Que un país
en el que se ha decretado laborar solo
dos días a la semana celebre en sus predios oficiales el día del trabajador es equivalente
a anunciar una huelga de brazos caídos con puros jubilados. De acuerdo con el Diccionario de la lengua española (DLE),
trabajar tiene hasta ahora dieciocho
acepciones pero ninguna de ellas alude a “estar ocioso”. Todas se relacionan
con “hacer algo”. El verbo tiene incluso significados que no son de la lengua
general sino que se refieren a usos particulares de algunas zonas
hispanohablantes. Si nos quedamos solamente en Venezuela, podríamos decir que
hay modismos como “hacer o montar un trabajo” y
“trabajar a alguien”. La primera es sugerida en el DLE como
venezolanismo y tiene que ver con las actividades o el “oficio” de los
curanderos y los brujos. En tal sentido mi tía Eloína suele decir que, a juzgar
por lo que ha venido ocurriendo, al país “le montaron un trabajo”, lo que
implica que está empavado. En cuanto a la segunda, podríamos decir que algo o
alguien “hace el trabajo” cuando contribuye
a realizar una tarea de modo más menos parapeteado, pero para lo cual no fue
diseñado o programado (ni entrenado, en el caso de las personas). Por ejemplo,
en el milagroso caso de que se consigan, algunos de nuestros productos básicos son
reconocidamente chimbos pero de momento “hacen el trabajo”. Aparte de ello,
según el Diccionario de venezolanismos
(1993), “trabajar” es a veces equivalente a “fastidiar”, “castigar”, “reunir el ganado” y “causar daño” o
“perjudicar”.
A esas dos
últimas acepciones queríamos llegar para entender cómo se puede dañar moral y éticamente un país asumiendo que trabajo y
“reposerismo” son sinónimos. La cuenta de nuestra ya oficial situación de
reposo permanente por decreto es tan sencilla que hasta mi parienta ha sido
capaz de sacarla sin mucho esfuerzo. Veamos.
Comencemos
evocando un viejo letrero que, durante nuestra adolescencia, colgaba en las paredes de algunas oficinas: “Nunca
faltes al trabajo para que el patrón no se dé cuenta de que no eres necesario”.
Dejémoslo reposar y recordemos que la ley conocida como LOTTT establece que la
jornada diurna de trabajo es de cuarenta horas. Por disposición gubernamental,
en las oficinas públicas no se trabaja de miércoles a viernes. De las
cuarenta horas reglamentarias, resto entonces veinticuatro. De lunes a martes,
también por disposición oficial, debemos suprimir cuatro horas por día. Veinticuatro
que traía más ocho que agrego son treinta y dos. Si a cuarenta le quito treinta
y dos, van quedando ocho horas semanales para la chamba cotidiana.
Digamos que, durante las dos mañanas que deben laborar, algunos
empleados públicos se atrasan como mínimo dos horas diarias, gracias a nuestros
eficientes medios de transporte o a las colas que deben hacer en el súper. Dos
por cuatro, ocho. Ocho menos cuatro, cuatro.
Un lunes los
más dedicados no pueden acudir porque tienen diarrea y no consiguen el
medicamento para detenerla. O se inunda la calle porque al señor alcalde se le
olvidó que los alcantarillados se limpian antes de las lluvias y no durante
ellas. No hay modo de salir a cumplir con las otras dos horas diarias. Es martes y, gracias a CORTO-ELECT, amanecimos de apagón. Imposible faenar porque muchas
circunstancias obligan a salir a las cuatro de la mañana para estar a tiempo.
No obstante, la oscurana lo impide. Es obvio que se me han acabado las horas
para restar porque sábado es día no laborable y domingo es “feriado”. Me guste o no me guste, me han obligado a
entender que lo que tengo en la institución gubernamental a cuya nómina
pertenezco no es propiamente un trabajo. Es un puesto.
Ese puesto me
lo protege no solamente la LOTTT, sino también el Ministerio del Poder Popular
para el Trabajo y la Seguridad Social, cuyas actuales siglas son MINPPTRASS.
Así se abrevia, pero si se hace un pequeño esfuerzo y se “madura”
suficientemente la idea, no faltará el brillante asesor que dentro de muy poco
sugiera que en la próxima Gaceta dicho
ente gubernamental se oficialice mejor como MINPOPATRASO (Ministerio del
Poder Popular Para el Trabajo Sin Obligación). Una manera segura, totalmente legal y eficiente de acompañar al
gobierno en su afán por dictaminar el reposo eterno y convertirnos para siempre,
sin complejos ni falsas culpas, en reposeros sin fronteras. Habrá que
buscar también una salida honrosa para que se cambien adecuadamente los
diccionarios, por lo menos los que aluden a Venezuela: Trabajar. Verbo
intransitivo. Ven. Ocuparse en
cualquier actividad física o intelectual,
sin desempeñarla.
Para
concluir, digamos, en primer lugar, que el guabineo y la improvisación
recurrente no dejan ver un verdadero plan de ahorro de energía. El Guri no se
llenará más ni menos con base en medidas espasmódicas o salidas que a veces
lucen más políticas que otra cosa. Segundo, la manía decretista de reposos obligados por
un “Niño” al que no se tomó en cuenta a tiempo podría llevarnos a pensar en el
letrerito que mencionamos antes. Según Eloína, si podemos sobrevivir con solo
dos medios días de administración pública, a lo mejor no la necesitamos. Y, tercero,
lo peor de todo es que, una vez que lleguemos al clímax, al ocio definitivo, ni
siquiera podremos decir “él último que salga que apague la luz”.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (1 d emayo de 2016)
Imagen aportada por Contrapunto.
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