La espontánea justicia popular resulta al mismo tiempo
injusta y arbitraria cuando termina por condenar al inocente y exonerar al
culpable. Y de esto se ha visto bastante en la realidad venezolana
Nunca ha sido
mi tía Eloína fanática ni aduladora gratuita de Arturo Uslar Pietri (1906-2001)
como, al menos en apariencia, lo son tantos venezolanos. Sus novelas le parecen
algo fallidas, rebuscadas y a veces cargadas de supuestas “enseñanzas” que
deberían ser ajenas a los propósitos explícitos de la literatura. Una obra
literaria podría resultar mucho más pedagógica en la medida en que el autor o
la autora la escriba alejado(a) de tal objetivo. Sus ensayos no la convencen completamente por
tanta sapiencia acumulada en una sola pluma. “Cuando un hombre sabe tanto
—piensa ella—, se hace difícil saber cuánto sabe”. Se trata de un punto de
vista muy particular al que mi parienta tiene derecho por su condición de
lectora independiente. No busca con ello
ser original ni tampoco se asume como la
primera persona que difiere de la legión uslarista, lo que para nada implica
negar que no haya sido esa especie de gurú en que lo han convertido la
tradición y cierta intelectualidad nacional. Son muchas las cosas positivas,
negativas y regulares que se han expresado acerca de tan notorio caballero venezolano
del siglo XX. En consecuencia, algo bueno debe haber en su trayectoria a juzgar
por la multitud de fans que, sin titubeos, lo
alaban y repiten sus arengas como oraciones.
Tampoco podría
negarse que AUP constituyó una amalgama de muchos hombres en uno solo. Aunque
ambas palabras suenen extrañas y casi domingueras, fue un auténtico polímata y polígrafo: ocupó diversos espacios públicos, escribió en diversos
géneros y, al parecer, nada humano le era ajeno. Las varias y variadas
ocupaciones que desempeñó así lo demuestran: publicista, funcionario público, ministro,
relacionista empedernido, caballero de la radio, la prensa escrita y la
televisión, político, diplomático, periodista, escritor. Buena parte de su
prolija trayectoria ha sido descrita en un magnífico libro de Astrid Avendaño: Arturo Uslar Pietri. Entre la razón y la
acción (Caracas: Todtmann, 1996). No obstante, a juicio de mi a veces
desquiciada parienta, hay un renglón de la producción literaria de Uslar Pietri
que bastaría para justificar plenamente el puesto que se le ha asignado en el
devenir histórico de la literatura venezolana.
Se trata de su producción cuentística. Fue un
artífice de la narración breve, desde la publicación de su primer libro (Barrabás y otros relatos, 1928) hasta el
último de ellos (Los ganadores,
1980). En ese género acumuló un total de nueve volúmenes. Hay cuentos suyos que
se han convertido en verdaderos clásicos; por ejemplo, “La lluvia” (un
misterioso niño abandonado, una población desamparada ante la sequía), “Baile de tambor” (el maltrato hacia
un desamparado recluta desertor y negro), “El gallo” (un timador que roba un
animal, lo somete a apuestas y, una vez derrotado, decide comérselo) y “Simeón
Calamaris” (historia sobre el desamparo de las morgues y la reconstrucción de
la vida de un cadáver), entre otros. Dejó
además un personaje prototipo por el que siempre será recordado y el cual, no
por casualidad, aparece en varios de sus cuentos, José Gabino: ladronzuelo,
fabulador, fanfarrón, marrullero.
En el conjunto
de su narrativa corta, hay una breve historia que destaca por encima de todas
las demás. Apareció inserta en su primer cuentario. Se trata de “Barrabás”. En
cuanto al léxico, dicho relato está plagado de palabras y locuciones (tácitas o
explícitas) como “miedo”, “reo”, “odio”, “violencia”, “verdad”, “represión”, “pueblo”,
“motín”, “muerte”, “silencio cómplice”, “prisión”, “condena injusta”, “inocente
criminalizado”.
La esencia del
argumento habla por sí sola: puesta a elegir entre declarar culpable a un
inocente (Jesucristo) o inocente a alguien que ha sido acusado de asesinato
(Barrabás), una multitud enardecida, ciega, vociferante (“el pueblo”), grita
para que liberen al bandido y crucifiquen al
“otro reo… un pobre hombre flaco, con aspecto humilde, y con unos
grandes ojos que le cogían media cara” quien, además, “Desprecia las leyes de
César. Promete hacer cosas sobrenaturales… Asegura que él solo dice la verdad”.
También resalta
en el cuento el hecho de que, una vez liberado por la injusta, arbitraria y espontánea
justicia popular, Barrabás siente un extraño remordimiento y le expresa a su
mujer que no es precisamente Jehová quien lo ha salvado sino “un delito”, un
delito aderezado por un “crimen que es horrible y sin perdón”. Se refiere al
hecho de callar; saber la verdad y no expresarla con tal de librarse de la
crucifixión; permitir que se condene a un inocente para preservar el pellejo
propio. Una historia recurrente en nuestro devenir histórico continental y más
que (re)conocida por muchos venezolanos, principalmente cuando el ocultamiento
discursivo de la realidad se ha convertido en la principal arma de combate
comunicacional.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (18 de septiembre d 2016)
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