La narrativa
corta garmendiana es posiblemente la mejor escuela de escritura de la que pueda
nutrirse cualquier escritor que desee incursionar en la praxis del cuento
Buena parte de los críticos que se han ocupado de la obra del
venezolano Salvador Garmendia (1928-2001) pareciera coincidir en el hecho de
que es otro de esos casos en los que un escritor se comprometió tanto con su
obra de ficción que terminó pareciéndose a alguno(s) de sus personajes. Inciden
en esto la magia de la literatura y el compromiso de quien la ejerce,
independientemente de otros factores. Nadie podrá argumentar que el escritor
barquisimetano no fue fiel a esa curiosa premisa. Salvador podría representar la imagen de algunos de los sujetos que
deambulan por su extensa y variada obra. Si alguien desea convencerse de
esto, podría confrontar sus fotografías con ciertas conductas (misteriosas,
enigmáticas) de los actantes de algunos de sus cuentos. Para no abusar del
espacio, valga referir como ejemplos dos relatos muy concretos: “El peatón
melancólico” y “Restaurante ‘Rex’”.
En cuanto a las fotos, no habrá ningún problema porque hay
suficientes en el mundo digital, diversas, variadas, de distintas épocas. Y por
lo que se refiere a re-correr su cuentística, no ha podido ser más oportuna la
publicación de toda su narrativa breve que acaba de hacer la Fundación Rosa y
Giuseppe Vagnoni a través de Fundavag Ediciones: Cuentos completos (2016, con impecable prólogo de Alberto Márquez y
bajo la coordinación de Federico Prieto, más la asesoría de Elisa Maggi, viuda
del narrador). Tres tomos recogen el paseo que por el cuento venezolano hiciera
el autor, durante 43 años (entre 1958 y 2001), en un asombroso cúmulo de mil
seiscientas páginas. Y no es solo que
Salvador haya publicado en vida un vastísimo inventario de historias; lo más
importante es que lo hizo para quedarse definitivamente entre nosotros, por cuanto, probablemente, se trata del
escritor nacional que dejó para la posteridad diversos relatos que sin duda
merecen el calificativo de clásicos.
No se cansa mi tía Eloína de hojear esta muy cuidada magnífica
edición y abrirla en cualquiera de sus páginas para encontrarse con que cada maravilla
pareciera superar a la siguiente. Cuentos extensos, cuentos menos largos,
cuentos cortos, cuentos cortísimos y mini cuentos (para todos los gustos)
ocupan el espacio de esta edición con la se ha hecho un verdadero homenaje al
autor. Podrá hablarse de ahora en adelante de un Garmendia cuentista total.
Si, como se estila de un tiempo para acá en la narratología, tiene
algún sentido la palabra “cuentario” (todavía no registrada en el Diccionario de la lengua española),
ninguna duda queda de que este que se ha publicado de Salvador Garmendia es el modelo más nítido, más claro y casi
perfecto para llenar semánticamente dicho neologismo. Cuentario de un narrador
total será el contenido de la edición aquí comentada. Se trata de uno de esos
libros que se publican para la eternidad, para volver a ellos cada vez que se
requiera, en cualquier época, para solazarse con la magia de la escritura
ficcional de alguien a quien podríamos considerar el cuentista nacional por
excelencia, debido a que practicó todos los subgéneros de esa tipología. No es
que sus novelas no sean importantes; en realidad, toda la producción
garmendiana lo es; sin ella no podría entenderse a cabalidad el proceso de la
prosa venezolana de la segunda mitad del siglo XX. No obstante, su narrativa breve es más que suficiente para
explicar también las peculiaridades de su novelística.
Humor, ironía, estilo mucho más que definido, sabrosas anécdotas,
poesía, metáforas diversas y un pleno dominio de las técnicas del cuento se
agrupan en este autor para mostrarlo como la
mejor escuela que pueda tener quien aspire a iniciarse en ese polémico y
difícil arte-facto ficcional. Imposible cerrar esta duda, sin dejar una
mínima muestra que sirva de botón de arranque para adentrarse en la lectura del
autor. Aquí reproduzco el que se titula “Primeras letras (II)”, incluido al
final del segundo tomo:
—Dígame una palabra de
dos sílabas que comienza por A.
—Huuummmmmm…
—Termina en ERE. En el medio lleva las letras EME y O.
—¡Ah! ¡Ya sé! ¡Abstinencia!
—Muy bien jovencito, pasa al cuarto grado.
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