Hay palabras que, independientemente de su
origen y de la circunstancia en que han nacido, gracias a situaciones sobrevenidas,
se vuelven cotidianas
Mario Néstor Oporto es un
profesor de Historia y político
argentino contemporáneo que, sea por mecanismos de elección popular sea por
designación, se ha paseado por muy diversos cargos oficiales en distintos
gobiernos. Actualmente es diputado por la provincia de Buenos Aires. Su trayectoria
política no es nada diferente de lo que pueda haber sido la de muchos
dirigentes latinoamericanos. Ha recorrido diversas instancias partidistas que
van desde la sencilla afiliación a organizaciones de arraigo popular (por ejemplo, el peronismo y el
justicialismo) hasta su pertenencia a otras de menor jerarquía y alcance
nacional, algunas incluso fundadas por él mismo, como es el caso del llamado SUD
(Soberanía, Unidad y Democracia). Comenzó en los ya lejanos años setenta del
siglo pasado y ha tenido muchas oportunidades de conocer el contexto de la
administración pública y los vaivenes de la llamada sociedad civil. Su nombre viene a cuento en esta duda debido a
que este caballero declaró en cierta ocasión haber sido víctima de ese curioso
fenómeno de protesta que ya se conoce universalmente como el
"escrache". Naturalmente que no ha sido el único, por cuanto cada vez
dicho procedimiento de protesta toma más arraigo, pero sí fue uno de los
primeros que, aun habiéndolo padecido, aceptó la eficacia del mismo, muy a pesar
de que además confesó cómo lo había afectado no solo a él sino también a su
familia.
No ha sido fácil para la filología dar con el origen que la palabra
"escrache" ha adquirido en los predios de la política y la ciudadanía. De acudir al Diccionario de la lengua española (DLE),
se encontrará que no está registrada como tal. Allí solo tiene asiento en forma
de verbo ("escrachar"), con expresa nacionalidad americana, por
cuanto se le marca como propio de las formas coloquiales de Argentina y
Uruguay, países en los que, según ese repertorio, tiene dos significados muy
específicos: "destruir o aplastar" y "fotografiar a una
persona". Nada que tenga que ver con manifestación pacífica de descontento
ante políticos o funcionarios.
Para encontrar esta segunda posibilidad
debemos acudir al Diccionario de
americanismos (DA), en el cual se nos aclara un poco más el panorama. En
esa segunda fuente sí se registra específicamente la voz "escrache".
Por una parte, se la relaciona con el vocablo inglés scratch ("rasguño" o "rasguñar",
"rasgar"), motivo por el cual se utiliza en el español de Estados
Unidos como "arañazo". También podría traducirse como
"rayón", de donde podríamos relacionarlo con la expresión venezolana
"rayar a alguien", usada para hacerlo quedar mal o ridiculizarlo ante
otros. La otra acepción es realmente la
que más se ha popularizado en este tiempo y en nuestros países. Alude a los
eventos en los cuales se denuncia a una persona pública a la que se considera
incursa en hechos poco gratificantes y lesivos para la población: injusticia,
desgobierno, corrupción o cualquier otra conducta que de alguna manera la haya
perjudicado. También se indica que
usualmente ese tipo de protesta se hace "frente a su domicilio o en algún
otro lugar público al que deba concurrir la persona denunciada".
Es un hecho entonces que, más allá de su
significado original y su registro como verbo con una acepción diferente a la
que se utiliza en estos días, el término "escrache" y la manera de
usarlo han traspasado el espacio del Cono Sur y ahora forman parte del
inventario general del español. Ha roto las fronteras geográficas de los
países donde nació para convertirse en parte del vocabulario cotidiano, tanto
en América como en Europa. Habremos de agradecerlo entonces como importante aporte
al repertorio léxico hispano, debido a que cada vez son más frecuentes las
situaciones en las que tenemos necesidad de acudir a él. Según percibimos en
los noticiarios de cualquiera de nuestros países, el "escrache" se ha convertido en un
comodín lingüístico que ya rebasa incluso sus límites semánticos primigenios para
extenderse a diversos tipos de protesta, ya no solo contra personajes
específicos, sino también contra instituciones públicas o privadas, sedes
diplomáticas, grupos y hasta eventos. Además, el modo de ejecutarlo no se
limita solo a personas que gritan consignas; puede darse también a manera de largos
silencios, mediante carteles, pendones u otras modalidades simbólicas
(epitafios, simulaciones de tumbas o ataúdes y grafitos).
Igual que ya ocurre, por ejemplo, en la
escuela secundaria argentina (en la que se enseña formalmente la palabra y sus
implicaciones sociopolíticas), habrá que tomar el término muy en serio y
aceptar que, aunque no haya sido todavía registrado en el DLE, cada día
surgen situaciones diversas que motivan y estimulan su versatilidad semántica y
la necesidad de tenerlo presente y utilizarlo. En el futuro será más que
necesario al momento de explicar a nuestros hijos y nietos la actuación de grupos
de ciudadanos que acuden al escrache y al escrachado como recurso ante lo que
consideran injusto. Y, obviamente, habremos de acostumbrarnos también a su diversidad
como verbo de la primera conjugación, aplicable a distintos tiempos y modos: yo
escracho, tú escrachas, ellos escrachan...escracharemos... escrachen,
escrachaban, escracharon...
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