El uso de determinados vocablos puede resultar más ofensivo de lo que
creemos, principalmente si ignoramos su significado primigenio
Para no ofender su memoria, imaginemos que
aquella señora se llamaba Martinita. Era mediados de los años sesenta. Ocurría
en Los Puertos de Altagracia. Supongamos también que su único descendiente llevaba por nombre Alciro. En ciertos casos,
cuando alguien deseaba ofender a otro u otra, sencillamente le espetaba "¡no
seas alcírico!". Al utilizar esta expresión, se buscaba apelar al
interlocutor o a la persona referida como "tonto-a". El recurso resultaba cruel porque Alcirito no era un muchacho cualquiera.
Estaba de moda una gaita intitulada "El bobo". Cada vez que se la
escuchaba, corría el rumor de que la misma se había inspirado en la historia de
Martinita y su hijo. La gaita iniciaba
como sigue: "El bobo, el bobo es / personaje de nobleza /madre, llena de
tristeza / lo tiene que soportar..."
Alciro sufría lo que en medicina se conoce como
el síndrome de Down. Esto lo hacía diferente de todos nosotros. No sin cierta
vergüenza y melancolía mezcladas, la madre lo sacaba a pasear de vez en cuando.
Debido a su comportamiento, se le consideraba como una persona con ciertas dificultades
de aprendizaje. Nunca fue a la escuela, como sí fuimos muchos otros. En honor a
la verdad, la gente que bromeaba con su situación y utilizaba la referencia a
su conducta para burlarse de otros, lo hacía ignorante de que lo de aquel niño
fuera un trastorno relacionado con la carga cromosómica. Su nombre era utilizado para aludir metafóricamente a quienes mostraban
actitudes poco eficaces en el momento de resolver asuntos cotidianos y a la
supuesta "impericia" para actuar como lo hacíamos los demás chicos.
Sin embargo, tenía ciertas habilidades especiales para algunas cosas. Por
ejemplo, entonaba canciones con mucha mejor melodía que otros y gozaba de una destreza
asombrosa para inventar historias y oralizarlas. Pero eso parecía insuficiente
para que algunos rasgos suyos no fueran objeto de chanza.
Reaparece esta breve historia a propósito del
revuelo que hace pocos días alcanzara en las redes sociales la palabra
"autista". Afortunadamente, hoy en día, la gente está mucho más
pendiente de dar a ciertos términos la acepción adecuada. En esta época es más
probable cerciorarnos de que, aun cuando a veces no los tengamos muy claros en
nuestro repertorio léxico, pudieran resultar ofensivos y discriminatorios hacia
quienes han nacido con alguna característica que implique verlos como personas distintas.
En este campo léxico entra un amplísimo inventario
de voces, todas insultantes e injuriosas —nada recomendables cuando se trata de
respetar al prójimo—. A modo de ejemplo,
mencionemos algunas de las más conocidas: idiota, mongólico, retardado,
subnormal, retrasado, anormal, cretino, oligofrénico, tarado y, por supuesto,
"autista". Podríamos agregar otras de uso más general, pero no por
ello menos zahirientes: imbécil, bruto, ignorante.
Tampoco deja de ser cierto que, si bien algunos
de ellos provienen originalmente del campo de la investigación médica o
psicológica, el uso rutinario ha venido resemantizándolos y asignándoles significados
que ya no aluden necesariamente a quienes padecen ciertos síndromes. No
obstante, diversas organizaciones
sociales procuran llamarnos la atención acerca del uso de esta terminología en
la que, a decir verdad, la escuela debería poner un poco de atención. Se
precisa dar a conocer y alertar a quienes van a una institución a
"educarse" sobre el valor social implícito en algunos vocablos que a
veces, por su uso rutinario, parecen inocentes. Detrás de ellos podría
esconderse todavía una intención agraviante hacia la condición de ciertos
grupos de la sociedad cuyo comportamiento se sale de los parámetros habituales.
En esto también tenemos cierta responsabilidad
los que por alguna razón actuamos como hablantes públicos. No está de más tener
presente que cualquier expresión puede ser utilizada en contra nuestra y de
allí la obligación de buscar y medir muy bien cada palabra que expresamos.
Puede ocurrir que quien en la conversación cotidiana hace esto en son de chanza —o con ánimo de
descalificar— desconoce la carga ofensiva implícita en referirse a otro como "oligofrénico",
"idiota", "mongólico, "bobo" o "autista". Eso explicaría un poco
aquella historia que hemos referido al inicio. Muchos puerteros eran inocentes
de que incurrían en una agresión al utilizar "alcírico" tomando como
referente la "extraña" conducta del hijo de Martinita. Actualmente, el
radio de influencia de un acto verbal de esta naturaleza es mucho mayor si se
hace a través de los medios. Hablar
públicamente implica escoger con pinzas y con sumo cuidado cada cosa que vamos
a decir. Si no lo hacemos, el discurso puede jugarnos una mala pasada y
hasta llevarnos a emitir expresiones que denigren de quienes por alguna razón
son diferentes.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (20-08-2017)
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