El negro y el blanco se
han fajado para sobrevivir por encima de quienes han expresado que no son
colores
Desde antaño se ha dicho que el blanco y el
negro no son propiamente colores. Eso es al menos lo que le decían a uno en la
escuela cuando en el salón de clases se hablaba, por ejemplo, de las gradaciones cromáticas del arco
iris. La tradición científica ha dejado
claro que el negro es la ausencia total de luz, en tanto el blanco sería la
tonalidad de la luz antes de descomponerse. Sin embargo, con el permiso de los
especialistas, Eloína quiere asumir que, desde fuera de la física y para el
común de las personas, hay toda una mitología en torno de dicha situación, pero
ambos son colores. De otro modo resultaría extremadamente difícil pedirle a un
distribuidor que nos provea de una pintura “con ausencia de luz”. O, en otro
caso, expresar que una novia va vestida con una “confluencia de toda la gama de
colores”.
Frente a su rival, el blanco, ha sido más malquerido el pobrecillo e “inexistente”
color negro. Al asociarlo con la oscuridad, suele utilizársele con frecuencia para
aludir a realidades negativas. Buena parte de las aguas que desechan las
tuberías son consideradas “negras”. Si ha pasado las de Caín, se piensa que una
persona ha tenido un destino negro. Para recordar una nefasta fecha de nuestro
pasado republicano del siglo XX aludimos a “viernes negro”. Cuando deseamos
referir que el petróleo ha sido para Venezuela una especie de maldición gitana,
no lo llamamos por su nombre, le decimos “oro negro”. Alguna legislación
moderna ha determinado que a las
personas de piel medio morena, morena o morenísima no se les discrimine
aludiéndolas como “negras”. En su lugar se ha acuñado legalmente el apelativo
de “afrodescendiente”. En consecuencia, la canción Negra consentida debería llamarse Afrodescendienta consentida. Si se trata de una persona que se
esfuerza mucho, antes solía decirse “trabaja como un negro”, ahora no se puede
expresar de esa manera; habremos de manifestar que “labora como un
afrodescendiente”. “A burro negro, no
le busques pelos blancos”, dice un viejo refrán. No pudieron escoger otro
animal sino el pobre burro. De la
persona más descarriada de algunas familias se suele argumentar que es la “oveja
negra”. Cada vez que sale un “encuestero”, un economista o cualquier otra clase
de prestidigitador sociopolítico a opinar acerca de la actual situación del
país, argumenta o que estamos en un “agujero negro” o que nos espera un “futuro
nigérrimo o negrísimo”. Una viuda buenota y de armas tomar es algunas veces una
“viuda negra”. Hay muchos más, pero démosle espacio al blanco.
A ese otro color que supuestamente tampoco
lo es se le suele vincular semánticamente con la pureza, con la inocencia, con
lo impecable, intocable, limpísimo. No importa cuánta broma hayan echado antes
del matrimonio, es tradición que las novias van “vestidas de blanco, con velo y
guirnalda”. Blanca es la leche, negra
la diligencia para conseguirla. Nadie diría “ellos son negros y negocian”;
según la tradición, lo políticamente correcto sería “ellos son blancos y se
entienden”. Jamás hemos imaginado una bruja ataviada de blanco. Tampoco hay
hada que no luzca limpísimo traje casi transparente. Otro refrán (que contrasta
con el del pobre burro) indica que “amigo leal y franco, mirlo blanco”. Un
especialista en vocalización musical diría que hay “voces blancas”, sí, y tal
vez otras “sucias”, pero negras jamás,
por muy graves que suenen. Hasta donde sabemos, se conocen solo los “cheques en blanco”. Existe un color de
pintura llamado “blanco ostra”. Mas no se consigue “negro calamar”.
Hay además casos en los que el contraste de ambos es perverso: “blanco
con bata, médico; negro con bata, chichero (o heladero)”. La confusión
entre los extremos de la oscuridad y la luz absoluta ha ejercido tanta
influencia en la sociedad que hasta ha habido personas muy morenas que
quisieron ser blancas. Y lo contrario también pareciera ocurrir, pero con una
diferencia; mucha gente que tiene piel de rana añora ir a la playa a volverse “afrodescendiente”,
pero sabe que se le pasará mañana. En los inicios de los años sesenta del siglo
anterior, cuando se votaba por colores, una división del partido Acción
Democrática ocasionó que el grupo originario perdiera el privilegio de su
tarjeta blanca. Les asignaron una negra y, aunque desconfiaron de ese color
hasta el último día, ganaron las elecciones (1963). Para evitar la confusión de
los votantes, crearon una coplita
dirigida principalmente a atacar al grupo divisionista que se les oponía
(conocido como grupo ARS). Todavía la recuerda mi tía Eloína: con esta negra sin par / y Juan Bimba de
jinete / se va a quedar al garete / el chongo del grupo ARS. No obstante, por si las moscas, se valieron adicionalmente
de un lema que expresaba el más profundo de los deseos por rescatar lo que
suponían su color ancestral: “para recuperar la blanca, vota por la negra”.
Finalmente, hay también expresiones alusivas
a ambos colores en las que, sin saber por qué, subsiste una especie de
negociación semántica. Se dice, por ejemplo, que “los perros ven en blanco
y negro”. Vaya usted a saber quién ha comprobado eso. Las antiguas negritas de
los carnavales no eran tan mal vistas, por creerse que debajo del disfraz había
“damas blancas”. La opinión cambiaba cuando en algunos casos se descubría que
eran negrotes disfrazados de negritas. Andrés Eloy Blanco se quejó de la
inexistencia de “angelitos negros” en la inspiración de los pintores, hecho más
que evidenciado por la abundancia de los de epidermis blanquísima. La mayoría
de los integrantes del santoral católico es de piel nívea, pero en el camino se
les han infiltrado unos cuantos de origen afro. Hay hasta refranes útiles para
negociar la conciliación: “no todo lo blanco es harina”; “de ovejas blancas
nacen corderos negros”. Cómo dudar de la convivencia “pacífica” de excelentes
cervezas rubias y negras. Teresa de la Parra escribió una novela titulada Memorias de Mamá Blanca (1929). Eloína bromea y argumenta que, para no quedarse atrás y evitar que el otro
grupo quedase fuera, Rómulo Gallegos publicó su contraparte: Pobre negro (1937). En fin, no serán colores para la física, pero es obvio que sí
que lo son para los seres cotidianos.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (3 de abril de 2016)
Imagen aportada por Contrapunto.
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