Ser "matatigres" no es novedoso entre nosotros, pero, como era
de esperarse, dicha actividad se ha potenciado en tiempos de crisis
Hace pocas semanas, un reconocido
"terconomista" venezolano, de esos que vislumbran macrotragedias
financieras a través de preocupantes micronoticias sobre lo que llaman el
Producto Interno Bruto, recomendaba a los jóvenes y no tan jóvenes venezolanos
que, aparte de ni siquiera plantearse en este tiempo aciago abandonar el empleo
fijo, si lo tienen, se dedicaran a "matar tigres" como método eficaz
para aumentar sus cada vez más pírricos ingresos. La declaración llamó la
atención de mi tía Eloína, debido a que desconocía que una expresión como esa
pudiera formar parte de lo que los lingüistas denominan el "tecnolecto"
o lenguaje especializado de tales profesionales de las finanzas.
En Venezuela, el "matatigrismo"
ha sido desde antaño toda una
institución; solo que su praxis ha venido reforzándose desde que estamos
padeciendo esta situación de levantarnos cada día sin saber cuáles serán los
precios de las cosas que por cualquier motivo debemos adquirir. De manera que se agradece al
caballero el consejo, pero es obvio que, gracias a la voracidad de algunos empresarios-comerciantes
y al nacimiento y profesionalización del bachaqueo en todas las escalas
sociales, deben ser poquísimos los venezolanos que, desde hace bastante tiempo,
no hayan incurrido en ella.
"¿De dónde vendrá esa vaina?, ¿qué tienen
que ver los jaguares con el trabajo ocasional?", pregunta mi parienta. En realidad, no hay acuerdo acerca de su origen.
Aunque se hace difícil saber si alguna
de ellas se ajusta o no a la verdad de los hechos, suele decirse que proviene de
dos particulares situaciones, por cierto muy poco relacionadas entre sí.
Una de ellas la vincula con asunto fácil y rápido para obtener un beneficio
económico, adicional a nuestros ingresos regulares; es decir, con algún
"resuelve" circunstancial. Popularmente hay quienes afirman que remite a una anécdota según la cual el
patrón solicita a uno de su peones que, aparte de su faena rutinaria, salga de
cacería y le traiga un cunaguaro (versión criolla del tigre) que anda
merodeando por los alrededores de su propiedad. Una vez cumplida la tarea, el
empleado comentaría a sus colegas haber "matado un tigrito",
añadiendo que el hecho le había traído como compensación un dinerillo rápido,
extra y fácil. Tiene cierta lógica, mas no es la única explicación.
Y no lo es porque la otra versión se relaciona
más bien con dificultad y obligación. Remite al universo de la música y se
remonta a los años treinta del siglo pasado. Se arguye que, por alguna razón, toda
orquesta, grupo, conjunto, banda, e incluso cualquier humilde "ventetú"
(reunión improvisada de músicos de distinta procedencia para algún sarao
incidental), estaban prácticamente
obligados a agregar siempre a su repertorio la pieza jazzística Tiger rag. A pesar de que al parecer se
trata de una interpretación difícil, no tenían más remedio que ejecutarla, por
lo que se acostumbraron a comentar que cada vez
debían "matar al tigre", sin aviso y sin protesto.
Presumiblemente, de allí, la expresión se amplió y extendió a otros campos. Y es muy cierto que todavía hoy forma parte
del vocabulario cotidiano de muchos instrumentistas o cantantes, quienes
usualmente argumentan "tener un tigrito" para referirse a toques o
interpretaciones ocasionales y, en este tiempo de vacas flacas y
funcionarios gordos, importantes al momento de estirar el presupuesto familiar.
No obstante, cualquiera que sea su génesis (si
alguna lo fuere), actualmente nadie puede negar la existencia y expansión del
matatigrismo en nuestro medio y más allá. Quizás
con excepción de la política, al parecer, ya no hay profesión ni entorno en los
que no se practique. Existen, incluso, quienes han abandonado su oficio primigenio para dedicarse
por completo a matar tigres aquí, allá y acullá. Jóvenes y viejos, profesionales o no, activos
y jubilados, empleados o desempleados "matigrean" recurrentemente con el
propósito de sobrevivir y desde mucho antes que cualquiera lo recomendara.
Tan arraigada está
entre nosotros la actividad que, desde unos años para acá, se ha venido consolidando
el proceso de exportación de la misma. Actualmente
hay connacionales que, por diversas circunstancias deben ejercerla en el
extranjero. Muchas personas de las que han abandonado "esta tierra de
gracia" para intentar hacer vida en otros países están demostrando cómo "matar
al tigre sin tenerle miedo al cuero". No sería raro que dentro de poco comencemos
a escuchar voces equivalentes y con el mismo significado metafórico en otras
lenguas: "tigerkillers" o "tigerhunters" (en inglés), "chasseursdetigres" (en francés) o cacciatoriditigri (en italiano). Imagínela el lector en chino, en
japonés, en árabe, en alemán o en ruso.
Lo que parecía
entonces una mácula para la nacionalidad y a veces ha sido percibido como uno
de nuestros "defectos de
fábrica" se ha convertido, dentro y fuera de las fronteras nacionales, en
una virtud que,
ante condiciones adversas, puede ser de gran ayuda, ya no necesariamente como labor
secundaria y eventual. De allí que
una expresión como "matar (hacer o tener) un tigre, o un tigrito" sea
ya parte sustancial de nuestra idiosincrasia lingüística, de la economía
doméstica cotidiana y del muy humano espíritu de supervivencia del que hemos
debido revestirnos, independientemente de cualquier explicación que se intente
acerca de su etimología.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (22-10-2017)
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