martes, mayo 01, 2018

Vocabulario que enferma





Escuchar el diagnóstico de algunos médicos puede hacernos visualizar un mal peor que el que padecemos

El idioma es una inmenso océano que nunca deja de sorprendernos. Cuando creemos que le hemos amarrado los cachos, nos sorprende con algunas cornadas de las que no tenemos ni pura idea. Abra usted el Diccionario de la lengua española y busque, por ejemplo, "tonsilolito". La traigo a cuento debido a que mi tía Eloína se topó con ella hace poco. Ocurrió a raíz de su última visita al otorrinolaringólogo, palabra que por cierto ella jamás ha podido pronunciar completa.  Su búsqueda resultará infructuosa, porque "tonsilolito" es un vocablo especializado, propio de la medicina. No me extrañaría que, debido a su curiosa terminación, le suene a juego infantil o a cualquier otro asunto, pero nada que ver. La voz de marras se refiere a esos mínimos restos de alimentos que se acumulan en la garganta como pequeñas porciones de masa blanca, casi siempre sobre las amígdalas o en sus alrededeores. Con estas últimas tiene que ver el término: "tonsila", utilizable para vestir de pretenciosa gala a lo que es coloquialmente una "agalla". De allí se deriva precisamente "tonsilolito",  y también "tonsilar", que no es un verbo como pudiéramos pensar, sino un adjetivo útil para calificar todo lo que tiene que ver con esas habitantes de la garganta. No obstante, por eso mismo de los misterios del lenguaje, nadie nos entendería si, para pasarnos de cultos,  se nos ocurriera decirle a algún funcionario que es un "tonsiludo" cuando deseemos catalogarlo de "agalludo": esa persona avarienta y ambiciosa que, no conforme con todo lo que ha extraído de las arcas públicas, aspira a quedarse incluso con las reservas minerales del país.

Son palabras que suenan extrañas a los oídos, porque su frecuencia de uso es bastante baja y pocas veces tenemos necesidad de acudir a ellas. Pero, en todo caso, pueden resultar de gran utilidad cuando tenemos necesidad de decir las cosas para que solo las entiendan los versados en algún tema. De allí que todo discípulo de Hipócrates deba tomar en cuanta esto.  Valga recordar un ejemplo más, relativo a otra escena en la que hace ya muchos años un amable matasanos trataba de explicar a mi parienta la situación comprometida en la que, debido a una dolencia estomacal, se encontraba uno de sus maridos ocasionales (ya fallecido):

                —Las acciones proteolíticas de la pepsina y la lipasa están fallando —le dijo— e impiden la formación del quimo...
                —¡¿?!

                Como era de esperarse, ella no entendió ni papa de aquella jerigonza impuesta por la bata blanca y el estetoscopio, pero para nada imaginó que pudiera tratarse de algo bueno. Lo único que se le ocurrió es que cuando un terapeuta te habla de esa manera, las cosas no andan nada bien para quien las padece. Aun así, sin comprender, se atrevió a hacer la pregunta obligatoria, después de que has escuchado tan imponente verbalización.

                —¿Y cuál es la solución para eso, doctor?, ¿tiene cura?

        —Necesita una gastroenterostomía laparoscópica No desocupa el antro pilórico. Tiene problemas entre el duodeno y el yeyuno. —intentó "aclararle", dejándola más inquieta todavía.

Aunque tampoco podría pronunciarlo y tuvo que anotarlo para evitar el olvido, lo único que logró grabar en su cabeza fue uno de aquellos curiosos términos utilizados por el galeno: "gas-tro-ente-ros-tomía". Nomás llegar a la casa, se fue derechito al mataburros para enterarse de que a su concubino había que operarlo y hacerle una conexión que le comunicara directamente el estómago con el intestino. Pensó también que, tanto ella como el paciente, habrían estado mucho más tranquilos si se lo hubieran expresado de esa manera.

Y es que las jergas especializadas tienen precisamente ese problema; existen para que los profesionales de una rama, una ciencia, una disciplina, se entiendan entre ellos. Cuando un médico la utiliza frente al paciente, está demostrando que sabe lo que dice y que, además, sabe decirlo con terminología técnica. Sin embargo, a veces olvida quién es su interlocutor(a). Nada que criticar porque así funciona ese mundo y la gran mayoría de ellos lo hace de buena fe. No obstante, las escuelas de medicina también deberían enseñar que los pacientes comunes y corrientes a veces requerimos que se nos expresen nuestros males con un vocabulario un poco menos hermético;  que los diagnósticos nos "traduzcan" la idea de cuál es realmente la enfermedad que nos acosa; que el vocabulario críptico no se convierta en un recurso para hacernos pensar que no siempre estamos, precisamente,  a un paso de  la cripta.

