lunes, noviembre 27, 2017

Liquidación de palabras líquidas


Según una conocida canción, el amor se rompe "de tanto usarlo"; igual, las palabras se deterioran si se altera negativamente su significado primigenio

Si por necesidad, interés momentáneo o simple curiosidad, a alguien se le ocurre revisar la acepción inicial de la definición de "líquido, a" recogida en el Diccionario de la lengua española (DLE), probablemente no lo convenza demasiado o quizás le diga tanto que termine por no entenderla:

 "adj. Dicho de un cuerpo de volumen constante: De moléculas con tan poca cohesión  que se adaptan a la forma de la cavidad que las contiene, y tienden siempre a ponerse a nivel."

Más allá de tan particular explicación, por lo menos nos deja claro que  entra en la categoría de los adjetivos, uso habitual que se le da en algunos medios poco originales cuando en sus  titulares se alude al agua como el "vital líquido" (verbigracia, uno reciente de un periódico caraqueño: "Día mundial del agua: Cómo preservar el vital líquido"). En el ámbito de las ciencias económicas se utiliza la expresión "capital líquido" para aludir a aquellas cantidades no comprometidas con lo que suele conocerse como los "pasivos". De allí que los especialistas argumenten que, desde hace varios años, vivimos tiempos de escasez y carencia de efectivo porque el país carece de suficiente liquidez monetaria.  Agréguesele a eso que, en predios especializados como el de la fonética,  suele catalogarse a los sonidos representados por  la "erre" y la "ele" como "consonantes líquidas". Según eso, pareciera que "se dejan colar" por los laterales de la lengua cuando las pronunciamos. El mismo DLE  aclara al final que el vocablo puede utilizarse también como sustantivo. En cualquier caso, y para no enredar más el asunto, como que resulta más provechoso quedarse con la idea de que es líquida cualquier  materia capaz de fluir como el agua, siempre que el espacio circundante lo permita.

Todo este introito conduce a la duda de hoy porque  hay palabras que metafóricamente parecieran más líquidas que otras: algunos usuarios desubicados  las (entro)meten en cualquier conversación de tal manera que su significado original termina alterándose, convirtiéndolas así en lo que los lingüistas denominan "comodines léxicos". Sirven para designar tantas cosas diferentes y caben en tantos contextos que al final pueden volverse sal y "agua".

Ejemplos sobran en estos días de indefiniciones, discusiones bizantinas, culpabilizaciones y (contra)golpes de pecho y despecho. Es obvio, por ejemplo, que ya la harto repetida palabra "unidad" adquiere su sentido en el español venezolano de acuerdo con quien la utilice y a propósito de qué. Para el común de la gente (la que vota y la rebotan), ahora remite a una contradictoria "unión desunida"; para muchos otros, fundamentalmente políticos, se ha evidenciado que semánticamente parece referirse a "desastre", "anarquía" o "medalaganismo", cuando no a "dispersión", "insulto" , "traición" o "recule". Más evanescente y traslúcido no puede ser el término. Igual lo son voces como "diálogo", "paz" y "democracia"; cada cual las interpreta a su manera y las deja deslizarse, a veces caudalosamente, con marcada alevosía,  en llamativas declaraciones, como quien no quiere, pero siempre con sentidos subliminales, ocultos, difusos o, por lo menos, ambiguos.

Para sorpresa de los profesores de lengua, el diálogo  ya no necesariamente es una plática o encuentro cordial para ponerse de acuerdo en algo, sino un recurso (in)comunicativo de lanzamiento mutuo de improperios a diestra y siniestra. A lo que más se acerca esta nueva acepción es a la locución  "diálogo de sordos" (en el que los interlocutores se desescuchan mutuamente) o "diálogo de besugos" (aquel que se materializa mediante inexplicables incoherencias).

 Por mucho que la proclamen tirios y troyanos, ya la paz no es tampoco lo que imaginábamos; en absoluto refiere a "armonía", "acuerdo" o "tranquilidad";  más bien pareciera confundirse con la guerra, la cuchillada por mampuesto, la agresión y la trampa, aunque algunos saquen de vez en cuando una bandera blanca para proclamarla y defenderla.

En cuanto al término "democracia", poco sentido tiene ya adentrase en él. Habremos de pedir a quien corresponda una enmienda lexicográfica que la ponga en el nuevo pedestal al que la ha conducido nuestra cotidianidad política. Poco a poco, su significado primigenio se  ha venido desvaneciendo como el agua evaporada. Tanto se ha lidiado con este vocablo y con los anteriormente mencionados que su "liquidificación" recurrente, el hecho de tergiversarlos hasta el cansancio por quienes debieran utilizarlos adecuadamente, está contribuyendo a su inevitable liqui-dación.

Estas voces han sido líquidas hasta ahora porque cabían en cualquier circunstancia. No obstante, de seguir con estos usos inadecuados, poco falta para que pasen a convertirse en vocablos liquidados del repertorio léxico nacional.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (05-11-2017)
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