Nada mejor para celebrar el día del idioma que referirnos a la manera como hacemos uso de algunas expresiones metafóricas para resumir estados de ánimo o describir situaciones
El 23 de abril es fecha para celebrar la existencia de ese
insustituible instrumento de nuestra cultura
que es la lengua española. Cómo no homenajear un patrimonio compartido por más de quinientos millones de
almas, que no son precisamente “almas en pena”, sino seres humanos dotados de
esa facultad que nos permite entrar mediante el habla o la escritura en las
conciencias del resto del mundo. Valga entonces comenzar esta duda recordando
una frase con la que Cervantes resalta
en el Quijote el valor de la
escritura: “La pluma es la lengua de la mente”.
También se alude en esa novela a la importancia de la sabiduría
colectiva cuando el protagonista le dice a su escudero: “Parece, Sancho, que no
hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sacados de la mesma
experiencia, madre de las ciencias todas”. De refranes está repleta la obra
completa de Miguel de Cervantes (quien por cierto está cumpliendo cuatrocientos
años de haber “salido con los pies por delante”). Breves y contundentes sentencias
que, con base en el conocimiento colectivo, a veces vienen “como anillo al
dedo” al momento de explicar algunas situaciones de la vida diaria.
Pero adelantemos que no necesariamente toda sentencia breve
es un refrán. Abundan en el rutinario intercambio lingüístico otras categorías
expresivas que, siendo también cortas y contundentes, tienen diferente sentido,
albergan otra intención a la hora de comunicarse. Se trata de los llamados modismos: frases que
jamás pasan de moda, son eternas, forman parte del acervo denominado “lugares
comunes” y que solemos repetir a veces sin conocer ni su procedencia ni su
intención originaria. Suele ocurrir igual con los proverbios, también parientes
de esas dos categorías. Los refranes, los proverbios y los modismos son
entonces primos. De estudiarlos se encarga una disciplina llamada paremiología.
De momento, dudemos hoy acerca de los modismos.
Abundan las personas y diversos e improvisados manuales de la Internet que los
confunden con lo que son las palabras vernáculas de una región, un país o una
localidad. En sentido estricto, el modismo está compuesto generalmente por más
de una palabra. Se trata principalmente
de una frase, mas no de cualquier frase. Hay un acuerdo general que lo
relaciona con el sentido metafórico total de una expresión, más allá de lo que
signifiquen aisladamente los términos que la integran. Por ejemplo, si en Venezuela nos “estamos comiendo un cable”, nada tiene que ver
esto con la ingesta de los hilos
conductores de la energía eléctrica. Aunque lo ignoren algunos
funcionarios, es mucha la gente que en este país está pasando por esa situación
que alguna ministra ha descrito como “feliz”. Sin embargo, esto no puede
decirse demasiado alto porque puede salir algún ministro a interpretarlo literalmente y atribuir la culpa de la actual crisis
eléctrica a la ciudadanía en general.
Igual podríamos argüir que hay comerciantes (bachaqueros o
no) que “te sacan los ojos”, sin que ello implique que sean unos asesinos
irrecuperables. Cuando decimos eso, sencillamente queremos significar que lo
hacen a través de los ”injustos” y elevados precios con los que nos castigan
cada día. Lo mismo que si argumentáramos que, desde el punto de vista económico,
hay supuestos expertos que están todo el tiempo “tirando flechas”. Aunque a veces parecieran imitar a los indios,
hay ocasiones en que los economistas “se hacen los trujillanos”. En fin, son diversos los modismos de que nos
valemos para actuar frente a cualquier situación y explicar las cosas de una
manera indirecta, imaginaria, mediante expresiones que dicen más de lo que
algún oyente o lector desprevenido pudiera entender.