Las voces extrañas o desconocidas golpean nuestros oídos y si son de alguna especialidad mucho más. Esto es propio de cualquier ámbito, pero tratándose de los predios de Hipócrates, a veces nos hacen imaginar cosas mucho peores de lo que significan. En mi caso particular, sufrí cuando era adolescente una caída que me obligó a acudir a un hospital público (cuando todavía eso era posible en nuestro país). Entre una cosa y otra, me praticaron una radiografía (también eso se hacía gratuitamente para el paciente en esa época. Y no se requería ningún "carné" para que te atendieran). Juro que a esa temprana edad casi me matan los nervios cuando el radiólogo se acercó a mí para decirme que tenía "una lesión en la zona medial del maléolo peroneal". Aparte de que la palabra más importante de la frase comenzaba por "mal-",  aquello me sonó a que de ese día no pasaba. Menos efecto terrorífico me habría generado escuchar sencillamente que me había torcido el tobillo, al no mirar bien por dónde caminaba.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (15-04-2018).
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Cerofobia / cerofilia





Independientemente de que sea par o impar y, aunque a veces luce como un óvalo, el cero se ha convertido en Venezuela en un círculo vicioso

"La suma total de los aciertos a veces es cero y se confunde con lo correcto".

Hay frases que, sin que sepamos de dónde provienen ni por qué surgieron,  parecieran existir para presagiar realidades que se repiten en diferentes momentos de la historia. Quizás pocos la conozcan o recuerden pero esta con que hemos iniciado la duda de hoy es una de ellas. Al parecer es anónima. A propósito de tan acertada premisa, desde hace algunos años, en Venezuela, no pegamos una con ese fatídico ejemplar en que se ha convertido para nosotros el cero. Como diría el escritor francés Víctor Hugo, aquí, cualquier número será cero ante el infinito. Es decir, para los venezolanos mortales comunes y corrientes, ahora ninguna cifra monetaria vale nada. Y si en algún momento logramos tomar un airecito con nuestro pírrico salario, será lo que algún hablante refinado califique como un "viento gástrico en una red" (traducción popular: "un peo en un chinchorro"). Basta una mínima fracción de tiempo para que desaparezca cualquier pequeño logro. Esa cifra que forma parte de lo que se denomina el sistema binario, se ha convertido en una oscura mancha negra de nuestra existencia cotidiana: cero medicinas, cero alimentos, cero seguridad, cero servicios,  cero cordura...  Genera actitudes contradictorias en algunas personas: si lo necesitan en su cuenta bancaria alimentada con fondos impropios, desearán aumentarlo a la ene potencia (cerofilia), pero cuando comienza a multiplicarse en predios que restan votos, se decreta su aniquilación (cerofobia).

Al momento de definirlo, el Diccionario de la lengua española contiene seis acepciones. Destacan entre ellas la primera, que alude a su nulidad absoluta (cualquier cosa multiplicada por cero es cero) y la cuarta, útil para calificar situaciones particulares relacionadas con la nula consecución y éxito de algo, como cuando decimos que un gobernante, parlamentario u ocupante de un cargo público ha tenido "cero aciertos" en sus propósitos.

Se ha dicho además que para algunos es un número y para otros no, porque supuestamente es "vacío". Hasta en su origen es curiosa la palabreja.  Su nacimiento en la matemática también es ambiguo: no se sabe si su cuna fue Babilonia o la India. Dicen los filólogos que llegó al español por la vía del italiano y a este desde los predios del bajo latín, en el que se coló del árabe, que a su vez lo absorbió del sánscrito. Trayecto que ha sido para nosotros una especie de castigo infernal.  Como por arte de una inmerecida maldición, todos los días se suma un cero a la diestra de nuestro bolsillo y a la siniestra de nuestro salario. En el lenguaje coloquial tampoco tiene muy buena reputación: por ejemplo, "sacar cero" en los predios académicos es casi equivalente a pertenecer a la escoria estudiantil; son harto peligrosas las temperaturas climáticas bajo cero; para referirse a alguien despreciable, ruin, mala gente o abominable, mi tía Eloína suele decir que ha sido o es "un cer(d)o a la izquierda".

Tiene alguna familiaridad sonora con el término "cerebro", pero dicho parecido es un espejismo. La verdadera asociación vendría porque su forma ovalada o redonda simula un cerebro sin nada, totalmente hueco o, si contiene algo, al menos en la cabeza de algunos o algunas, será solamente cerumen. Se puede aceptar que nos lo asignen en un examen escolar, pero no en uno de sangre. Aunque en ambos casos el resultado es poco deseable, con el primero nos ganaremos el calificativo de sinvergüenzas y vagos; con el segundo, podemos pasar el páramo, pelar bola, dejar el pelero en este mundo.

