
En estos días he tenido una conversación con un
aspirante a Bachiller. Debo confesar que su relato no hizo más que confirmar lo
que siempre he pensado de las llamadas pruebas de admisión que ejecutan algunas
universidades a la hora de precisar quiénes tienen las habilidades y destrezas
suficientes para ingresar a sus recintos.
El chamín me contaba acerca de los horrores
padecidos por él, desde que en septiembre pasado inició su quinto año de
bachillerato en un instituto modesto, pero privado. Lo primero que reseña mi
interlocutor es la retahíla de consejos, reclamos, premisas y regaños consecutivos
provenientes de su grupo familiar.
-Te compré varios problemarios para que hagas ejercicios por las noches- le dijo la madre.
-Tienes que estudiar matemática, si no, te frunces- le ha repetido su padre cada día.
-Deja de leer tanta pendejada en Internet y dedícate a los números, es lo más pelúo- le aconsejó su hermano, ya estudiante universitario de Comunicación Social.
-Si fallas en mate, te dan “matica‘e café”- le dijo una de sus tías, que por cierto es contadora.
En fin, no hay día en que algún miembro de su
familia inmediata no le haya mostrado la preocupante situación de tener que
ingresar al mundo universitario nacional. A criterio de mi joven amigo,
prácticamente ha tenido que seguir dos planes de estudio en paralelo. Nomás
comenzó el año escolar en el liceo, su madre lo inscribió también en un
instituto de esos que dictan los llamados cursos “propedéuticos”
preuniversitarios, con la finalidad de que pudiera llenar los vacíos que le
fueran quedando en sus estudios formales “de Matemática”. Todas sus diversiones
habituales han debido entrar en un largo reposo, debido a que, en su tardía
adolescencia, la universidad se ha
convertido en su única mira. Su foco exclusivo de atención, su exclusiva
preocupación vital.
Y decir
universidad y números casi pareciera ser lo mismo.
Ahora en estos días, hace poco le llegó la hora
decisiva, el momento en que por fin debería definirse su futuro. Las largas
colas de las preinscripciones han culminado en la asistencia a distintas
pruebas internas de admisión. Y lo que ellas significan.
El chico describe contextos que paran los pelos.
Hileras de muchachas y muchachos atemorizados, nerviosos, pálidos, algunos
francamente aterrorizados, parecían ir al patíbulo y no a una simple prueba de
admisión. Eso me relata. Y detrás de ellos, multitudes de padres y madres
dispersos por todos los espacios de las universidades, con unos rostros de
preocupación parecidos a los de los familiares cuando despiden a soldados y “soldadas”
que se marchan a la guerra. Tristes, apesadumbrados y seguros de que muchos de
ellos no regresarán con vida o volverán todos maltrechos.
Sin decir
nada de los aprestos relativos a “primeros auxilios” que rondaban por esos
ambientes.
-Pero igual salí clavado, profesor, como me dijeron que cada respuesta mala anula dos buenas, dejé todo lo de “mate” en blanco. No me gusta esa vaina y si las respondía seguro me fusilaban peor.
-Pero igual salí clavado, profesor, como me dijeron que cada respuesta mala anula dos buenas, dejé todo lo de “mate” en blanco. No me gusta esa vaina y si las respondía seguro me fusilaban peor.
Como docente universitario, no he sido ajeno a la
situación descrita por mi joven amigo. Y, más allá de lo que se ha discutido
sobre las pruebas de ingreso a las universidades, he llegado a preguntarme si
será normal esa pavorosa y terrorífica situación en que para algunos se ha
convertido dicha actividad. En los tiempos en que yo debía asistir como jurado
a estas “olimpíadas académicas”, también fui testigo de desmayos, diarreas
incontenibles, bajadas o subidas de tensión, descompensaciones y otros males
ocasionados por el pavor que genera en la persona saber que se está jugando su
futuro frente a unos cincuenta o sesenta ítems y que dicho asunto será resuelto
en las dos o tres horas en que debe desarrollar aquello. Y ya sabemos que ese
terror está muy vinculado al hecho de que lo que más temen los aspirantes es
fallar en lo que tiene que ver con las llamadas “habilidades cuantitativas”. Si
vamos a lo esencial, también la parte correspondiente a “conocimientos” depende
de cálculos y más cálculos.
