Con el envío, reenvío y
repetición incesante de un tuit, se corre el riesgo de simplificar el universo
noticiable y reducir la información a doscientos ochenta caracteres
Me solicita mi tía Eloína que sugiera a quienes
insisten en escribir "Twittear" y "Tweet", y adicionalmente
reclaman a quienes los adaptamos a la grafía del español, que acudan a la más
reciente edición del Diccionario de la
lengua española (DLE, 2014) y se percaten de que aparecen registradas todas
las formas posibles para el verbo "tuitear" (y su hermano "retuitear") más los
sustantivos "tuiteo", "tuit" y "tuitero". Por
tratarse de una marca comercial, la única que no ha podido incorporarse a nuestro
sistema grafemático es "Twitter". Socialmente la lengua avanza e, independientemente
de las creencias de ciertos hablantes, adopta, adapta, acomoda, y/o pide
prestadas de otros idiomas voces que jamás devolverá. Todo eso forma parte de
su dinamismo. No obstante, tampoco vemos negativamente la opción del español de
Colombia. No estamos seguros de que se trate de un uso generalizado, pero hay
evidencias de que, al menos por testimonios de la prensa y otros medios de
comunicación, en ese país no tuitean
sino que "trinan". Lo hacen apegados a la traducción del verbo del inglés
(to tweet). Acá en Venezuela a veces también
trinamos, pero con otro significado, a causa de la desazón que provocan algunos
usos de esa red social.
En este tiempo no hay evento, proceso o circunstancia
que no pase primero por el filtro del tuiteo. Una considerable multitud de personas
tiene en este sistema su principal fuente para "buscar" y difundir la
información. Twitter es la salvación de
muchos que recurrentemente buscan ser los primeros, aunque esto sea un poco
cuesta arriba, debido a la cantidad de mensajes transmitidos en apenas un
minuto. Dicho medio ha sido llevado a un nivel tan sacrosanto que abundan
los que ya ni se preocupan por darle a la noticia una forma diferente a la que
refleja cualquier mensaje de esa red.
Hace algunos años, antes de la irrupción de esos
templos que son las redes, un analista del discurso podía darse banquete
jurungando e interpretando diferentes asunciones mediante la revisión de puntos
de vista diversos sobre un mismo acontecimiento noticioso. Actualmente, la
"tuitermanía" amenaza con una uniformidad informativa que te cansas.
Antiguas nociones del argot periodístico para aludir a la noticia fiambre y a
la repetición o acomodación de lo ya conocido ("caliche",
"refrito", "fusil") son ahora el pan nuestro de cada día.
Alguien pone a circular un tuit creyendo dar lo que se denomina un
"tubazo" (una primicia, el "lomito") y resulta que no ha despegado
los dedos del teclado cuando ya hay un centenar de reenvíos. La maraña y la confusión reinan hasta el
punto de que se hace difícil saber cuál ha sido realmente la fuente original.
Otro síntoma de esta fiebre es la cantidad de
veces que un emisor (individual o corporativo) envía y repite en diversos
momentos un idéntico texto. Pasan los días y cada vez que suena el pitico de la
notificación o procuramos buscar algo fresco, nos percatamos no solo de que la
misma "exclusividad" ha sido replicada por una altísima cantidad de
tuiteros sino que, además, algunos parecieran haber dejado pegado el dedo en
"enviar enviar enviar...". Abrimos la mensajería de texto y, a modo
de ñapa, caemos en idéntico foso. Acudimos al WhatsApp o al Instagram y...
adivine. Te levantas al otro día, activas tu pantalla y, ¡zas!, más de lo mismo.
Prendes la tele o la radio y certificas que ahora por lo menos no tienes que leerlo
de nuevo; lo hacen por ti a través de los micrófonos o te lo ponen en la
pantalla y además te lo deletrean otra vez. Hay incluso mensajes acerca de
eventos ya superados que cada día son puestos en circulación como si aquello
fuera a ocurrir de nuevo.
Para colmo, hay hablantes públicos que limitan
sus declaraciones a lo que pueda decirse en ese reducido ámbito, ni más ni
menos. Las convocatorias a los comunicadores han comenzado a extinguirse y,
cuando alguien recurre a ellas, todo lo que se diga allí se resumirá en un
"trinar y cerrar de ojos". Hasta
los decretos, las leyes, los edictos, las decisiones más importantes, se hacen
públicos por esa vía. En término de diseño periodístico, un mensajito puede
constituir el titular, el sumario, el cuerpo y la conclusión de lo que se
informa.
Cómo denominar este curioso hábito
comunicacional será una tarea importante para los comunicólogos y semiólogos.
De momento, si de algo sirviera, podríamos agregar un nuevo vocablo a la
familia de palabras referida al inicio: "tuitofilia". Esa no está en
el DLE, pero estamos a punto de recoger firmas a través de Twitter para hacer
la propuesta de que alguna vez la incluyan. Claro, en estricto apego a la
realidad, y para describir lo que se siente cuando te invade el síndrome de
estar leyendo, releyendo y volviendo a leer lo mismo, habría que agregar su
antónimo: "tuitofobia". De no buscarse a tiempo un equilibrio, la "tuitorrea" podría perjudicar
la efectividad informativa y, en lugar de seguir siendo una red, convertirse en
una confusa tela de araña que amenaza con reducir todo lo noticiable a doscientos ochenta caracteres.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (06-08-2017). Actualizado para esta entrega.
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