A despecho de muchos matemáticos, Venezuela parece ser uno de esos lugares donde no es un "número natural" sino, más bien, desnaturalizado. Durante las dos últimas décadas ha lucido más que todo como un maleficio. Cada vez que, en relación con la moneda y para desgracia nuestra, comienza a multiplicarse fatídicamente delante de sus colegas, los otros números, pues se acude a algún brujo de la economía que, como si estuviera en una sesión de santería cubana, inicie el ritual para quitarlo de ese lugar, con lo que prácticamente, de nuevo, la vida de la nación debe comenzar de cero. En tales casos, antes que "conjunto vacío", como lo definen los manuales de aritmética, aunque se asemeja más a un óvalo, debería llamársele "círculo vicioso".

En fin, en nuestro país, el cero ha vencido la norma que aprendimos en la escuela;  para quienes vivimos del trabajo real, ya es inútil tanto a  la izquierda como a la derecha. Imposible no dudar de su total y absoluta nulidad. Según mi parienta, en español hay muchas otras palabras curiosas a las que pudiéramos asociarlo fonéticamente, porque contienen sus dos sílabas: ce-ro. De vez en cuando, parte de ese vocabulario  podría servir en el imaginario colectivo para calificar negativamente a ciertas personas, sobre todo aquellas que recurrentemente y exprofeso nos hacen daño. Aquí queda una breve lista en orden alfabético, por si alguna vez usted la necesita para desahogarse:

Alabancero: adulante, lisonjero, principalmente con los poderosos.
Arrocero: quien busca siempre colarse donde no lo invitan; es decir, que si le cierran la puerta, aspira a entrar inescrupulosamente por la ventana.
Calabocero: adicto a los calabozos ... pero cuando son para otros.
Carnicero: cruel, inhumano, que no se conduele ante el sufrimiento de nadie.
Chapucero: tosco, ordinario, grosero, soez y, para colmo, mentiroso.
Chucero: armado permanentemente de un maléfico chuzo para castigar a los adversarios.
Hechicero: practicante de la hechicería, es decir, santero chimbo y malintencionado.
Matancero: descuartizador de reses (y de la esperanza colectiva).
Sobrancero: obeso, excedido en peso, porque se come todo lo que niega a los otros.
Trapacero: tramposo que recurrentemente engaña a sabiendas de que lo hace.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (01-04-2018).
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Español: marca panhispánica





Desde que decidieron traerla e implantarla en tierras americanas, nuestra lengua dejó de pertenecer solamente a España; pasó a ser patrimonio común de muchos territorios; se "desmarcó" de aquel conglomerado


No olvida mi tía Eloína una anécdota vivida por su sobrino hace varios años, relacionada con la pronunciación americana  de la "Z" y la "C". Durante una jornada etílica salmantina, popularmente denominada "marcha", un lugareño hubo de terminar aceptando mi presunta "destreza" para articular esos sonidos del mismo modo que se hace en buena parte de la península ibérica; es decir, colocando la lengua entre las dos hileras dentarias delanteras.  En el contexto de una broma jocoseria, y ya con el entusiasmo generado por unas cuantas copas de vino,  nada más escuchar que yo pedía  una "servesa", un inesperado espontáneo se acercó a mi grupo para retarme del siguiente modo:

—Hombre, tío, pagaré  todas vuestras cañas y tapas  de la noche si pronuncias como lo hago yo la frase "Cecilia pone el arroz en un cazo, lo cuece y  lo cierne con un cedazo". ¿Vale?

Acepté la afrenta sin pensarlo y, aun cuando terminé con la boca totalmente ensalivada debido al trabalenguas, poniendo énfasis en eso que los fonetistas llaman pronunciación interdental de las "ces" y las "zetas",  repetí como loro lo que aquel sujeto me estaba solicitando. Dos tertulianos hicieron de jueces y, ante el rostro petrificado del retador,  certificaron el hecho.  A fin de cobrar  con intereses la amable apuesta,  esa noche  "condu-miamos y  bebi-miamos"  más  de lo acostumbrado.

 No salía de su asombro aquel caballero ante el hecho de que un hablante hispanoamericano fuera capaz de lo que él consideraba una "hazaña", confesando  que su sorpresa radicaba en haber creído hasta ese momento que en América no  podíamos emitir dichas consonantes como lo hacen ellos, porque tenemos dificultades anatómicas para  hacerlo. Lingüísticamente el fenómeno se llama seseo: como ocurre en algunas zonas de Andalucía, entre nosotros, la "s", la "z" y la "c" se articulan todas como una "s". 

