Sobre el eterno Carnaval venezolano y
los permanentes disfraces de “yo no fui”
Un antiguo y
bastante conocido letrero de poste (o de parabrisas de transporte público)
difundido por los integrantes de algún enigmático grupo religioso indica que
“Cristo viene ya” o “Cristo viene pronto”. Haciendo uso del ingenio popular que
usualmente nos ayuda a mitigar las penas y penurias colectivas, no han faltado
los bromistas que, simulando las perversas anotaciones de las pólizas de
seguros, suelen repetirlo en los baños públicos y agregar en letra muy pequeña
“¡Sí viene y viene arrecho!” Recuerda esto mi tía Eloína para hacerme saber que
en pocos días estará entre nosotros el Carnaval pero este año difícilmente sea
“una fiesta”. Antes de la Cuaresma, llega el Carnaval porque es una fecha
ineludible del almanaque pero aterrizará sin sonrisas, sin negritas, sin samba
pa ti ni pa mí, sin carrozas y sin cañandonga. Solo permanecerán las caretas.
—Cómo estará la vaina de fuñida —alega
mi parienta— que se anda diciendo que en Brasil, ¡en Brasil, sí señor!, los gobiernos
locales de cuarenta y ocho ciudades (en
ocho estados) han decidido que este año no habrá carnestolendas porque tanto la
crisis económica como las inundaciones
se han puesto de acuerdo para evitar la llegada del rey Momo.
La misma
noticia a la que alude Eloína indica que el dinero que presuntamente se
utilizaría en la celebración de los jolgorios será invertido en reparar los
daños ocasionados por las lluvias en esas regiones y en paliar algunas
carencias ocasionadas por la “desinflación” de la economía.
Ah malaya
tuviéramos nosotros algunos gobernantes que pensaran de la misma manera y en
lugar de tanto gasto suntuario decidieran utilizar todo el dinero malgastado y
mal habido en remediar la inundación de problemas que padecemos a diario.
O sea que
tampoco las nuestras serán unas carnestolendas felices, como lo fueran en otra
época. Primero que todo, porque ya es obvio que del Carnaval con agua hay que
olvidarse, no solo por ahora sino por mucho tiempo. Cada día sale por las
tuberías menos de eso que algunos periodistas llaman el “vital líquido”. Y
cuando fluye alguito, pues viene de un color ocre que parece cualquier cosa
menos agua potable. Se ha dicho que la culpa es de El Niño. Cada vez que ocurre
esto o algo parecido se le cambia el nombre a la negligencia.
Y si es por
la etimología de la palabra Carnaval, ahora se dice que —como se creía hasta
hace poco—no debe asociársela directamente con carnem levare (que en español maragocho significaría algo así como
“deja de lado la tentación de la carne”), sino con carnevale (del italiano, que
mi parienta traduce como “con la carne vale todo”). Claro, esto sería mucho más
sencillo de explicar si en los mercados venezolanos el precio de la carnem no se “elevare” tanto como lo hace cada semana.
Tampoco
tendrá ningún sentido que se pongan caretas quienes no se las quitan en todo el
año, aquellos que en lugar de buscar verdaderas soluciones a lo que diariamente
nos aqueja pues, siempre suelen hacer recaer la culpa en factores extraños. Aquí
puede ocurrir cualquier cosa y el responsable directo siempre encontrará algún
“paganini” a quien cargarle la falta. No solo somos un país de caretas sino
también de “caretablas”.
Dentro del
caos que hoy padecemos, nadie asume absolutamente nada. Nadie sabe quién fue el
que mató a Consuelo. Nadie acepta haber metido alguna de sus extremidades
inferiores hasta el fondo. Sobran y pululan por doquier los disfraces de “yo no
fui”. Si falla la electricidad, el funcionario de turno se pone traje de camaleón y atribuye el desaguisado a la
iguana. La culpa de que no se consigan medicamentos obedece, según la nueva
“menestra” a que los venezolanos
adquirimos o consumimos medicinas de manera “irracional”. Las colas no son
consecuencia de la escasez, sino de la afición de la gente a comprar de todo
todos los días. La inflación es una cosa parecida a la sensación térmica:
incomoda a la gente pero no existe. La inseguridad campea porque siempre
estamos en la calle cuando deberíamos estar confinados en casa. Los que se van
del país son “apátridas” y refistoleros. Y paro de contar para no resultar
cansón ni correr el riesgo de que se me acuse de “showsero” o de estar
participando en un “show mediático” (bellísimas, académicas y castizas
expresiones recién utilizadas por dos eminentes funcionarios públicos).
Llegará entonces
redundantemente el Carnaval en un país de permanentes mascaradas. Y continuarán
las mimetizaciones de quienes jamás aceptarán haber metido la pata hasta el
cuello. Si se quisiera comenzar a cambiar tan desajustado hábito, Eloína ofrece
dictar un taller obligatorio para todo aquel que aspire a un cargo público. Ponerlo
o ponerla a repetir sopotocientas veces aquella parte de una vieja canción que dice: “Por el daño que pude causarte
(Venezuela), no des vueltas buscando un culpable, culpable soy yo”. O, si les
resulta mejor, porque es posible que la conozcan mucho más, pasar los cuarenta
días previos a la Semana Santa escribiendo una plana: “por mi culpa, por mi
culpa, por mi grandísima culpa”. Y que no se crea que no viene este año el rey
Momo. Si viene pero viene como el protagonista del letrerito que mencioné al
comienzo.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (31 de enero de 2016).
Imagen aportada por Contrapunto.
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