martes, mayo 01, 2018

Español: marca panhispánica





Desde que decidieron traerla e implantarla en tierras americanas, nuestra lengua dejó de pertenecer solamente a España; pasó a ser patrimonio común de muchos territorios; se "desmarcó" de aquel conglomerado


No olvida mi tía Eloína una anécdota vivida por su sobrino hace varios años, relacionada con la pronunciación americana  de la "Z" y la "C". Durante una jornada etílica salmantina, popularmente denominada "marcha", un lugareño hubo de terminar aceptando mi presunta "destreza" para articular esos sonidos del mismo modo que se hace en buena parte de la península ibérica; es decir, colocando la lengua entre las dos hileras dentarias delanteras.  En el contexto de una broma jocoseria, y ya con el entusiasmo generado por unas cuantas copas de vino,  nada más escuchar que yo pedía  una "servesa", un inesperado espontáneo se acercó a mi grupo para retarme del siguiente modo:

—Hombre, tío, pagaré  todas vuestras cañas y tapas  de la noche si pronuncias como lo hago yo la frase "Cecilia pone el arroz en un cazo, lo cuece y  lo cierne con un cedazo". ¿Vale?

Acepté la afrenta sin pensarlo y, aun cuando terminé con la boca totalmente ensalivada debido al trabalenguas, poniendo énfasis en eso que los fonetistas llaman pronunciación interdental de las "ces" y las "zetas",  repetí como loro lo que aquel sujeto me estaba solicitando. Dos tertulianos hicieron de jueces y, ante el rostro petrificado del retador,  certificaron el hecho.  A fin de cobrar  con intereses la amable apuesta,  esa noche  "condu-miamos y  bebi-miamos"  más  de lo acostumbrado.

 No salía de su asombro aquel caballero ante el hecho de que un hablante hispanoamericano fuera capaz de lo que él consideraba una "hazaña", confesando  que su sorpresa radicaba en haber creído hasta ese momento que en América no  podíamos emitir dichas consonantes como lo hacen ellos, porque tenemos dificultades anatómicas para  hacerlo. Lingüísticamente el fenómeno se llama seseo: como ocurre en algunas zonas de Andalucía, entre nosotros, la "s", la "z" y la "c" se articulan todas como una "s". 

 Ya en la sexta o séptima ronda, manifestó además que, durante su asistencia al cole, uno de los  maestros le había enseñado  que, aparte de esa, las diferencias gramaticales y léxicas entre España y la América hispanohablante eran tantas  que podría hablarse de dos lenguas distintas. "El español es de España, dijo que les repetía, lo de América es un mogollón de dialectos distintos y deformados".
Aunque no hay nada de cierto en aquella creencia, podría pasar que así lo considere un docente conservador, principalmente si ha sido formado bajo las rígidas directrices del purismo, o un usuario común cuando ya su sobriedad está en discusión. Pero lo implícito en tal postulado cambia cuando se trata de una política gubernamental que, sin aparente certeza del planteamiento de fondo, se propone auspiciarlo como parte de uno de sus programas de promoción internacional. Ocurrió hace poco, precisamente en el país ibérico, con eso de que la lengua española pasará a formar parte del proyecto oficial "Marca España". Desde siempre hemos sido admiradores de ese modo de promocionar todo lo propio de esa nación. Sin embargo, más allá de la buena intención que pueda haber detrás de esto,  meter al idioma en el mismo saco de las etiquetas que distinguen sus productos, paisajes o monumentos resulta menos procedente de lo que puedan haber creído los autores de la idea.

El español es el idioma que mayoritariamente hablan los españoles, pero no es solo la lengua de España (ni mucho menos la única). La primera acepción de la palabra "marca" en el propio Diccionario de la lengua española es "señal que se hace o se pone en alguien o algo, para distinguirlos, o para denotar calidad o pertenencia". Atención a las dos últimas palabra: calidad y pertenencia. Desde que decidieron traerla e implantarla en tierras americanas, nuestra lengua dejó de pertenecer solamente a España; pasó a ser patrimonio común de muchos territorios; se "desmarcó" de aquel conglomerado; perdió la categoría de "marca de fábrica" que pudo haber ostentado hasta ese momento. Además, su calidad formal y comunicativa se multiplicó.  En este tiempo, sea como primera o segunda lengua,  es el arma de más de 500 millones de almas. Y, aunque constituye acervo de todos, ninguna de las comunidades en las que se la usa es su dueña. De ser únicamente  de España (con apenas unos cuarenta y siete millones), no sería la segunda  del planeta en número de hablantes nativos, .

Desde finales del siglo XX, se ha fortalecido lo que se conoce como la orientación panhispánica en todo lo que tiene que ver con ella: una gramática, una ortografía, una fonetología y un inventario léxico que, —a veces con aciertos y desaciertos, fallas o incongruencias, cómo negarlo—  dan cuenta, principalmente, de sus variantes peninsulares y americanas, sin olvidar las extensiones ecuatoguineana, filipina, sahariana occidental e israelita, ni tampoco la cantidad de usuarios que cada día se incrementa en predios estadounidenses y brasileños, entre otros. De serlo, representaría  realmente la marca distintiva de más de una veintena  de países y su influencia cultural, aunque no económica,  abarca espacios de cuatro continentes, con notorio predominio, primero, en América y, segundo, en Europa. Mucho esfuerzo ha costado esa tarea integradora desde la RAE y  la Asociación de Academias de la Lengua Española para que, a veces sin darnos cuenta,  terminemos alimentando las hipótesis de aquel parroquiano salmantino y su maestro. Panhispanismo quiere decir marca "condominial" (y valga el neologismo), heredad de muchos, bien colectivo establecido en diversos lugares. No significa pan para hoy e hispanismo para mañana.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (11-03-2018).
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