 Ya en la sexta o séptima ronda, manifestó además que, durante su asistencia al cole, uno de los  maestros le había enseñado  que, aparte de esa, las diferencias gramaticales y léxicas entre España y la América hispanohablante eran tantas  que podría hablarse de dos lenguas distintas. "El español es de España, dijo que les repetía, lo de América es un mogollón de dialectos distintos y deformados".
Aunque no hay nada de cierto en aquella creencia, podría pasar que así lo considere un docente conservador, principalmente si ha sido formado bajo las rígidas directrices del purismo, o un usuario común cuando ya su sobriedad está en discusión. Pero lo implícito en tal postulado cambia cuando se trata de una política gubernamental que, sin aparente certeza del planteamiento de fondo, se propone auspiciarlo como parte de uno de sus programas de promoción internacional. Ocurrió hace poco, precisamente en el país ibérico, con eso de que la lengua española pasará a formar parte del proyecto oficial "Marca España". Desde siempre hemos sido admiradores de ese modo de promocionar todo lo propio de esa nación. Sin embargo, más allá de la buena intención que pueda haber detrás de esto,  meter al idioma en el mismo saco de las etiquetas que distinguen sus productos, paisajes o monumentos resulta menos procedente de lo que puedan haber creído los autores de la idea.

El español es el idioma que mayoritariamente hablan los españoles, pero no es solo la lengua de España (ni mucho menos la única). La primera acepción de la palabra "marca" en el propio Diccionario de la lengua española es "señal que se hace o se pone en alguien o algo, para distinguirlos, o para denotar calidad o pertenencia". Atención a las dos últimas palabra: calidad y pertenencia. Desde que decidieron traerla e implantarla en tierras americanas, nuestra lengua dejó de pertenecer solamente a España; pasó a ser patrimonio común de muchos territorios; se "desmarcó" de aquel conglomerado; perdió la categoría de "marca de fábrica" que pudo haber ostentado hasta ese momento. Además, su calidad formal y comunicativa se multiplicó.  En este tiempo, sea como primera o segunda lengua,  es el arma de más de 500 millones de almas. Y, aunque constituye acervo de todos, ninguna de las comunidades en las que se la usa es su dueña. De ser únicamente  de España (con apenas unos cuarenta y siete millones), no sería la segunda  del planeta en número de hablantes nativos, .

Desde finales del siglo XX, se ha fortalecido lo que se conoce como la orientación panhispánica en todo lo que tiene que ver con ella: una gramática, una ortografía, una fonetología y un inventario léxico que, —a veces con aciertos y desaciertos, fallas o incongruencias, cómo negarlo—  dan cuenta, principalmente, de sus variantes peninsulares y americanas, sin olvidar las extensiones ecuatoguineana, filipina, sahariana occidental e israelita, ni tampoco la cantidad de usuarios que cada día se incrementa en predios estadounidenses y brasileños, entre otros. De serlo, representaría  realmente la marca distintiva de más de una veintena  de países y su influencia cultural, aunque no económica,  abarca espacios de cuatro continentes, con notorio predominio, primero, en América y, segundo, en Europa. Mucho esfuerzo ha costado esa tarea integradora desde la RAE y  la Asociación de Academias de la Lengua Española para que, a veces sin darnos cuenta,  terminemos alimentando las hipótesis de aquel parroquiano salmantino y su maestro. Panhispanismo quiere decir marca "condominial" (y valga el neologismo), heredad de muchos, bien colectivo establecido en diversos lugares. No significa pan para hoy e hispanismo para mañana.

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (11-03-2018).
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Seximetrías





Acerca del sexo biológico y algunas historias relacionadas con lo femenino, lo masculino y lo otro


Durante el desarrollo del último censo gubernamental realizado en ese coxis del mundo que es Australia (2016), los encuestados se encontraron con que, ante la pregunta que les exigía declarar su sexo —masculino o femenino—, tomaran en cuenta la posibilidad de no ser una cosa ni la otra. En tal caso, debían manifestar que se consideraban integrantes de una tercera categoría, allí ofrecida como "otro". Más allá del gesto de estupor de mi tía Eloína al enterarse de esto, le acoté que  la Tierra está dejando de ser tan bipolar como la presentan los manuales de geofísica y  astronomía.  En esto del sexo, resaltó en el pasado una curiosa cultura binarista de acuerdo con la cual un ser humano solo puede ser hombre o mujer. Sin embargo, si bien hay una mayoría que entramos en una u otra categoría, ya nadie puede poner en tela de juicio que hay opciones diferentes  que, por muchas razones, no fueron tomadas en cuenta. En ese mismo país afloró la semana pasada una polémica sobre la necesidad de que, para las redes sociales, se cree un ideograma (un emoji)  que represente la posibilidad de un "hombre encinto". No pudo mi parienta evitar el recuerdo de una novela de su sobrino intitulada Parto de caballeros (1991).

