Para ostentar uno o dos gentilicios
no basta con que yo me lo crea o que mis adulantes me los celebren. Es
necesario que la comunidad me los reconozca
Mi tía Eloína
suele decir que yo, su sobrino favorito, llevo en mis genes una especie de
doble gentilicio: disfruta ella con que los demás me perciban como “maragocho”.
De ese modo, sin complejos y con orgullo, argumenta que comparto los dos
lugares en los que, desde temprano, aprendí a sentir fervor por lo que concierne al país, a su gente, a su
geografía, a su cultura, a todo lo explícito e implícito en él. De lo “mara-“ llevo en la casaca del alma a Los Puertos de Altagracia, población de
la costa oriental del Lago de Maracaibo (zuliano, mirandino, altagraciano,
puertero). De lo “-gocho”, cargo con todo lo inherente a las raíces trujillanas
de mi madre andina, gocha, trujillana, sanlazareña.
Y es que una de
las palabras más hermosas del idioma es “gentilicio”. Dicen los manuales que
proviene del latín gentilitius, que a
su vez guarda estrecha relación con gens.
Esta última se refiere a la estirpe, al linaje que nos vincula con un espacio. No obstante, este vocablo mágico,
esplendoroso, no solo tiene implicaciones geográficas. Representarlo implica
sentir que se es de algún sitio y que el mismo va dentro de uno, con uno, a
todas partes. Quiérase o no, es difícil no asociar la voz “gentilicio” con
“gente”, con “gentileza”. Hay quien también —quizás por influencia del inglés— les
dice “demónimos” (demonym), pero esta
supuesta equivalencia podría hacernos pensar fonéticamente en “demonios”. De allí
que mi parienta sostenga que hay quienes lo llevan no como gentilhombres, sino
como “gentuzas endemoniadas”. Son algunos de los que no saben o no lo merecen; aquellos
que con sus acciones ponen en riesgo la reputación del lugar que los vio nacer
(o llegar); los que —con mala intención o sin darse cuenta, no importa— se
avergüenzan y denigran de él. El orgullo de la “gentileza” implica también cierta
bonhomía, costumbres, gustos, sentimientos y la gallardía de actuar con dignidad
y utilizarla para el bien común.
Hay personas a
las que deberíamos poder revocarles los gentilicios de que presuman, sea porque
los han mancillado sea porque los llevan sin merecerlos. Y, por el contrario,
debería haber mecanismos ajenos a la burocracia que faciliten asignarle a
alguien uno determinado. Por ejemplo, existen inmigrantes en nuestro país que
merecen ser considerados mucho más venezolanos que otros que, habiendo nacido
aquí, dejan muy mal nuestra nacionalidad. Carecen de genuina gens y más bien golpean al país recurrentemente
y cada vez lo hacen con mayor saña.
Hay personas que
suponen o creen tener (al menos sentimentalmente) dos o más gentilicios, pero
cuya conducta solo demuestra el perjuicio que les hacen. Más allá de ciertas
argucias jurídicas para dar visos legales a esa doble posibilidad, alguna vez
habremos de poseer un mecanismo contrario mediante el cual podamos deslastrar a
una persona de ellos, porque con su conducta pública los ha mancillado. Ni uno
ni otro: que se queden en el limbo, que pasen a vivir mentalmente en esa
prisión que el antropólogo francés Marc Augé llamó alguna vez el “no lugar”, que
se enteren de que, por todas las inadecuadas acciones que han ejecutado para perjudicar a los demás,
pasarán a ser ciudadanos de ninguna parte. Hombres o mujeres con partida de
nacimiento pero sin certificado verdadero de oriundez; sujetos y “sujetas”
condenados de por vida a un inexistente y etéreo entorno del que, por mucho que
presuman ser de aquí, de allá o de acullá, no podrán salir jamás.
En fin, carecer
del reconocimiento público de tu comarca (de origen o de adopción) o tener
inseguridad acerca del mismo debe ser motivo de una gran tristeza para quien
viva en tal condición. No basta con que yo me ufane de pertenecer a algún lugar
determinado y alegue que he nacido (vivido) en tal parroquia o que, para evitar
dudas supuestamente malsanas, algunos chupamedias aludan a mi partida de
nacimiento. Es preciso que el colectivo al que pertenezco, en el que convivo,
me perciba como tal. Perder el reconocimiento de tu gentilicio debe ser como
vivir sin respirar. Que los otros no me identifiquen como oriundo de una u otra
región podría traer consigo una insoportable sensación de no pertenecer a
ninguna parte.
---------
Publicado originalmente en www.contrapunto.com (5 de junio de 2016)
Imagen aportada por Contrapunto
---------
No hay comentarios.:
Publicar un comentario