Lo digo porque, de verdad, en el calor de la
disputa sobre estos asuntos de “inclusión” /“exclusión”, me he preguntado varias veces si
no será la terrofilia generada alrededor de Pitágoras uno de los factores que
más ha incidido en que las pruebas de admisión se hayan convertido en “el coco”
de algunos aspirantes a bachilleres y en el fetiche de reconocidos
universitarios. Desde dentro de las universidades estamos en la obligación de
preguntarnos muchas cosas frente a este fenómeno y de aceptar que, nos guste o
no, tal y como han venido administrándose, algunas pruebas de admisión sí son
excluyentes y limitativas. Su propia filosofía así lo determina.
En tales casos, el destino depende de unos
percentiles y cortes. Todo gira alrededor de una cifra.
Durante algún tiempo estuve implicado en esto de
los modelos de pruebas y también me llegué a plantear más de una vez el asunto
relacionado con la presencia abrumadora de la matemática y todo lo relativo a
la resolución de problemas en esos sistemas de medición. Aún a riesgo de que se
me malinterprete, parece obvio que ha existido una corriente cultural y un
paradigma científico que tiene a la matemática como el eje fundamental del
universo. Si al salir del bachillerato no tienes habilidades de esas que se
denominan “cuantitativas” casi pasas a ser considerado un “guateperro”, como
suele decirse en el oriente del país. A juzgar por lo que rige a eso que se
denomina las “ciencias duras”, todo el universo pareciera girar en torno de
ecuaciones, teoremas, productos notables, números binarios, propiedades,
funciones trigonométricas, raíces cuadradas, etc.
Y eso, a mi parecer, ha incidido en las pruebas, en
su diseño, en sus contenidos y en su operatividad.
No es un azar publicitario que buena parte de los institutos que dictan los tan “productivos” propedéuticos lleven precisamente nombres que suenan y resuenan en el universo de los números: Newton, Galileo, Gauss, Leibniz, Kepler, Volta, Einsten... Tampoco lo es que el mayor porcentaje de ejercicios contenidos en esos instrumentos de evaluación impliquen habilidades y destrezas relacionadas con procesamientos matemáticos (directos o indirectos). Hasta algunos ítems vinculados al manejo de “habilidades verbales” y “espaciales” tienen que ver con eso.
No es un azar publicitario que buena parte de los institutos que dictan los tan “productivos” propedéuticos lleven precisamente nombres que suenan y resuenan en el universo de los números: Newton, Galileo, Gauss, Leibniz, Kepler, Volta, Einsten... Tampoco lo es que el mayor porcentaje de ejercicios contenidos en esos instrumentos de evaluación impliquen habilidades y destrezas relacionadas con procesamientos matemáticos (directos o indirectos). Hasta algunos ítems vinculados al manejo de “habilidades verbales” y “espaciales” tienen que ver con eso.
De las varias pruebas que llegué a evaluar alguna
vez, muy pocas estaban relacionadas, por ejemplo, con procesos relativos a
otros fenómenos, si se quiere más cualitativos, pero también humanos, como la
reflexión, la opinión, la argumentación, el ambiente, la vida comunitaria, la
actitud crítica, las comunicaciones, entre otros. A mi juicio también muy
importantes si los relacionamos con algunas carreras universitarias existentes
o futuras.
No quiero decir con ello que deba erradicarse la “mate” -como la llaman los estudiantes- de toda prueba de admisión. Es obvio que hay carreras en las que no se puede obviar ese renglón. Sin embargo, tampoco estoy seguro de que el mundo gire exclusivamente todo en torno de esa sola y única disciplina que, si bien es auxiliar indiscutible de muchas ciencias, no es propiamente La ciencia. Y que me disculpen mis colegas matemáticos.
No quiero decir con ello que deba erradicarse la “mate” -como la llaman los estudiantes- de toda prueba de admisión. Es obvio que hay carreras en las que no se puede obviar ese renglón. Sin embargo, tampoco estoy seguro de que el mundo gire exclusivamente todo en torno de esa sola y única disciplina que, si bien es auxiliar indiscutible de muchas ciencias, no es propiamente La ciencia. Y que me disculpen mis colegas matemáticos.
Tampoco estoy seguro de que un bachiller que falle
en alguna prueba no pueda llegar a ser un buen profesional, incluso en alguna
carrera que tenga los dígitos como eje fundamental. Una diarrea originada por
la terrofilia que rodea estos ambientes puede ser la causa de que el
respondiente confunda circunstancialmente a Pitágoras con Calígula.