Respetables y  genuinas como son estas iniciativas, hay que dejar claro que las lenguas y sus sistemas semántico-gramaticales no tienen la culpa de que esos asuntos se hayan omitido o no existan. En el caso de nuestra lengua,  acabamos de ser testigos de una solicitud pública para que se eliminen en el Diccionario de la lengua española (DLE) las entradas "sexo fuerte" ("conjunto de los varones") y "sexo débil" ("conjunto de las mujeres"), debido a que, a juicio de los peticionarios, parecieran legitimar concepciones prejuiciadas. Quien elabora un diccionario inventaría mas no inventa; solo informa, no valora, no juzga, no busca consagrar; registra usos y los marca. Es decir, la observación ha sido razonable, pero eliminarlas del vocabulario no es garantía de que la gente deje de utilizarlas.

Y, naturalmente, el problema no es solo del español. Esto del sexo biológico y el género gramatical está motivando además otros reajustes sobre lo implícito en algunas expresiones. Ya es un hecho que, gracias a las presiones recibidas, el Senado canadiense aprobó hace poco modificar el que ha sido oficialmente su himno nacional desde 1980. Hay una parte de la letra cuya versión decía más o menos lo siguiente: "infunde verdadero amor patriótico a sus hijos" (“true patriot love in all thy sons command"). Aun cuando se asumía que la alusión a "sus hijos" buscaba incluir ambos sexos, hubo quienes consideraron que parecían quedar fuera las hijas. Entonces, a fin de garantizar su neutralidad, la letra debe volver a ser algo como "nos infunde verdadero amor patriótico" (“true patriot love in all of us command”). Solución muy simple con la que, aparte de volver a la versión original y evitar falsas creencias subliminales, se aspira a que, al menos en inglés, resulte lingüística e ideológicamente neutralizada y satisfaga a todos.

Bajo un criterio similar, quienes administran el Diccionario de Oxford, incorporaron desde 2015 la posibilidad de que, también en inglés,  a alguien se le pueda tratar, referenciar o aludir en la documentación personal como Mr. (si es hombre), Mrs. o Miss (si es mujer) y Mx. (si no entra en ninguna de las dos categorías anteriores). De ese modo, se enmienda una situación que antes pasó inadvertida. Sin saber nada de esto, algo parecido vivimos los integrantes del grupo con el que hicimos la primaria en Los Puertos de Altagracia. Estábamos acostumbrados a interactuar siempre con maestras a las que apelábamos como "señoritas". No obstante, por enfermedad de la titular, una vez nos enviaron a  un caballero como suplente.  Ante el dilema de cómo tratarlo, se lo preguntamos y no vaciló en instruirnos:

—Nada de "señorito", díganme "seño" y ya está. Es neutro y no me ofendo—. Hoy creemos que era más sabio de lo que nos pareció en aquel momento.

Sin embargo, en esto de las modificaciones lingüísticas y la inclusión hay que andarse con mucho cuidado. Como se ha visto, a veces se trata de propuestas razonables y "ajustadas a derecho idiomático"; pero no siempre es así. Por ejemplo, hace poco, una parlamentaria española utilizó el término "portavoza" para hacer referencia a un supuesto correlato femenino de la palabra "portavoz". Según el DLE, esta última da plena cabida al masculino y al femenino, porque alude a la persona que ejerce alguna representación y, en condición de tal, asume la vocería de un grupo, sector o comunidad. El hecho de que se diga "portavoza" para nada defiende los derechos de nadie; por el contrario, podría esconder alguna extraña intención, política y no lingüística, que busca pescar votos en río revuelto. En español, "porta-" (del verbo "portar") actúa cual si fuera un prefijo que se utiliza en múltiples casos, independientemente de que la palabra a la que se anteponga aluda a masculino o femenino: portaviones, portacartas, portaequipajes, portavasos, portarrollos, portarretratos, portafolios...  Menos mal que a la diputada no se le ocurrió  ampliar su desaguisado diferenciador para toda la gama léxica contentiva del prefijo, lo que resultaría en formas tan ridículas como *portavionas, *portacartos, *portaequipajas, *portavasas, *portarollas, *portarretratas, *portafolias... Aparte de que, de por sí, el término "voz" es femenino y para nada tiene en español un correspondiente masculino: *"vozo". 

