El Diccionario de la
Lengua Española no es producto ni de un solo país ni de una sola academia. Es
una obra colectiva en la que Hispanoamérica ha tenido mucho que ver.
En su excelente libro Críticas con humor sobre el idioma y el
Diccionario (2004), el periodista español Alex Grijelmo aduce que, en
contraposición con su inicial carácter prescriptivo, el Diccionario de la Lengua Española (DLE) ha derivado en un «diccionario de uso». Se refiere más adelante al
hecho de que «La Academia y muchos magníficos filólogos han dado en bendecirlo
todo o casi todo, y cualquiera puede parecer ya un purista sin serlo.» (p. 19).
Lo segundo parece razonable y suele ser uno de los argumentos más frecuentes en
cualquier hablante común. El usuario que
no es filólogo, el que es docente, principalmente de primaria y secundaria, ha
tenido en el DLE su mejor soporte lexicográfico para generar confianza en sí
mismo o en sus estudiantes, por lo menos en cuanto a una normativa general
mínima. Igual que para el hablante común que recurre a una fuente que
considera segura y confiable, la ambigüedad es mala compañera de la docencia en
esos niveles de la educación. El alumno procura certeza y el maestro debe
ofrecérsela con base en una documentación que se la garantice.
En discordancia con lo dicho por
el periodista español, mi tía Eloína (que no es lexicógrafa, pero sí hablante
desbocada de español maragocho), cree que el uso de un vocablo es precisamente
lo que debe recoger un diccionario como el DLE. Pero una vez comprobado ese uso
con documentación confiable, viene entonces el momento de prescribir o precisar
una normativa acerca de él, cual consenso de un colectivo que lo ha adoptado y
lo acepta como tal. Es curioso, sin embargo, que el propio Álex Grijelmo ―que
algunas veces aboga por cierto americanismo del español y hasta agradece que
hayamos «enriquecido» su lengua materna también aluda al «Diccionario de la
Academia» (aludiendo exclusivamente a la Real)
y en ningún momento a un «Diccionario de las academias» (pareciera
excluir de esto las corporaciones americanas de la lengua). Pero, cuidado, él
no es el único; eso es lo habitual incluso en Hispanoamérica: todos lo hemos
hecho alguna vez. Así ha sido instaurado por la tradición en nuestra memoria colectiva.
No debería serlo pero hasta hace muy
poco fue una asunción implícita el hecho de que la principal y más importante
fuente lexicográfica del español se llamara Diccionario
de la Real Academia Española y de allí que se le abreviara DRAE. Un extraño
mecanismo inconsciente, casi como el resultado de una campaña publicitaria
exitosa, nos indujo a denominarlo así y
a obviar su auténtico título (Diccionario
de la lengua española, cuya obvia abreviatura debería ser DLE, tal como,
previo acuerdo de las veintidós (dentro
de poco veintitrés) academias de la lengua, aparece desde mediados de 2015 en
su versión de la Internet (lo que puede verificarse en el enlace http://dle.rae.es).
Por otra parte, el verbo
utilizado por Grijelmo («enriquecer») puede tener muy buena intención, pero
implica otro prejuicio que, sin darnos cuenta, hemos alimentado y repetido a
través del tiempo: Hispanoamérica aporta al conjunto del español pero hasta
allí; a más de quinientos años de haberlo adoptado, el idioma pareciera no
pertenecernos todavía. Cuando se indica que América ha aportado
a (o ha enriquecido) la lengua de
España, el aserto parece ir en una sola dirección: la periferia ha contribuido
para fortificar el centro. Diferente a indicar
que los distintos países donde se habla español han contribuido todos con el
enriquecimiento de la misma. No puede olvidarse que el español no fue
siempre la lengua del territorio peninsular. Coincido con la profesora
venezolana Rita Jáimez, quien ha argumentado que nuestra lengua nació e
inicialmente fortaleció su grandeza en la península ibérica, pero de no haberse
expandido hacia América, su importancia actual no sería la misma. Cincuenta
millones de hablantes (españoles) es apenas el diez por ciento de quinientos
millones de almas regocijándose con un mismo idioma. Y si no, que se les
pregunte a los publicistas o a los demógrafos. El español es hoy es la segunda,
tercera o cuarta lengua del planeta
(según se vea) y el mayor porcentaje de esos hablantes está en Hispanoamérica.
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PUBLICADO ORIGINALMENTE EN WWW.CONTRAPUNTO.COM (21 DE FEBRERO DE 2016)
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