Consejos de
la ciencia y la conciencia para llegar a los “años dorados” dorándote la
píldora y celebrar hoy el “día de la juventud”
A pocas personas les cae bien que las tilden de “viejo” o “vieja”.
En realidad nadie quiere llegar a serlo y cuando nos cercioramos de que se
trata de algo ineludible, nos consolamos con frases como “quiero ser un viejo o
vieja sano(a)” o “viejo pero duro”. Y eso cuando no nos salimos por la tangente
y, para sentirnos mejor, acudimos a frases como “más sabe el diablo por viejo
que por diablo” o “perro viejo late echao”. Por motivos hasta ahora desconocidos, la mujer
entradita en años suele ser “madura”, tenga o no pareja; en tanto el hombre que
se apechuga con una jovenzuela es un “viejo verde”. Dice la tradición hispánica
que “viejo que se casa con mujer moza, o pronto el cuerno, o pronta la losa, si
no son ambas cosas”. Abundan los refranes o dichos que recuerdan esta etapa:
“loro viejo no aprende a hablar”, “de vaca vieja, novilla brava”, “el que no
coge consejo…”. Casi como para no mencionar la soga en la casa del ahorcado,
leyes, reglamentos y normativas hablan eufemísticamente de la “tercera edad” o la
“juventud prolongada”. Por el contrario, cuando alguien desea recordarnos que
hemos llegado al llegadero, comienzan los calificativos (unas veces con
amabilidad, otras con descortesía): “vejuco(a)”, “vegetal”, “vejete”,
“vejestorio”, “vejamen”, “viejera”, “viejita(o)”, “viejorro(a)”. Hablamos
tiernamente de vieja y viejo cuando aludimos a los progenitores. Los mexicanos
suelen denominar “viejas” a las damas, por muy lozanas y tiernas que estas sean. En fin, todo
un imaginario gira en torno de este asunto de los “años dorados” que a veces no
lo son tanto.
En el afán de evitar el comienzo de lo que a todas luces es imparable,
buscamos recursos que en apariencia contribuyen a mitigar el trago amargo de la
chochera. El más universal quizá sea restarse años, no divulgando la edad sino
en casos inevitables (que te pidan la cédula, por ejemplo o tengas que
declararlo para alguna gestión). Otras estratagemas habituales son, por
ejemplo, esconder las canas con tintes; “desarrugarse” a como dé lugar;
utilizar ungüentos, cremas, geles o cualquier otro recurso que nos ayude a
esconder el paso del tiempo; acudir a pelucas, peluquines y bisoñés, entre
otros. Y conste que no son solo conductas femeninas como suele pensarse a veces.
También en esto la igualdad de los géneros ha hecho sus aportes: un presidente, un ministro, un político, un
actor, cualquier hombre público (o “privado”) puede dárselas de muy macho, pero
ya conocemos a muchos que no han resistido la tentación de ayudar a detener los
lustros, a veces con recursos más extremistas que los de las damas.
Una vez que hemos de aceptarlo porque no hay remedio, comienza
entonces el proceso de cómo hacer para que la decrepitud se prolongue en
mejores condiciones. Hasta la ciencia se ha empeñado en ayudarnos en esa tarea.
Hay cuatro noticias recientes que así lo testifican. La primera de ellas ha
sido una entrevista a la mujer que, en teoría, detenta el privilegio de ser la
más longeva del mundo. Se llama Emma Morano, es italiana y cumplió 117 años en
noviembre pasado. Casi como buscando la fórmula de la eterna vejentud, la
prensa la contactó para requerirle el secreto. Su revelación ha sido muy
sencilla: llegó a esa edad a fuerza de
huevo; consume tres al día, dos de ellos crudos, desde que era una moza y fue diagnosticada
con anemia. Habremos de cambiar la palabra “longevidad” y sustituirla por
“lonhuevidad”.
El segundo caso alude a la cerveza e intenta romper el mito según el
cual su consumo es negativo para la salud. Es sabido que, junto con las
arrugas, los achaques y otros aditamentos, la osteoporosis es infaltable en el combo de la ancianidad. Una
estupenda revelación de la Fundación Hispana que estudia esa deficiencia ha
sido que un remedio para prevenirla es la cerveza. Lo que no convence mucho a
mi tía Eloína es que recomiendan dos vasos diarios para el hombre y apenas uno
para la mujer. No obstante, algo es algo y de ahora en adelante la pareja tendrá que creernos cuando
lleguemos a casa un poco tarde y aleguemos que hemos estado cumpliendo con el
tratamiento prescrito por nuestro reumatólogo.
La tercera noticia llega de los recovecos de la NASA. Indica que
acaban de demostrar que, después de una estancia en el espacio, el
astronauta Scott Kelly ha vuelto a casa más joven de lo que era. Mientras
andaba por aquellos lares, le fueron monitoreados los procesos de su organismo y
se descubrió que sus telómeros crecieron notablemente. Parece una palabra
dominguera pero no lo es: en biología se conocen como “telómeros” los extremos
de los cromosomas y es lugar común en gerontología que estos suelen reducirse
en la medida en que envejecemos. Si usted tiene ya sus añitos y de vez en
cuando se le olvidan ciertas cosas, algunas personas comentarán que “vive en la
luna”. No se preocupe, ya ve que no es tan malo como parece.
La última revelación se relaciona con la lectura. Estudiosos de la
Universidad de Yale han confirmado algo que sabemos desde hace años, pero no
había sido estudiado científicamente: la lectura aumenta la esperanza de vida
de una persona. Mientras más lees, más años vivirás. Voto a favor de nosotros
los narradores, porque el experimento tuvo que ver con la lectura de narrativa:
sentir empatía y emocionarte con la
actuación de los personajes ayuda —según han expresado—, a vivir más. A
leer entonces novelas, cuentos, reportajes, noticias, fábulas, si quieres que
la juventud de verdad se prolongue.
La conclusión de todo este recuento no puede ser más obvia: aparte
de quitarse la edad, disfrazar las canas, usar mejunjes para ocultar las
arrugas y aceptar que nada detiene al tiempo por mucho que lo intentemos, añada
a su rutina alimenticia huevo y cerveza; dese de vez en cuando un viajecito por
el espacio y llévese una novela o un libro de cuentos para no aburrirse.
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