Como hablantes con alguna influencia pública, podemos arriesgarnos a propuestas que de verdad resulten coherentes y puedan contribuir a enderezar entuertos ideológicos consagrados en usos lingüísticos inadecuados; sin embargo,  debemos tener cuidado de no devenir en usuarios caricaturescos. Tampoco defiende para nada los derechos conculcados a la juventud ni los hace más visibles el hecho de que digamos "jóvenes y jóvenas", expresión que también salió a cuento en esa ocasión. No por querer diferenciarlas en esa improcedente dicotomía, las chicas saldrán inmediatamente de la desigualdad salarial o del paro laboral, encontrarán una vivienda adecuada y dejarán de ser víctimas de la violencia de género. Para utilizar un venezolanismo, el aumento creciente de "pelabolas" o desasistidos de un país no disminuirá por el hecho de que a los que son del sexo masculino los aludamos como "pelabolos".

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (25-02-2018).
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Dicciones y contradicciones



A veces el léxico no remite a lo que creemos. Su significado va cambiando o desvirtuándose de acuerdo con ciertos intereses
El mundo de la comunicación lingüística es más complicado de lo que aparenta. Son muchísimos los hablantes que creen saberlo todo. Asumen, presumen, suponen que hablar y/o escribir medianamente un idioma los reviste de criterio de autoridad para ir corrigiendo al resto de la humanidad y pasar la vida enmendándole la plana a cuanto cristiano comete lo que ellos (o ellas) consideran como fallos de lesa lengua. No es esa ni será jamás la actitud de mi tía Eloína. Primero, porque no es quien para andar en eso de creer que todos usan inadecuadamente el lenguaje, menos ella. Segundo, porque está plenamente consciente de que, en eso de hablar bien o mal,  no existe la infalibilidad. Por muy experimentado que se considere, a cualquier "cazagazapos" se le va la liebre. Lo importante  es estar presto a retirarla del hoyo si se ha metido la pata. El hobby de mi parienta no es realmente estar pendiente de quienes hablan o escriben "correctamente" ni quién lo hace mejor o peor. Esos son  criterios demodé. Lo suyo es estar atenta a usos idiomáticos curiosos. Aquí, una muestra.
Uno de esos tópicos que suelen llamarle la atención es la utilización de expresiones que buscan esconder la realidad y terminan logrando lo contrario: la hacen aún más visible.  Digamos, por ejemplo, que ahora, por muy "encanada" que esté una persona, no se la deba aludir como "preso" o "presa"; el léxico declarativo de abogados, jueces, sicólogos y funcionarios  nos insta desde hace algún tiempo a catalogarlos como "privados de libertad", aunque sabemos que a veces las penurias padecidas por alguien que ha sido confinado a una cárcel lo privan de muchísimas otras cosas. Ningún criminólogo se ha planteado cómo sustituir, sin alterar la cadencia,  la palabrita en aquella canción de Daniel Santos que dice al comienzo "preso estoy, estoy cumpliendo mi condena...".
Y nada que agregar sobre otra imposición parecida: "afrodescendiente". A una de mis hermanas la apodamos siempre la Negrita. Imagino la rabieta que habría agarrado si, para cumplir con esta nueva imposición léxica, alguna vez la hubiéramos saludado preguntándole ¿Cómo está mi "afrondescendientica" preferida?  Lo mismo podría decirse de la manía de evitar en algunos contextos la palabra "gasolina"  y esconderla bajo el manto de "combustible líquido". Como si decir "se precisa aumentar el precio del combustible líquido" nos fuera a salvar de la debacle que eso significa.  También pareciera evitarse en determinados medios periodísticos el término "saqueo". Ahora, cada vez que ocurre uno de ellos, se le refiere genéricamente como "situación irregular". Desde hace tiempo, sufrimos del síndrome de diversas situaciones irregulares que van más allá de la devastación de anaqueles.  ¿Desaparecerá la basura de las calles por el hecho de que una alcaldesa la aluda como "desechos sólidos"? Aunque, a decir verdad, no suena tan mal si queremos manifestar nuestro rechazo hacia alguien que nos atormenta la vida a diario: ¡Fulano de Tal es un verdadero desecho sólido!
Hay además palabrejas que, por diversas razones, parecieran ponerse de moda. Se las repite tanto que terminan vaciándose de significado. Para no abundar, citemos solamente dos ejemplos. El primero se refiere al vocablo "tema", que actualmente se utiliza para todo. Hacemos un esfuerzo para verificar cuántas veces la repiten los medios y las redes en apenas 24 horas  y nos sorprendemos de la poca eficacia comunicativa de la que se la está dotando:  "el tema de las medicinas"; "el tema de los libros digitales", "El tema de la deuda",   "el tema de las importaciones". Como muchas otras cosas, la economía dejó de serlo para ceder paso a "el tema de la economía".  Francamente, como que hay cierto abuso del "tema de la tematización". Otra que no ha podido escapar de "este tema" es la voz "acoso", principalmente cuando se la relaciona con asuntos sexuales. Más allá de que ha habido desde los tiempos de Maricastaña sujetos y sujetas perversos que, mediante métodos poco ortodoxos, intentan procurarse beneficios lujuriosos de otras-os, en estos días es complicado precisar cuál es su significado real. Parece ser útil para mucho y para poco: por cualquier cosa que hagamos, sea o no intencional, podemos ser "acusados de acoso". Desde una mirada de admiración, un piropo, un roce involuntario o un tropezón hasta un beso furtivo, un reclamo o cualquiera otra acción pueden ser consideradas propias de tal actitud.  
En otro renglón están los llamados lugares comunes y algunos asuntos que les son colaterales y que a veces repetimos, incluso desconociendo qué deseamos expresar. Por ejemplo, debe ser más difícil ver con los de otros que "con mis propios ojos", seguro. ¿Se ha preguntado usted qué se quiere decir cuando se habla del "lado más humano" de una persona? ¿Significará que tenemos lados menos humanos y no lo sabíamos?  En la escuela se nos enseñó que un siglo dura cien años. Sin embargo, uno se imagina a los chavales de las escuelas de la madre España rompiéndose la azotea por el hecho de que hay un "siglo" que duró 189 años: el llamado "Siglo de Oro español" (desde 1492, año de llegada de Colón a tierras americanas y de la publicación de la primera Gramática castellana, hasta 1681, fecha del fallecimiento del escritor Pedro Calderón de la Barca). Lo mismo podríamos aplicar a los mundos existentes. Primero y tercer mundo son expresiones más que frecuentes. Aunque es obvio que existe, del segundo mundo pocos hablan. Y hasta aquí, por hoy, no vayan a pensar los lectores que buscamos "acosarlos" con esto  del "tema" del vocabulario.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (28-01-2018).
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OBRA MACABRA




