miércoles, septiembre 30, 2015

Pensar en masculino / hablar en femenino



Eliminar el tratamiento masculino no acabará con la discriminación ni favorecerá la visibilidad de la mujer

Hace varios días nos topamos en las redes sociales con una noticia que ha vuelto a traer a la palestra pública el tema de lo femenino y la visibilidad social de la mujer, esta vez del otro lado del Atlántico. Venía de la población española  de Corvera, en el Principado de Asturias. Algunos  concejales o candidatos a serlo se dejaron de medias tintas y decidieron cortar por lo sano en eso del feminismo-leninismo. Manifestaron a través de los medios que  habían decidido  eliminar radicalmente de sus comunicados oficiales e intervenciones públicas el tratamiento masculino. Eso implica que —independientemente del sexo del hablante o de su(s) destinatario(s)—  solamente se dirigirán a los otros y otras y aludirán a sí mismos en femenino. Ignoramos cómo van a lograrlo porque, aparte de lo titánico, absurdo y caricaturesco de la tarea,  raspar sin anestesia el tratamiento masculino de la lengua española sería como arrancar de cuajo una importante porción de la realidad.  


Uno de los proponentes de tal disparate ha dicho que ya lo hace y que cada vez que habla en público,  solo utiliza la autorreferencia de  “nosotras”, incluyéndose, aunque, al menos de acuerdo con su apariencia, el autoaludido  es hombre macho varón.  Naturalmente que debe haber confundido a más de un escucha porque, de seguir refiriéndose a sí mismo de esa manera, finalmente no se sabrá si él es gavilán o paloma. Mi tía Eloína considera que —como diría Amaranta, personaje de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez— los ediles corvereños  están “confundiendo el codo con las témporas”. Primero, porque lo que proponen no eliminará el tratamiento masculino del español. Y, segundo, en el supuesto negado de que lo logren, será bastante confuso que, independientemente de lo que seamos, la totalidad de los hispanohablantes tengamos que asumir el “nosotras” a la hora de comunicarnos. De broma no se les ha ocurrido sugerir también que, para terminar de poner la cantada, todos nos dispongamos a aludir a los demás como “ustedas” o “vosotras”.

 ¿Qué significará hablar solo en femenino? ¿Que yo diga o escriba, por ejemplo,  “nosotras, todas las columnistas de Contrapunto somos hembras y varones”? ¿O que aludamos siempre a nuestras lectoras, interlocutoras, oidoras, etc., y desconozcamos la existencia de los caballeros que tienen la gentileza de acercarse a nuestros garabateos? Siguen ignorando todas las “proponentas” masculinas y femeninas  de estas  cosas absurdas que la realidad no cambiará solo con que practiquemos propuestas incoherentes,  más cercanas al ocasional populismo político que a la mejor y muy merecida visibilidad social y política de las damas. Más bien, en muchos casos, ayudarían a generar caos y desarticulación.


Para nada podría resultar discriminatorio que yo mismo, el autor de estas líneas, continúe comportándome lingüísticamente como lo he hecho siempre y aludiéndome con el género masculino, al que también tengo derecho de acuerdo con las reglas gramaticales y comunicativas de mi idioma nativo. De aceptar el cambio propuesto, terminaré confundiendo a mis hijos, a mi esposa,  a toda mi familia, amigos, alumnos, colegas, que no se tomarán tan sencillamente esto de que he cambiado de género gramatical para aludirme a mí mismo. No entienden los propulsores de estos asuntos que género y sexo son dos conceptos completamente distintos y que en todas las lenguas del universo hay palabras para lo femenino y los masculino, aunque gramaticalmente solo se marque en un porcentaje de ellas. Algunas diferencian, además, otros tipos de género gramatical, por ejemplo,  el neutro. En cuanto a lo biológico, cada quien está en libertad absoluta de integrarse al bando sexual que mejor le cuadre, de acuerdo con su visión del mundo y sus condiciones mentales y genéticas. Eso nadie lo discute y es harina de otro costal. Pero aspirar a trocarnos a todos en “todas” de un plumazo podría terminar volviendo peor el remedio que la enfermedad.  Ni tan calvo ni con dos pelucas, pues.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (9 de agosto de 2015)
Imagen: Google images
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