De cómo vivir muriendo poco a poco en
un reino en el que cada día hay algún edicto del monarca que anuncia una nueva
prohibición
El
título de esta duda melódica remite a un famoso bolero en el que voy pensando
en la medida en que me desplazo hacia algún lugar y me pregunto si seré yo lo
prohibido o será todo lo demás. Busco algún resquicio que me facilite la
explicación de por qué cada día se minimiza más el espacio de lo que puedo
hacer. No creo que hayamos cometido tantos pecados ni capitales ni veniales,
como para que la lista de actividades proscritas en mi vida cotidiana se vaya
incrementando así como crece desmesuradamente en estos días ese oscuro túnel
que se llama dólar paralelo.
Viene a la mente la fábula
de la rana y el agua caliente: si la metes en el líquido que hierve,
seguramente reaccionará; si, por el contrario, la pones en agua fría que vaya
calentándose poco a poco, se acostumbrará hasta perecer. Imagino que lentamente he venido internándome en uno de esos
parques en los que ingresas a buscar algún esparcimiento y te encuentras con
que serán muy pocas las acciones que te ayuden a lograrlo. Nada puedes hacer
allí que no contradiga alguna norma. Por todas partes ves letreritos insidiosos
que te van indicando qué es lo permitido y que no. Si a la salida del lugar juntas
todas las advertencias encontradas durante el recorrido, descubres que las
posibilidades que te ofrecieron para moverte con cierta libertad han sido casi
nulas. Quizás estar de pie y mover la vista por el paisaje sea lo único y eso
si no llegara alguien a impedírtelo. Vuelves a los cartelitos que has leído
dispersos; los juntas, como si fuera una versión ampliadísima de Los diez
mandamientos. Descubres que todos se resumen en el verbo “prohibir” o sus
acepciones:
No se aceptan mascotas; tampoco estancias por largos períodos;
negado dormir en los asientos y hacer pipí sobre la grama; denegado hacer el
amor; evite los amapuches; vetado hacer parrilladas y/o fogatas; reprímase de acampar;
inhíbase de decir palabras soeces; evite comer; absténgase de tomar
fotografías… Gracias por visitarnos.
Así pareciera que pasa la
vida hoy en este lugar en el que estamos tratando de aprender a sobrevivir de
cualquier modo. Hagamos un poco de ficción
para fabular con el cartel imaginario que ya tenemos impreso en las neuronas
y con el
que pareciéramos encontrarnos cada vez que nos levantamos:
“Este Supremo Inquisitorio y
Magnánimo Tribunal le da la más cordial bienvenida y tiene a bien informarle
que, para que su vida transcurra sin sobresaltos, en este reino, se prohíbe:
Hablar
mal de quienes lo hacen todo mal; alimentarse (porque no hay comida); decir que
son corruptos los corruptos; creer en la posibilidad de un futuro digno; enfermarse (debido a que no hay
medicamentos); morirse (porque no hay ataúdes ni parcelas ni medios económicos
para el entierro); usar la bandera nacional en manifestaciones públicas;
criticar al rey desnudo o a cualquiera de sus chambelanes; hacer leyes que
favorezcan al colectivo; manifestar en lugares públicos; sacar efectivo de su
propia cuenta bancaria; tener su vehículo en buenas condiciones; asegurarse por
si se enferma; viajar en autobús por vía terrestre (so pena de ser bajado del
jumento); ganarle elecciones a la monarquía; elegir autoridades universitarias;
protestar dentro de los límites del condado de Libertador; quejarse de que las
calles están inservibles; comentar negativamente sobre quienes comentan
negativamente cada vez que algo los incomoda; utilizar Internet y/o las redes
sociales para desahogarse; lamentarse de los altibajos de los servicios de
electricidad, agua, internet…”
Al
decir de mi tía Eloína, pareciera subyacente
la perversa directriz de que
enloquezcamos muy despacio si deseamos permanecer dentro del reino. Como la
famosa rana de la fábula, lentamente nos vamos sumergiendo en el agua tibia sin
notar que cada vez la temperatura va en aumento progresivo y seguramente al
final nos sancochará.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario