Hay melodías que con
sus letras se nos aposentan en la vida y pasan a formar parte de nuestro
patrimonio colectivo
Las canciones ejercen en nosotros
un algo muy particular que a veces no tenemos modo de explicar. Un bolero, un
valse, una ranchera, una balada, una guaracha, una salsa, un reggaetón (o el
híbrido de estos dos últimos géneros, un “salsatón”) e incluso un rap, se
incrustan en nuestra memoria y allí se quedan para que cada vez que los
escuchemos reaparezcan los momentos o evocaciones durante los cuales llegaron a
nuestra vida. Cualquiera que sea su naturaleza, la música y sus letras pasan a
formar parte de lo que somos; se incrustan en lo más profundo de la intimidad y
la memoria; se integran a nuestro patrimonio. Afortunadamente, los humanos de
todas partes sufrimos recurrentemente de una sana enfermedad llamada cancionitis.
No es casual que haya personas
que apenas escuchan, por ejemplo, un
bolero que les mueve el piso, y evoquen inmediatamente el título de uno de
ellos y piensen: “Ese bolero es mío.”
Igual pasa con todos los géneros. Sean
lo que sean, hay canciones cuya mayor
virtud es motivar en la gente un cierto sentido de pertenencia. El vicio, a
su vez, se podría denominar cancionismo. Dice mi tía Eloína que, siendo yo tan
venezolano como me siento y como lo padezco, vivo desde mi adolescencia con una
especie de sabrosa “aberración” vital que me identifica en todo momento con el
corrido mexicano Juan Charrasqueado. No
niego que, desde hace muchos años, cada vez que escucho a Jorge Negrete melodiando
“Creció la milpa con la lluvia en el potrero…”, pues, nada, se me chorrean las
medias y no siento por ello ni la más mínima vergüenza. Lo mismo me ocurre
cuando oigo que esa prodigiosa dama que es Lila Morillo canta ese valse o vals venezolano
titulado LLuvia (“Extasiado en mis
recuerdos, contemplando la lluvia caer…).
Es
usual, además, que relacionemos las piezas musicales con determinados
intérpretes y que cometamos a veces el error de olvidarnos de sus escritores/compositores,
quienes al fin y al cabo son los responsables originarios y directos de haber
nutrido nuestra experiencia con sus aportes. Es verdad que, al menos en
ciertas versiones, son los cantantes quienes han logrado acercarnos a alguna melodía
en particular. Mas no deja de ser injusto. Tarde vine a enterarme yo de que,
por ejemplo, “mis dos canciones” mencionadas arriba son respectivamente de las
autorías del mexicano/mexiqueño Víctor Cordero y del venezolano/maracucho Luis
Guillermo Sánchez.
Ocurre incluso con piezas emblemáticas como nuestra más que popular Alma llanera. Muy a pesar de lo que
significa para el gentilicio nacional, debe ser numeroso el grupo de personas
que la disfrutan sin tener ni la más pura idea sobre los autores de su letra y música. En cuanto a esta última, tal vez uno
que otro conocedor la asocie con don Pedro Elías Gutiérrez, por tratarse de un
compositor bastante re-conocido y bien apreciado entre nosotros; mucho más que
don Rafael Bolívar Coronado (autor de la letra) y quizás más vinculado con la literatura, aunque no
siempre bien apreciado en esa área, dadas sus geniales travesuras y su afán por
ridiculizar y parodiar a muchos autores.
Relacionada con esto de la
cancionitis y el cancionismo, ha sido noticia en estos días la muerte del
compositor español José Luis Armenteros
(1943-2016). Poco se ha resaltado, por ejemplo, que, junto con Pablo Herrero
Ibarz, se trata del coautor de la música y letra de la canción Venezuela, entre muchas otras. Como argumentábamos al inicio, cada quien suele
asociar esta melodía con alguna interpretación específica (Balbino, Mirla
Castellanos, María Teresa Chacín, Chucho Avellanet). No falta quien la atribuya
al cantante nacional Luis Silva, por ser este uno de sus más grandes difusores,
dentro y fuera del país. Lo innegable es que no son pocos los venezolanos que
la conocen y la reconocen; bastantes los que la cantan —o por lo menos la
tararean— y muchísimos los que la identifican con el país, su gente, sus
costumbres, más allá de alguna supuestas imprecisiones geolingüísticas en su
letra (“soy desierto, selva, nieve y volcán”
/ enterrad mi cuerpo cerca del mar/).
Pequeño es el número que la asocia con los apellidos Herrero y Armenteros.
Siempre se ha rumorado que originalmente fue compuesta por ellos para el
cantante José Luis Rodríguez, quien, por motivos desconocidos, se negó a
interpretarla. Lo que mi tía Eloína llamaría sin tapujos una auténtica “pelada
de boche” del Puma, porque solo esa pieza habría sido suficiente para recordarlo
por siempre. Que en paz descanse entonces José Luis Armenteros por haber
contribuido con nuestra cancionitis colectiva. Por mucho que se haya intentado
cambiar el rostro al país, gracias a él y a su colega, todavía podemos
expresar: “Llevo tu luz y
tu aroma en mi piel / y el cuatro en el corazón/ llevo en mi sangre la espuma
del mar / y tu horizonte en mis ojos… / …Y si un día tengo que naufragar / y un
tifón rompe mis velas/enterrad mi cuerpo cerca del mar / en Venezuela”.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (19 de junio de 2016).
Imagen aportada por Contrapunto.
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