Curioso poema-bolero necrofílico adjudicado a diversos autores, aunque, hasta que se demuestre lo contrario,  es de un escritor venezolano

Mi tía Eloína no es realmente una lectora de poesía. Y mucho menos de cierto tipo de lírica contemporánea en la que algún aspirante a versificador "minimalista" coloque como título de su "inspiración" la palabra "Silla", para luego completar tal arrebato dejando casi toda la cuartilla en blanco y apenas agregando un solitario y lánguido verso:  "Presiento que no me sienta bien tu labio leporino". Fin del poema.  Es una broma, pero de verdad que hay algunos poetas (afortunadamente pocos) que en lugar de sensaciones o imágenes provocan adormecimiento. Sus logros no podrían medirse con un lirímetro; al contrario, apuntan a los destinatarios con un lirómetro; pasan a la posteridad provocando somnolencias. En contraposición, existen también creadores algo más arriesgados a quienes, por alguna razón, las historias literarias condenan al más per-verso ostracismo, como si hubiera motivos oscuros para asegurarse de que no pasen del momento en que les correspondió escribir.

En la poesía venezolana, uno de esos misteriosos y desconocidos autores se llamó Carlos Borges Requena (1867-1932), un transgresor al que deberían tener más en cuenta quienes se ocupan de historiar nuestro acontecer literario. No tanto porque haya dejado una vasta obra, sino porque debe haber removido buena parte del ambiente eclesiástico, social, político y artístico de su momento. Aunque sin hacerlo demasiado notorio, ha sido considerado por una franca minoría como el primero y menos enrollado escritor erótico nacional.

Si vemos su trayectoria cronológica, nos damos cuenta de que vivió un entresiglo, entre dos dictaduras venezolanas. Alabó a Cipriano Castro, apenas llegado Juan Vicente Gómez, y eso le costó cárcel, pero, oh paradoja, terminó siendo capellán del ejército de este último, luego de que, durante la estancia en prisión,  se dedicara a adularlo con sus cuartetas. Sirvió a ambos, pero eso no bastaría para considerarlo un buen rapsoda; está demostrado que apoyar a un sátrapa no ayuda mucho a convocar a las musas; más bien las apoca.

