Nada peor que padecer la sensación de
expatriado en el mismo espacio donde naciste. He aquí un relato magistral que
nos envuelve en esa temática
Se trata de un cuento que explicita la intención del narrador por
atender el tema de la opresión que generan los gobiernos despóticos. Es una
breve historia que siempre servirá de espejo para muchas situaciones políticas
en las que el autoritarismo busca imponerse cueste lo que cueste. Leemos en él un argumento focalizado en las penurias que
vive la ciudadanía cuando un pequeño grupo de gendarmes asume que el país es
suyo y lo será por siempre. Muy poco les importa que los consideren parte
de un régimen de fuerza. La trama retrata las perversiones de una naciente y férrea
dictadura cuyo supuesto objetivo es “proteger al pueblo”.
Se titula El desterrado. Su
autor fue uno de nuestros cuentistas más clandestinos y certeros: Julián Padrón
(1910-1954). Las bibliografías existentes reseñan que fue publicado por primera
vez en 1971, como parte del volumen Obra
de Julián Padrón (Caracas: Ediciones Armitano, con un magnífico prólogo de
Pascual Venegas Filardo). No obstante, se presume que fue escrito mucho antes.
El mismo tiene como escenario la emergencia de un gobierno de charreteras y
fusiles. A juicio de mi tía Eloína, el
ambiente podría relacionarse con el advenimiento de la supuesta “unión
patriótica militar” que derrocó a Rómulo Gallegos en 1948, evento que ya nos
mostraba el tramojo de Marcos Pérez Jiménez y que acabó con la posibilidad de
las elecciones libres y democráticas. Luego de esa fecha, el texto ha sido
reeditado en varias ocasiones y, sin embargo, no parece formar parte de la
memoria histórica de nuestros especialistas en literatura. Su lectura remite a esa atmósfera de
conculcación de todas las libertades que se ha repetido muchas veces en Hispanoamérica
y que, por diversas razones, a causa de
errores y falta de visión política de algunos partidos y grupos sociales, reaparece
misteriosamente cuando ya la creemos extinguida. Su personaje protagonista es un hombre cualquiera, aguerrido y pertinaz
sindicalista (Cruz Aparicio), quizás poco ducho en las artes del mundo letrado,
pero con una indudable actitud de rebeldía total frente a las injusticias.
Me detengo en uno de los pasajes del relato que mi parienta me ha solicitado
que reescriba para ilustrar a los lectores:
“El pueblo todo
quedó en expectativa, mientras el usurpador gobernaba. ¿Gobernaba? Mandaba la
gente satisfecha que el pueblo debía quedarse tranquilo, que los partidos
debían colaborar, que los estudiantes no debían alborotar, que los sindicatos
no debían pedir mejoras, que la prensa debía callar”.
Ese pasaje lo dice todo. Resume la opresión cotidiana que se ampara
bajo la excusa de velar por los intereses de la gente en la medida en que se la
va arrinconando hasta la posibilidad del ahogo total. Y recoge más adelante las
angustias por las que atraviesan aquellos que padecen las artimañas y las
perversidades de quien se arroga la conducción de un país usurpando un poder
que el pueblo le niega. Se simboliza esta circunstancia mediante los rigores
del personaje que, en efecto, padece el destierro que busca silenciarlo, pero
igualmente continúa en esa situación una vez que ha logrado regresar
clandestinamente a su patria. “El
desterrado en su tierra se siente materialmente acorralado” y su afán no cesa
por liberarse de aquel martirio desde las conspiraciones en las que participa.
Cruz Aparicio, libertario, idealista y héroe civil, apresado por los
esbirros del régimen, vive la amarga experiencia de ver cómo los tanques recorren las calles y las
carreteras de su tierra en el momento en que la dictadura naciente decide
patear la mesa y acabar con la única posibilidad en la que se resguardan los
desasistidos ciudadanos: el voto. Se percibe además la curiosa división de
los “intelectuales”: algunos fieles todavía al gobierno anterior (defenestrado por
los gendarmes uniformados); otros, partidarios incondicionales de la junta “factótica”;
un tercer grupo constituido por dudosos “independientes” y, la cuarta facción,
aquellos que, bajo el matiz de una supuesta contraparte, son “serviles
(ocultos) de toda facción en el poder”. Por esconderse falsariamente bajo un aparente
manto de ataques al régimen, es obvio que las dos últimas sean las que podrían
despertar mayores sospechas de colaboracionismo solapado.
Sin duda, un cuento casi desconocido, clandestino como el personaje
que lo protagoniza, obra de un autor venezolano que además practicó con empeño
los géneros de la novela y el teatro, muy a pesar de que la crítica haya
descuidado su producción y las firmes convicciones que en ella se perciben. Revisando
su obra, podremos constatar que Julián Padrón se empeñó en legarnos un fiel retrato
universal de la Venezuela semiurbana de su tiempo. Quede la lectura de El desterrado
como botón de muestra y llamado de alerta sobre lo que significa padecer la
sensación de ser expatriado, paria, inconforme y conspirador en el mismo lugar
donde se ha nacido. Nada mejor que volver al contenido del relato aquí
reseñado para cerrar con una de sus más contundentes sentencias: “El más
sagrado derecho del hombre no es el de la vida ni el de la propiedad, sino el
de vivir en su tierra cuando lo desee”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario