Leo en un diario de provincia una noticia que me sorprende y
que supongo de antemano como una interpretación periodística errada: «La Real
Academia Española acepta diez venezolanismos». Alude al recientemente publicado
Diccionario de la lengua española (2014). Para no enredarnos, abreviémoslo
DILE. Lo de DRAE tiene confusos visos de
posesión unilateral. En realidad, esa obra no es de responsabilidad exclusiva
de la Real Academia Española. Desde hace ya varios años, el DILE es producto de
una mancomunidad integrada por veintidós academias. En mayor o menor grado, todas han hecho sus
aportes para que el Diccionario se enriquezca. Este criterio de abreviarlo DILE ha sido
refrendado incluso por el nuevo director de la RAE (Darío Villanueva). Y la
presencia de Hispanoamérica en sus páginas ya es notable, aunque todavía
queden pendientes diversos vacíos.
El DILE (2014) aparece con motivo de los trescientos años de la Real Academia Española. De la
noticia referida arriba podría inferirse que apenas diez nuevas voces venezolanas han
sido incorporadas a ese mítico mataburros (vocablo que por cierto ya es un
americanismo/venezolanismo con patente académica). Y en realidad es cierto. Los
diez términos aludidos ya son parte del DILE, mas no los únicos que se han
incorporado a esa edición. Siete de las voces allí mencionadas aparecen por
primera vez: chamo, faramallero, leche (buena suerte), pana, pasapalo, rasca (borrachera), sócate; tres de
ellas ya eran parte de la edición anterior: borona, emparamar, mecate.
No obstante, para evitar malentendidos, hay que dejar claro
que el DILE contiene, desde hace tiempo, muchos más venezolanismos de
diferentes clases. Si bien todavía no suficientes, el inventario ha venido
creciendo en la medida en que aparecieron las diferentes ediciones. Las últimas
y más ricas han sido las de 1992, 2001 y 2014. Digamos que, de un total
aproximado de diecinueve mil americanismos, las voces nuestras ya sobrepasan las mil quinientas (entre
definiciones independientes y acepciones).
Hay múltiples venezolanismos compartidos con otros países
americanos. Por ejemplo, autobanco,
cacerolear, camuflajear, carnetizar, cedulación, bojote, chupamedias… Los hay de uso exclusivamente venezolano: sócate,
rasca, pasapalo, arrechera, emparamar(se), abasto(s), tongoneo, autobusete, majunche,
amellar, bombero, coñazo, cachito, choreto-a, motorizado-a y muchos más. Otros
ya se han anexado al vocabulario general del español: bellista, bolivariano,
bomba (surtidor de gasolina), bululú, entre otros.
Y es obvio que existen los que todavía no han sido
incorporados, aunque sí forman parte del Diccionario de Americanismos (DA,
2010): busaca, cacho, chalequear, chimbo, choro, cogeculo, cuaima, despelote,
enratonar(se), jalabolas, matraquear, hojilla y paro de contar porque no
cabrían aquí.
La historia futura del español de Venezuela determinará si se integran o no algunos que
están en plena efervescencia: guarimba, guarimbero, bachaquear, bachaquero,
bachaqueo, escuálido, chavismo, chavista, enchufado, lomito (lo mejor, óptimo),
toripollo, chiripero, raspacupo… La supervivencia de las palabras depende mucho
de que se mantengan las situaciones específicas que las hacen nacer y de que
socialmente decidamos que valen la pena. Esperemos que por lo menos no se
consagren definitivamente algunas de las mencionadas en este párrafo.
Tampoco es que se trate de la perfecta sincronía y equilibrio
entre el vocabulario peninsular y el americano, pero algo se va logrando en la
medida en que las distintas academias se hagan sentir. Poco a poco se ha venido
ganando un terreno que nos corresponde legítimamente. No es una concesión ni un
reconocimiento, pues América es una
fuerza innegable para el fortalecimiento del idioma. El ochenta y cuatro por
ciento de los hispanohablantes estamos de este lado del Atlántico, un cercano
nueve por ciento en España y los demás dispersos por el resto del mundo.
Y, para concluir, lo curioso de la reciente publicación del
Diccionario de la lengua española (DILE) es que (a siete meses de su salida al
mercado) hasta hoy no lo hemos visto en nuestras librerías. Según las noticias,
ha sido distribuido por el mundo, siendo Venezuela una de las excepciones que
para nada nos honra. Cabe preguntarle a la editorial Espasa (empresa del Grupo
Planeta, con filial venezolana en plena producción) el motivo por el cual
—hasta ahora—nos han privado de tener el nuevo Diccionario entre nosotros. Más allá de su presencia en la web, el DILE
impreso en papel es todavía una necesidad para muchas personas e instituciones.
No tenerlo disponible en el país constituiría casi un crimen de lesa lengua.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (31 de mayo de 2015)
1 comentario:
No tengo fe en obtener un respuesta, pero ando en busca de la palabra que describe a esas personas que conforman parte de un electorado, pero a diferencia de los que votan porque son militantes de un partido, o porque creen en un proyecto o creen en promesas, o incluso porque son parte de una rosca, estos "le militan" a un candidato simplemente porque es el que ven que puede darles.
Esa gente puede estar devotamente en cuanto mitin de "Chábes" hubiera, pero apenas lo ven escachuchando se cambian la franela en un suspiro y pasan ahora a los mítines "del Flaco". Y así por siempre.
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