Aunque
no es exactamente una historia idéntica, la cronología de la narrativa femenina
venezolana guarda alguna relación con el hecho de haber logrado (las mujeres)
que el Congreso de la República aprobara, en 1945, el derecho al voto,
inicialmente solo en los sufragios municipales. Ese hecho implicó un hito
importante en la futura conformación sociopolítica y cultural del país. Tanto fue
así que ha sido mucho más que difundida la cuarteta con que el ingenioso poeta
(y a la sazón diputado) Andrés Eloy Blanco celebró aquel hecho. Con la venia de los lectores, me
permito recordarla aquí porque, muy a
pesar del vocabulario bromista, resulta ser mucho más profunda de lo que
aparenta:
La
política se inclina
Sin
excepción de persona
De
la fuerza masculina
A
la fuerza más culona.
Sin
dejar de lado el humor, estos versos son indicativos de un cambio de época. Y
no es casual que haya incluso algunos aspectos que vinculan esas dos historias:
la del derecho al voto femenino y la del ejercicio de la narrativa literaria
escrita por mujeres. Precisamente, una dama
cuentista estuvo muy vinculada con los movimientos que lograron aquella
victoria acerca del sufragio. Sin olvidar que hubo narradoras activas desde
mucho antes, ya para ese año, esa misma escritora había publicado por lo menos
un libro de cuentos y una novela [Flora
Méndez, 1934; Tierra talada,
1937]. Luego, entre 1946 y 1994, daría a
conocer otros cuatro volúmenes de narraciones cortas [Pelusa y otros cuentos, 1946; Luna
nueva, 1970; Las otras antenas,
1975; Haz de cuentos, 1994]. Lo que a
su vez implica que (en teoría) debió haber sido suficientemente conocida en el
mundo literario venezolano: desde mediados hasta casi el cierre del siglo
pasado.
Sin
embargo, si volvemos atrás, encontraremos que, entre las compiladas por
caballeros, solo una antología alusiva a ese tiempo incluyó un texto suyo
(titulado «El hijo»). Me refiero a la del escritor monaguense Julián Padrón,
publicada justo ese mismo año 1945 por el Ministerio de Educación Nacional.
Esa
ilustre señora, luchadora y cuentista, se llamó Ada Pérez Guevara (1905-1997) y
no hay duda de que su obra narrativa exige que la revisitemos sin prejuicios. Con
ella se afianzaba la incursión del mundo de las mujeres en el cuento
venezolano. Y además habría que volver la vista a otras como Lourdes Morales
(1910-1989), Lucila Palacios (seudónimo de Mercedes Carvajal de Arocha,
1902-1994) y Dinorah Ramos (seudónimo de
Elba Arráiz, 1920-1960). Quizás no por casualidad se trata de cinco de las seis
mujeres que aparecen representadas en la referida antología de Padrón (Cuentistas modernos, 1945), obra de un visionario también bastante
olvidado. La sexta es Graciela Rincón Calcaño (1904-1987). Digamos que, en eso,
la de Padrón será la única selección que, para ese tiempo, se deshace del
prejuicio creado en torno a la hegemonía masculina del relato breve. Así, el
autor de Candelas de Verano (1937,
1971, 2007) superó a otros (anteriores y posteriores) célebres autores
preocupados por antologizar el relato nacional del siglo XX, verbigracia,
Arturo Uslar Pietri, Guillermo Meneses, Mariano Picón Salas, José Balza. Es
decir que, desde esos tempranos cuarenta de la pasada centuria, ya las escritoras
andaban echando cuentos, aunque no siempre los compiladores masculinos las hayan
tomado en cuenta.
Para
entrar de lleno en la narrativa venezolana corta escrita por mujeres, sería muy
útil la revisión de los libros Las
mujeres toman la palabra. Antología de narradoras venezolanas (de Luz
Marina Rivas, 2003) y de El hilo de la
voz. Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX. (compilada
por Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres, 2003).
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (7 de junio de 2015)
Fuente de la imagen: Google images
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