viernes, mayo 01, 2015

ENVIDIABLE CERVANTIADA*




Se dice que el Quijote es la obra literaria española más citada, leída, traducida y plagiada. Suele argumentarse  que apenas compite con la Biblia y que a veces se duda sobre cuál de esos dos libros ha sido traducido a más lenguas.  Lo que podemos asegurar es  que, después de más de cuatrocientos años de haber sido publicada, se trata de la novela más revolucionaria de nuestro idioma. No ha habido otra porque allí están todos los recursos pasados, presentes y futuros de la narrativa de ficción.  
Todo esto viene a cuento hoy porque está circulando la noticia según la cual un equipo de investigadores ha logrado encontrar en Madrid los restos óseos de Miguel de Cervantes Saavedra, justamente el autor de El Quijote.

No sabemos qué sería mejor: que siguiera dicha osamenta en el misterio o que realmente la hayan encontrado, mezclada con otra porción de huesos en la que, según los antropólogos y forenses, estarían los de Cervantes, pero realmente no están, dado que se hace difícil precisar cuáles eran realmente los suyos y cuáles pertenecían a las otras quince personas que, por varios siglos, han compartido la misma cripta en los recovecos túmbicos del convento de Las Trinitarias Descalzas. No habrá posibilidad de hacer estudios de ADN para verificar el hallazgo, debido a que —aunque mi tía Eloína lo dude— se presume que el autor no tuvo descendencia y apenas  se tiene conocimiento de una hermana suya cuyos despojos  descansan también  en un osario común de Alcalá de Henares. Una historia como para aquel médico de los muertos, protagonista de un  cuento del venezolano  Julio Garmendia.

Es decir, después de unos diez meses de excavaciones, podemos inferir que quedamos en las mismas. Se afirma que son los huesos de Cervantes, aunque no necesariamente. Podrían ser, sin embargo, no sabemos. Quizás sí, pero…  Según el informe, con Cervantes y su esposa (Catalina de Salazar) han cohabitado bajo tierra las osamentas de otros adultos: cuatro de ellos hombres, dos mujeres «y otros dos de sexo indeterminado»,  más cinco niños. Vaya usted a saber lo que era sexo indeterminado en el siglo XVI.

 En conclusión, nada en concreto, luego de haber gastado más de 130.000 lechugas imperialistas en la búsqueda. Queda además la duda melódica de si se podrán exhibir en algún museo para turistas necrófilos, porque cómo saber cuáles eran realmente los suyos a fin de poder decir que los hemos visto.


En consonancia con lo literario y la ficción, la historia semeja un capítulo más de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Casi una broma futurista digna de su eterno compañero Sancho Panza. Digamos, un sanchopanzazo. Una ironía de la ciencia en la que la ficción novelesca sigue imperando. Se me hace que es una venganza pensada de antemano por el mismo autor, para que no sigamos repitiendo aquella expresión tan de moda en nuestros recintos universitarios de finales de los sesenta del siglo pasado: «Cervantes, camarada, tu muerte será vengada». Para estar a tono con el hallazgo, habremos de cambiarla por «Cervantes, camarada, tus huesos serán otra quijotada ». Quizás otra envidiable cervantiada. Así son los escritores verdaderos: bromistas hasta la eternidad, incluso hasta varios siglos después de muertos. Vale por don Miguel.

*Originalmente publicado en www.contrapunto.com (22 de marzo de 2015)
Fotografía: Google images (Fernando Rey (Don Quijote) y Alfredo Landa (Sancho Panza) en una producción de RTVE)

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