martes, mayo 01, 2018

Vocabulario que enferma





Escuchar el diagnóstico de algunos médicos puede hacernos visualizar un mal peor que el que padecemos

El idioma es una inmenso océano que nunca deja de sorprendernos. Cuando creemos que le hemos amarrado los cachos, nos sorprende con algunas cornadas de las que no tenemos ni pura idea. Abra usted el Diccionario de la lengua española y busque, por ejemplo, "tonsilolito". La traigo a cuento debido a que mi tía Eloína se topó con ella hace poco. Ocurrió a raíz de su última visita al otorrinolaringólogo, palabra que por cierto ella jamás ha podido pronunciar completa.  Su búsqueda resultará infructuosa, porque "tonsilolito" es un vocablo especializado, propio de la medicina. No me extrañaría que, debido a su curiosa terminación, le suene a juego infantil o a cualquier otro asunto, pero nada que ver. La voz de marras se refiere a esos mínimos restos de alimentos que se acumulan en la garganta como pequeñas porciones de masa blanca, casi siempre sobre las amígdalas o en sus alrededeores. Con estas últimas tiene que ver el término: "tonsila", utilizable para vestir de pretenciosa gala a lo que es coloquialmente una "agalla". De allí se deriva precisamente "tonsilolito",  y también "tonsilar", que no es un verbo como pudiéramos pensar, sino un adjetivo útil para calificar todo lo que tiene que ver con esas habitantes de la garganta. No obstante, por eso mismo de los misterios del lenguaje, nadie nos entendería si, para pasarnos de cultos,  se nos ocurriera decirle a algún funcionario que es un "tonsiludo" cuando deseemos catalogarlo de "agalludo": esa persona avarienta y ambiciosa que, no conforme con todo lo que ha extraído de las arcas públicas, aspira a quedarse incluso con las reservas minerales del país.

Son palabras que suenan extrañas a los oídos, porque su frecuencia de uso es bastante baja y pocas veces tenemos necesidad de acudir a ellas. Pero, en todo caso, pueden resultar de gran utilidad cuando tenemos necesidad de decir las cosas para que solo las entiendan los versados en algún tema. De allí que todo discípulo de Hipócrates deba tomar en cuanta esto.  Valga recordar un ejemplo más, relativo a otra escena en la que hace ya muchos años un amable matasanos trataba de explicar a mi parienta la situación comprometida en la que, debido a una dolencia estomacal, se encontraba uno de sus maridos ocasionales (ya fallecido):

                —Las acciones proteolíticas de la pepsina y la lipasa están fallando —le dijo— e impiden la formación del quimo...
                —¡¿?!

                Como era de esperarse, ella no entendió ni papa de aquella jerigonza impuesta por la bata blanca y el estetoscopio, pero para nada imaginó que pudiera tratarse de algo bueno. Lo único que se le ocurrió es que cuando un terapeuta te habla de esa manera, las cosas no andan nada bien para quien las padece. Aun así, sin comprender, se atrevió a hacer la pregunta obligatoria, después de que has escuchado tan imponente verbalización.

                —¿Y cuál es la solución para eso, doctor?, ¿tiene cura?

        —Necesita una gastroenterostomía laparoscópica No desocupa el antro pilórico. Tiene problemas entre el duodeno y el yeyuno. —intentó "aclararle", dejándola más inquieta todavía.

Aunque tampoco podría pronunciarlo y tuvo que anotarlo para evitar el olvido, lo único que logró grabar en su cabeza fue uno de aquellos curiosos términos utilizados por el galeno: "gas-tro-ente-ros-tomía". Nomás llegar a la casa, se fue derechito al mataburros para enterarse de que a su concubino había que operarlo y hacerle una conexión que le comunicara directamente el estómago con el intestino. Pensó también que, tanto ella como el paciente, habrían estado mucho más tranquilos si se lo hubieran expresado de esa manera.

Y es que las jergas especializadas tienen precisamente ese problema; existen para que los profesionales de una rama, una ciencia, una disciplina, se entiendan entre ellos. Cuando un médico la utiliza frente al paciente, está demostrando que sabe lo que dice y que, además, sabe decirlo con terminología técnica. Sin embargo, a veces olvida quién es su interlocutor(a). Nada que criticar porque así funciona ese mundo y la gran mayoría de ellos lo hace de buena fe. No obstante, las escuelas de medicina también deberían enseñar que los pacientes comunes y corrientes a veces requerimos que se nos expresen nuestros males con un vocabulario un poco menos hermético;  que los diagnósticos nos "traduzcan" la idea de cuál es realmente la enfermedad que nos acosa; que el vocabulario críptico no se convierta en un recurso para hacernos pensar que no siempre estamos, precisamente,  a un paso de  la cripta.

Las voces extrañas o desconocidas golpean nuestros oídos y si son de alguna especialidad mucho más. Esto es propio de cualquier ámbito, pero tratándose de los predios de Hipócrates, a veces nos hacen imaginar cosas mucho peores de lo que significan. En mi caso particular, sufrí cuando era adolescente una caída que me obligó a acudir a un hospital público (cuando todavía eso era posible en nuestro país). Entre una cosa y otra, me praticaron una radiografía (también eso se hacía gratuitamente para el paciente en esa época. Y no se requería ningún "carné" para que te atendieran). Juro que a esa temprana edad casi me matan los nervios cuando el radiólogo se acercó a mí para decirme que tenía "una lesión en la zona medial del maléolo peroneal". Aparte de que la palabra más importante de la frase comenzaba por "mal-",  aquello me sonó a que de ese día no pasaba. Menos efecto terrorífico me habría generado escuchar sencillamente que me había torcido el tobillo, al no mirar bien por dónde caminaba.

------------
Publicado originalmente en www.contrapunto.com (15-04-2018).
------------

Para ir a mi página profesional, CLICAR AQUÍ



No hay comentarios.: