aunque
mi tía Eloína lo dude— se presume que el autor no tuvo descendencia y apenas se tiene conocimiento de una hermana suya
cuyos despojos descansan también en un osario común de Alcalá de Henares. Una
historia como para aquel médico de los muertos, protagonista de un cuento del venezolano Julio Garmendia.
Es decir, después de unos diez
meses de excavaciones, podemos inferir que quedamos en las mismas. Se afirma
que son los huesos de Cervantes, aunque no necesariamente. Podrían ser, sin
embargo, no sabemos. Quizás sí, pero… Según el informe, con Cervantes y su esposa
(Catalina de Salazar) han cohabitado bajo tierra las osamentas de otros
adultos: cuatro de ellos hombres, dos mujeres «y otros dos de sexo indeterminado», más cinco niños. Vaya usted a saber lo que
era sexo indeterminado en el siglo XVI.
En conclusión, nada en concreto, luego de
haber gastado más de 130.000 lechugas imperialistas en la búsqueda. Queda
además la duda melódica de si se podrán exhibir en algún museo para turistas
necrófilos, porque cómo saber cuáles eran realmente los suyos a fin de poder
decir que los hemos visto.
En consonancia con lo literario y
la ficción, la historia semeja un capítulo más de El Ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha. Casi una broma futurista digna de su eterno compañero
Sancho Panza. Digamos, un sanchopanzazo. Una ironía de la ciencia en la que la
ficción novelesca sigue imperando. Se me hace que es una venganza pensada de
antemano por el mismo autor, para que no sigamos repitiendo aquella expresión
tan de moda en nuestros recintos universitarios de finales de los sesenta del
siglo pasado: «Cervantes, camarada, tu muerte será vengada». Para estar a tono
con el hallazgo, habremos de cambiarla por «Cervantes, camarada, tus huesos
serán otra quijotada ». Quizás otra envidiable cervantiada. Así son los
escritores verdaderos: bromistas hasta la eternidad, incluso hasta varios
siglos después de muertos. Vale por don Miguel.
*Originalmente publicado en www.contrapunto.com (22 de marzo de 2015)
Fotografía: Google images (Fernando Rey (Don Quijote) y Alfredo Landa (Sancho Panza) en una producción de RTVE)
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