lunes, noviembre 27, 2017

TUITORREA


Con el envío,  reenvío y repetición incesante de un tuit, se corre el riesgo de simplificar el universo noticiable y reducir la información a doscientos ochenta caracteres

Me solicita mi tía Eloína que sugiera a quienes insisten en escribir "Twittear" y "Tweet", y adicionalmente reclaman a quienes los adaptamos a la grafía del español, que acudan a la más reciente edición del Diccionario de la lengua española (DLE, 2014) y se percaten de que aparecen registradas todas las formas posibles para el verbo "tuitear"  (y su hermano "retuitear") más los sustantivos "tuiteo", "tuit" y "tuitero". Por tratarse de una marca comercial, la única que no ha podido incorporarse a nuestro sistema grafemático es "Twitter". Socialmente la lengua avanza e, independientemente de las creencias de ciertos hablantes, adopta, adapta, acomoda, y/o pide prestadas de otros idiomas voces que jamás devolverá. Todo eso forma parte de su dinamismo. No obstante, tampoco vemos negativamente la opción del español de Colombia. No estamos seguros de que se trate de un uso generalizado, pero hay evidencias de que, al menos por testimonios de la prensa y otros medios de comunicación,  en ese país no tuitean sino que "trinan". Lo hacen apegados a la traducción del verbo del inglés (to tweet). Acá en Venezuela a veces también trinamos, pero con otro significado, a causa de la desazón que provocan algunos usos de esa red social.

En este tiempo no hay evento, proceso o circunstancia que no pase primero por el filtro del tuiteo. Una considerable multitud de personas tiene en este sistema su principal fuente para "buscar" y difundir la información. Twitter es la salvación de muchos que recurrentemente buscan ser los primeros, aunque esto sea un poco cuesta arriba, debido a la cantidad de mensajes transmitidos en apenas un minuto. Dicho medio ha sido llevado a un nivel tan sacrosanto que abundan los que ya ni se preocupan por darle a la noticia una forma diferente a la que refleja cualquier mensaje de esa red.

Hace algunos años, antes de la irrupción de esos templos que son las redes, un analista del discurso podía darse banquete jurungando e interpretando diferentes asunciones mediante la revisión de puntos de vista diversos sobre un mismo acontecimiento noticioso. Actualmente, la "tuitermanía" amenaza con una uniformidad informativa que te cansas. Antiguas nociones del argot periodístico para aludir a la noticia fiambre y a la repetición o acomodación de lo ya conocido ("caliche", "refrito", "fusil") son ahora el pan nuestro de cada día. Alguien pone a circular un tuit creyendo dar lo que se denomina un "tubazo" (una primicia, el "lomito") y resulta que no ha despegado los dedos del teclado cuando ya hay un centenar de reenvíos. La maraña y la confusión reinan hasta el punto de que se hace difícil saber cuál ha sido realmente la fuente original.

Otro síntoma de esta fiebre es la cantidad de veces que un emisor (individual o corporativo) envía y repite en diversos momentos un idéntico texto. Pasan los días y cada vez que suena el pitico de la notificación o procuramos buscar algo fresco, nos percatamos no solo de que la misma "exclusividad" ha sido replicada por una altísima cantidad de tuiteros sino que, además, algunos parecieran haber dejado pegado el dedo en "enviar enviar enviar...". Abrimos la mensajería de texto y, a modo de ñapa, caemos en idéntico foso. Acudimos al WhatsApp o al Instagram y... adivine. Te levantas al otro día, activas tu pantalla y, ¡zas!, más de lo mismo. Prendes la tele o la radio y certificas que ahora por lo menos no tienes que leerlo de nuevo; lo hacen por ti a través de los micrófonos o te lo ponen en la pantalla y además te lo deletrean otra vez. Hay incluso mensajes acerca de eventos ya superados que cada día son puestos en circulación como si aquello fuera a ocurrir de nuevo.

Para colmo, hay hablantes públicos que limitan sus declaraciones a lo que pueda decirse en ese reducido ámbito, ni más ni menos. Las convocatorias a los comunicadores han comenzado a extinguirse y, cuando alguien recurre a ellas, todo lo que se diga allí se resumirá en un "trinar y cerrar de ojos". Hasta los decretos, las leyes, los edictos, las decisiones más importantes, se hacen públicos por esa vía. En término de diseño periodístico, un mensajito puede constituir el titular, el sumario, el cuerpo y la conclusión de lo que se informa.  


Cómo denominar este curioso hábito comunicacional será una tarea importante para los comunicólogos y semiólogos. De momento, si de algo sirviera, podríamos agregar un nuevo vocablo a la familia de palabras referida al inicio: "tuitofilia". Esa no está en el DLE, pero estamos a punto de recoger firmas a través de Twitter para hacer la propuesta de que alguna vez la incluyan. Claro, en estricto apego a la realidad, y para describir lo que se siente cuando te invade el síndrome de estar leyendo, releyendo y volviendo a leer lo mismo, habría que agregar su antónimo: "tuitofobia". De no buscarse a tiempo un equilibrio, la "tuitorrea" podría perjudicar la efectividad informativa y, en lugar de seguir siendo una red, convertirse en una confusa tela de araña que amenaza con reducir todo lo noticiable a doscientos ochenta caracteres.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (06-08-2017). Actualizado para esta entrega.
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