Más cerca de la poesía estaría su desempeño profesional bifronte como pastor de almas y robacorazones.  Borges Requena fue un muy particular sacerdote jesuita, condiscípulo del narrador Manuel Díaz Rodríguez (también gomero, pero mejor apreciado por la crítica local). Motivado por sus incursiones etílico-líricas, varias veces renunció a la Iglesia y varias veces regresó a ella, perdonado  por el obispo de turno.  Arrepentido, reincidente y travieso serían buenos adjetivos para catalogarlo. Deguste solo las dos primeras estrofas de un poema suyo (que a algunos rapsodas "versolibristas" parecerán facilonas porque son rimadas) y saque  la cuenta de por qué lo excluirían de la Iglesia y de la poesía:
Ante la imagen de Jesús rezaba
con místico fervor mi devoción,
cuando cerca de mí pasó una hermana,
casi rozando con mi corazón.
El demonio bíblico y maldito
me hizo, ¡Dios mío!, profanar mi rezo,
corrí tras ella, la alcancé, y la vida,
la vida toda se la di en un beso.

No obstante, no es esa la obra más célebre de este original e irreverente cura-bardo. Su producción fue escasa, o al menos eso es lo que se sabe, quizás un par de muy breves volúmenes.  Sin embargo, supuestamente su obra más famosa vivió mucho tiempo al amparo nominal del poeta colombiano Julio Flórez, a quien todavía se le atribuye el poema Bodas negras. Sin aclarar que fuera ajeno, Flórez solía incluirlo en su recitales, hasta el punto de que forma parte su obra antologada.  Enterado de esto —y previa calificación de "pésimas estrofas" y "versos detestables"—,  el propio Borges Requena ofreció en 1912 testimonio escrito de ser el autor y haberla pergeñado (mas no publicado) a finales del siglo XIX; e incluso de haber entregado copia, en 1893,  a otro notable y polémico escritor venezolano de su tiempo, Julio Calcaño. Borges confiesa también que tenía el hábito de ofrecer serenatas a las tumbas, vestido de negro,  cual "caballero de la muerte".   El texto es mucho más que famoso porque —aparte de haber sido inspirado por otra monja— pasó a la posteridad en tono de bolero, con música del compositor cubano Alberto Villalón, quien por cierto también ha sido considerado por algunos el letrista de tan particular canción.

 Pero la confusión no termina con eso.  Un cantor y arreglista español conocido como Bonet de San Pedro  llegó a incluir, sin aclarar nada, la primera estrofa de la pieza en un foxtrop de tema similar y cuyo título es Raska-Yu (1943); de modo que se ha llegado a creer que le pertenece.  Siendo tan popular como ha sido e interpretada por diversos cantantes, tampoco extraña que haya sufrido algunas modificaciones a lo largo del camino. También se le conoce como Boda negra/Boda macabra. Según Borges, el verdadero título original es Obra macabra. Cuenta la historia de un enamoradísimo y fúnebre caballero que decide desenterrar a la dama que fuera su novia y contraer nupcias con ella, aparte de haber ejercitado con el esqueleto algunas caricias.  Es una joya en cuanto a vocabulario modernista y a imágenes propias de lo que podría denominarse lírica necrofílica. Si usted no lo ha escuchado o leído, aquí transcribo la letra original.

Obra macabra

Oye la historia que contome un día
el viejo enterrador de la comarca:
era un amante a quien, con saña impía,
su dulce novia le robó la Parca...

Todos los días iba al cementerio
a visitar la tumba de la hermosa;
las gentes murmuraban con misterio:
Es un muerto escapado de una fosa.

En una horrenda noche hizo pedazos

la losa de la tumba abandonada,
cavó la tierra y se llevó en sus brazos
el rígido esqueleto de su amada.

Y allá en su triste habitación sombría,
de un cirio fúnebre a la llama incierta,
sentó a su lado la osamenta fría
y celebró sus bodas con la muerta.

Ató con cintas los desnudos huesos,
el yerto cráneo coronó de flores,
cubrió la horrible boca con sus besos,
y le contó sonriendo sus amores.

Llevó la novia al tálamo mullido,
se tendió junto a ella enamorado,
y para siempre se quedó dormido
¡al esqueleto rígido abrazado!

Incluso aceptando la posibilidad de que fuera una parodia, sería difícil  hablar de versos carentes de ritmo interno o de métrica desajustada y descuidada cadencia. Al hecho de que el poema iba más allá de los abordajes del modernismo referentes a las relaciones amorosas y eróticas, se añade  en este caso una personalidad extravagante y desparpajada. Ya es hora de que las páginas y otros documentos que siguen atribuyendo el poema a  Flórez, a Villalón o a San Pedro, corrijan su falacia o, en caso contrario, demuestren que alguno de ellos, y no Borges Requena, es el verdadero autor de Obra macabra
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (15-01-2018)
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