lunes, abril 26, 2010

Luchar contra el "sistema”






A  Cigilberto Ramírez, quien alguna vez  intentó "hablar con el sistema".


Los primeros encontronazos con esa oscura entidad nombrada “sistema” los tuve durante mis tiempos de bachillerato. Eran mis reuniones primerizas con algunos “dirigentes políticos” de los partidos de izquierda de aquella época. Los escuchaba vociferar y discutir sobre las condiciones del “sistema opresor” y la necesidad de luchar contra él (o ella, porque a veces el sistema tiene rostro de mujer).
 Envuelto en mi ingenuidad, no estaba yo seguro de que “aquello” a lo que aludían fuera gramaticalmente “masculino” o “femenino”. Si me atenía a las clases de castellano de mi primer año en el liceo, debía haber concluido que “si termina en a” debería ser femenino, aunque la anteposición del artículo masculino me indicara todo lo contrario. Una verdadera contradicción, según mi lógica adolescente.
Reflexiones algo absurdas de un imberbe estudiante de secundaria, que a nada llegaron porque, “asexuado y desgenerado”, el fulano sistema seguía allí, inamovible, muy a pesar de que quienes hacían de orientadores ideológicos insistían en que la “guerrilla” (en pleno auge), la lucha de clases, la conciencia revolucionaria y otros aditamentos se habían venido fortaleciendo justamente para acabar con el “sistema imperante”.
Pamplinas.
Pasó el tiempo y el fulano sistema se mantenía incólume. Total, me decepcioné de varios de aquellos “dirigentes” que comenzaron dándonos lecciones con una supuesta mano izquierda que no pocas veces devino a la posteridad en una “siniestra derecha”. Incomprensible, pero así es. Nunca entendí los acomodos ideológicos y más tarde confirmé que en efecto si eres político, hoy puedes estar de frente contra “un sistema” y mañana harás todo lo posible para que “se mantenga sin mantenerse”. Cantinflas dixit. Dialéctica, acomodo, reajuste, sinergia, conveniencia, oportunismo... Asígnele el lector o lectora la mención que mejor le corresponda.
No obstante, digamos que nadie daba explicación sobre lo que era el “sistema” aludido, pero todos intuíamos de qué iba la cosa. Aparte de que en otras clases habíamos oído hablar de “sistema o aparato digestivo”, “sistema o aparato respiratorio”, “sistema nervioso”. Y, por supuesto, en Matemática, del “sistema métrico decimal”. Sin olvidar en otros campos el sistema judicial, el sistema planetario, el sistema solar, las lenguas como “sistemas” y muchos etcéteras.
Todos aparentemente claros, con referentes medianamente definidos, concretos, aunque no es así en estos días de clima tan poco sistemático. Hoy día el sistema es algo más complicado que cualquiera de las acepciones referidas.
Sin saber por qué, y para buscar explicación al cambio de significado, he recordado una anécdota de finales de los setenta. Tiene que ver con la ocasión en que se me ocurrió aceptar que, como decía la propaganda oficial, “cualquier ciudadano venezolano” tenía derecho a solicitar una beca de estudios en el extranjero ante la recién instaurada Fundación Gran Mariscal de Ayacucho. Pues, como “cualquier ciudadano” que yo era, me atreví a hacerlo, sin tener padrinos políticos ni burocráticos, únicamente amparado en lo que yo suponía era un aval: mis calificaciones de pregrado.
Equivocación total
Cuando correspondió, leí en el diario la lista de becas asignadas para estudios de postgrado y constaté que a lo mejor aparecían muchos “cualesquiera ciudadanos” allí, pero mi nombre no figuraba por ninguna parte. Nada. Decidí entonces acudir a la sede de la Fundación a solicitar la razón para que se me hubiese excluido y la palabrita “sistema” volvió a golpearme sin piedad.
La coordinadora del programa era una señora robusta, de cachetes inflados y voz de soprano decadente, para mi asombro con acento y apellido portugueses (Soares). Sin anestesia y sin ninguna clase de remordimiento ni pudor, la doñita me respondió en una especie de portuñol mezclado con dialecto maracucho:
-Tiene buenas notas, pero no es culpa nuestra, la beca se la ha negado el sistema.
Días después, para “desafiar al sistema”, mi esposa y yo habíamos tomado la decisión de que nos iríamos en viaje de estudios, aunque en mi caso hubiera de hacerlo a expensas de nuestros menguados ahorros. Así lo hicimos y, oh sorpresa, un año y medio después me encontraría de nuevo a la señora Soares. Andaba de “ronda supervisora” por toda Europa “visitando” a los becarios de la Fundación. Es decir, favorecida por el sistema de mis tiempos de bachillerato, la señora llevaba dos meses haciendo “turismo académico y sistemático”. Como ni siquiera me reconoció, no tuve ocasión de preguntarle si también su alianza con el sistema incluía los boletos y estada de la familia que la acompañaba (esposo y dos hijos adolescentes), pero intuí la posible respuesta como positiva.
En mí se fundieron y confundieron entonces dos conceptos de sistema: el viejo, al que aludían los dirigentes del liceo (el que apoyaba a la señora Soares para viajar con su familia en nombre y a expensas del gobierno) y el nuevo (al que ella había aludido para explicarme por qué yo había quedado fuera de la lista de becarios).
Desde ese día comencé a preguntarme cuál de los dos sistemas será más perverso, si el político o el informático. Y lo digo porque ahora, en tiempos de teclados, claves, pines y pantallas, todo es sistemático, menos los sistemas.
Para ratificarlo, no tiene usted más que hacer una llamada telefónica y basta. O visitar alguna institución que opere con cualquier tipo de máquina distinta de un ábaco. Entre las respuestas consuetudinarias que puede obtener quien hace la llamada, la visita o la consulta vía Internet están:
-Disculpe, no puedo darle la información porque no hay sistema.
-Llame un poco más tarde, el sistema está muy lento.
-Sus datos no aparecen en el sistema.
-El sistema esta “colapsado”, inténtelo en otro momento.
-Error del sistema, consulte más tarde.
-Su nombre ha sido rechazado por el sistema.
-Le avisaremos cuando haya sistema.
-Clave de acceso al sistema, negada.
-El sistema no está operativo.
-Hay incompatibilidad entre su sistema y el nuestro.
-Lamentablemente, su solicitud sobrepasa las posibilidades de nuestro sistema.
De modo que el bendito sistema de este tiempo es una superpoderosa entidad, sin rostro, sin voz, sin cuerpo, solo con un inmenso cerebro capaz de controlarlo todo, sin cuyo apoyo y soporte uno prácticamente es nadie. No se trata de las tres divinas personas sino de mucho más que eso. El sistema es responsable directo (pero invisible) de cualquier cosa que pueda ocurrir en el mundo moderno. Todo se le achaca a él, sin dudas de ninguna naturaleza. Es capaz de todo y de nada. Y ni siquiera podemos insultarlo, agradecerle o halagarlo.
El sistema va, viene, se oculta, regresa, se esfuma, no responde…
Tanta es su injerencia en la vida contemporánea que nada seríamos sin él, pero también nos hace sentir mínimas partículas del universo. Somos humillados, alabados, felicitados, congratulados por algo que tiene nombre pero no es cosa, no es cuerpo, no es materia. Ni ser ni ente, como diría un profesor de filosofía. No es gaseoso, ni líquido ni sólido. Etéreo es un vocablo muy elegante para designarlo, pero por ahí va.
El sistema es un misterio insondable que está en cada mínimo recodo de nuestra vida. Hasta el punto de que mi tía Eloína, arriesgada y emprendedora incluso ante lo enigmático, llamó hace poco a la central de reservaciones de una línea aérea, con el propósito de ratificar que viajaría al día siguiente en el vuelo para el cual había adquirido un boleto.
Después de cuarenta y cinco minutos repartidos entre frases como “espere un momento, por favor, señora”, “gracias por esperar en línea, señora”, “deme su nombre completo de nuevo, señora”, “repítame el localizador, señora”, “¿en qué agencia adquirió el boleto, señora?”, la conclusión no pudo ser más contundente.
-Señora Padrón, gracias por su paciencia y le ruego, señora, que disculpe, pero su reservación no aparece y no se puede hacer nada.
-¿Cómo que no se puede hacer nada? ¿Y de quién es la culpa?, ¿Mía? ¡Páseme con la Gerencia, por favor!
-Lo siento, señora, disculpe, en la Gerencia no hay nadie, la licenciada “gerente” está de viaje, pero le adelanto que tampoco ella podría hacer nada. Es culpa del sistema.
-Pues entonces, carajo, ¡páseme al sistema!, ¡quiero hablarle!