Un impedimento comunicacional implícito en los modismos es
que, por su dependencia indiscutible de la variedad de lengua o la región en la que nacen o se rehacen, a veces resultan
intraducibles a otros idiomas. Inclusive, aun dentro de la misma lengua, en
ocasiones son difícilmente adaptables a
otras realidades. Por ello, quizás no sea sencillo que un anglohablante o un
francohablante comprendan cabalmente
modismos nuestros tan ilustrativos de la época como “bajarse de la mula” (cada vez que se
precisa realizar un trámite u obtener un producto básico), “andar en la
carraplana” (condición ya normal en la clase media venezolana), “mandar al
cipote” (como deseo colectivo del país hacia muchos de sus funcionarios),
“chupar medias” (cual actitud recurrente de comunicadores “enchufados”) o
“poner los ojos como dos huevos fritos” (cuando un corrupto se entera de que,
por disposición oficial, su dólar
preferencial a 10 sigue vivo y coleando). ¿Cómo traducir al inglés algunos
“modismos de moda” como “estar ladrando” y “pelar bolas”? ¿Comprendería
un australiano el drama de Eloína si ella manifestara que su pírrico sueldo la tiene
“barking and failing balls? Similar problema de traducción pudiera
presentarse con muchos otros de nuestros contundentes modismos. Como la lista
es muy extensa, cito algunos pocos, a fin de que el lector se divierta
traduciéndolos al ruso, al quechua o al
chino mandarín: “quedarse sin el chivo y sin el mecate”, “meterse en camisa de
once varas”, “gastar pólvora en zamuros”, “saltar la talanquera”, “pasar el
páramo en escarpines”, “creer en pajaritos preñados”, etc.
También es frase del Quijote la que expresa que “las
sentencias cortas se derivan de una gran experiencia”. Faltaría agregar que no solo de la
experiencia sino también de la tradición popular. Como sentencias, los modismos son una cantera interminable
de salidas idiomáticas que sirven a las colectividades para defenderse ante la
adversidad; para abordar asuntos con sarcasmo, alegría, desagrado o efusividad;
para expresar algo de modo indirecto.
Pocos saben cómo han surgido; su historia se pierde en los laberintos
históricos de la lengua; no hay hablante ni espacio geográfico que no se haya
provisto de un buen número de ellos, e incluso que les haya asignado su
particular toque regional. Por ejemplo, mexicanos y venezolanos tenemos
diferentes expresiones para despachar la resaca: Los cuates se “sacan la cruda”;
nosotros, “el ratón”. Si un funcionario público vocifera enloquecido por la
tele, en alguna región de Colombia se diría que
le han “estallado los esparquis”, aquí “se le van los tiempos”. Para referirse a alguien intelectualmente
limitado, o que “no está cuerdo”, un argentino podría expresar que “no le sube
el agua al tanque” o que “le faltan caramelos en el frasco”. Si un venezolano
“tiene caligüeva”, un mexicano prefiere “tener hueva” antes que confesarse
perezoso. Para espetarle a alguien que “no sea pendejo”, es posible que en Táchira le aconsejen que “no sea toche” y
en Trujillo que “no sea guaro”.
Ya para cerrar, a
veces, las circunstancias nos obligan a excluir algunos modismos de nuestra
habla o escritura. Por ejemplo, en este tiempo, pocos diríamos en Venezuela que algo “se cae
de maduro”. Nos “saca de quicio” que alguien abuse de nuestra paciencia en una
cadena radiotelevisiva y “hable hasta por los codos”, antes de algún anuncio.
Hay también modismos que ganan terreno en ciertas situaciones históricas. Verbigracia,
por mucho que nos acoquinen, siempre será necesario aceptar que hoy “la masa no está para bollos”
pero hay que “echarle bolas”,
mantenernos firmes en todo momento y,
sin “tener (o sentir) culillo”, estar conscientes de que hay personas “más inútiles que cenicero de moto”. Todo muy
modosamente, sin modestia y con
modismos.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (23 de abril de 2016), con motivo del día del idioma.
Imagen aportada por Contrapunto.
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