La prueba más importante a la que acudimos al momento
de ratificar, demostrar o sencillamente hacer alarde de la ciudadanía recibe
distintos nombres en cada país: cédula, carné o documento de IDENTIDAD. El
mismo agrupa los datos fundamentales de nuestra existencia como parte de un
registro, un censo, una población, todos indicativos de los lazos invisibles
que nos unen al terruño al que pertenecemos. A tantos significados diferentes
remite la palabra “identidad” que se hace difícil precisar cuál de sus
acepciones le cala mejor o, al menos, sirve para ofrecer una idea integral sobre
su verdadera relevancia. Según el Diccionario
de la Lengua Española (DLE), el vocablo podría remitir a lo que tiene
“cualidad de idéntico” o aludir al conjunto de características que
particularizan a alguien o algo. En cuanto a otras voces familiares se refiere,
tendríamos que relacionarla con identitario,
identificación, identificable, identificador, identificatorio… No obstante, hay una noción más colectiva,
más cercana a lo que es inherente a una comunidad; aquella que alude a
sinónimos como “similitud”, “semejanza”, “hermanamiento”. Este último
significado es el que subyace en las páginas de esa curiosa joya bibliográfica
intitulada Identidad Venezuela. 1000 rostros (Caracas: Proyecto
Identidad). La edición príncipe es del 2014; la siguiente, del 2015 y, según se
anuncia, ya viene en camino la tercera.
Ha sido producto de un incansable y tenaz propósito del inquieto y diligente comunicador
social y cineasta Gil Molina.
Se trata de un
curiosísimo volumen cuyo principal contenido es una serie de mil fotografías de venezolanos pertenecientes a diversos y muy
variopintos sectores de nuestra sociedad contemporánea. Cada una de ellas va,
además, acompañada de una breve reseña alusiva a la persona fotografiada.
Podría decirse que, con este proyecto, Molina ha intentado ofrecer un mural de
la Venezuela contemporánea, representada por gentes de toda categoría, de diferentes
oficios e incluso de variadas condiciones sociales y distinto grado de visibilidad
pública (desde muy re-conocidos hasta personajes casi anónimos): escritores,
políticos, historiadores, sacerdotes, científicos, artesanos, inventores, académicos,
promotores culturales, reinas de belleza, emprendedores, deportistas, comunicadores,
gente de la televisión, de la empresa privada y del medio oficial, entre muchos
otros, aparecen reunidos y hermanados como parte del conjunto de pensares,
pareceres e inclinaciones de lo que somos actualmente como colectividad.
El libro contiene, además, un interesante
conjunto de pequeñas semblanzas (escritas por algunos de los fotografiados)
referentes a temas de esos que llevamos incrustados en el alma, en nuestra idiosincrasia:
el nombre Venezuela y su condición
femenina, el Ávila, el plato nacional, las fiestas populares, nuestra canción
emblemática, el humor y el béisbol (como deporte nacional). Enriquecen la
compilación sendos prólogos del historiador Elías Pino Iturrieta y la
periodista Milagros Socorro.
Muchos tendríamos
que elogiar la idea y la realización de una tarea de esta naturaleza. Como dice
Milagros Socorro, no necesariamente están aquí todos los rostros emblemáticos
de la venezolanidad contemporánea. “Estos son —aduce ella— los de Gil Molina”.
Es su criterio —agregamos nosotros— su escogencia, su propuesta, por lo demás
encomiable.
La aventura
implícita para localizar en tan distantes y distintos lugares a los mil que
aquí se agrupan ha de haber sido, cómo dudarlo, una labor titánica; una actividad
que solo con el empeño, la perseverancia y la voluntad ha podido lograrse. De
acuerdo con lo que se plantea en la introducción, la colecta de entrevistas,
fotografías, datos y pesquisas tomó más de una década. Y, sin duda, el producto
se percibe cual testimonio más que fidedigno de ello: un retrato grupal, una inmensa
foto de familia captada para hacer historia. ¿Que faltarán muchos? Posiblemente
sí. Un importante cuentista y crítico literario nuestro del siglo pasado, José
Fabbiani Ruiz (autor de una célebre Antología
personal del cuento venezolano, 1977), tenía un criterio muy claro acerca
del tipo de trabajo que implica reunir, compilar o agrupar productos culturales
de cualquier naturaleza: “Esta es mi antología —imagina mi tía Eloína
escucharlo decir—, que otros ofrezcan las de ellos. Quizás al final tendremos
muchas buenas antologías o, entre todas, la suma de una sola excelente,
inmejorable”.
En cualquier
caso, es de agradecer que en esta oportunidad se nos haya ofrecido en imágenes
el gesto positivo, la actitud esperanzadora, de tanta gente como la que aparece
en ese volumen: se trata de una propuesta que hurga en las raíces y los
resquicios de una comunidad representada por mil rostros y un millón de esperanzas.
Aquí les dejo el enlace por si quieren indagar un poco más sobre ese mar de
imágenes con el que Gil Molina ha buscado captar un momento de nuestro rostro
como nación: http://www.proyecto-identidad.com
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