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Referencia de la imagen:
http://www.canalred.info/public/Fondos_Pantalla/Abstractos/Espiral%20del%20sistema.jpg

7 comentarios:

Bernardo Navarro dijo...

Muy oportuna disertación. Me reído mucho y he encontrado que no ha había reparado en la nefasta omnipresencia del Sistema.
Por cierto, hacían falta sus entradas, profesor.
Saludos cordiales.

Nour Adoumieh dijo...

Buenísimo... Hoy en día el "sistema" nos ataca implacablemente cuando pensamos distinto. Incluso es causa de la negación de financiamientos para actividades académicas. Pues si su trabajo no tiene la palabra motor, no arranca...se queda en la gaveta de la secre...

Nour

Bettina Pacheco dijo...

Hola, Luis, al fin puedo dejarte un saludo como fiel seguidora de tu blog, de tus oportunos, inteligentes y muchas veces jocosos comentarios, pero es que no sabía cómo, culpa del sistema...je je je

Marisol dijo...

Hola Luis,
Justo hace unas semanas estaba comentando con una amiga esta situación comunicativa en la que el "sistema" es el responsable de la toma de decisiones. Por cierto, que para ser "sistema" es bien ineficiente.
Marisol

HATOROS dijo...

COMO LA VIDA MISMA

Perros dijo...

Me encanta tu blog pasate por mi blog de recetas

Anónimo dijo...

Profe, este escrito me parece genial, porque me hace pensar que la noción de sistema organiza y en la vida humana actual se ha vuelto discontinuo,corrosivo y sobre todo destructivo...¿Què pasó con el orden que el sistema solía imprimir?...Se perdió en la falta de fidelidad a sus propios principios.De eso estoy convencida.