Según una conocida canción, el amor se rompe "de tanto usarlo"; igual, las palabras se deterioran
si se altera negativamente su significado primigenio
Si por necesidad, interés momentáneo o simple
curiosidad, a alguien se le ocurre revisar la acepción inicial de la definición
de "líquido, a" recogida en el Diccionario
de la lengua española (DLE), probablemente no lo convenza demasiado o
quizás le diga tanto que termine por no entenderla:
"adj.
Dicho de un cuerpo de volumen constante: De moléculas con tan poca cohesión que
se adaptan a la forma de la
cavidad que las contiene, y tienden siempre a ponerse a nivel."
Más allá de tan particular explicación, por lo
menos nos deja claro que entra en la
categoría de los adjetivos, uso habitual que se le da en algunos medios poco
originales cuando en sus titulares se
alude al agua como el "vital líquido" (verbigracia, uno reciente de
un periódico caraqueño: "Día mundial del agua: Cómo preservar el vital
líquido"). En el ámbito de las ciencias económicas se utiliza la expresión
"capital líquido" para aludir a aquellas cantidades no comprometidas
con lo que suele conocerse como los "pasivos". De allí que los
especialistas argumenten que, desde hace varios años, vivimos tiempos de
escasez y carencia de efectivo porque el país carece de suficiente liquidez
monetaria. Agréguesele a eso que, en
predios especializados como el de la fonética,
suele catalogarse a los sonidos representados por la "erre" y la "ele" como
"consonantes líquidas". Según eso, pareciera que "se dejan
colar" por los laterales de la lengua cuando las pronunciamos. El mismo
DLE aclara al final que el vocablo puede
utilizarse también como sustantivo. En cualquier caso, y para no enredar más el
asunto, como que resulta más provechoso quedarse con la idea de que es líquida cualquier materia capaz de fluir como el agua, siempre
que el espacio circundante lo permita.
Todo este introito conduce a la duda de hoy porque hay palabras que metafóricamente parecieran
más líquidas que otras: algunos usuarios desubicados las (entro)meten en cualquier conversación de
tal manera que su significado original termina alterándose, convirtiéndolas así
en lo que los lingüistas denominan "comodines léxicos". Sirven para
designar tantas cosas diferentes y caben en tantos contextos que al final
pueden volverse sal y "agua".
Ejemplos sobran en estos días de
indefiniciones, discusiones bizantinas, culpabilizaciones y (contra)golpes de
pecho y despecho. Es obvio, por ejemplo, que ya la harto repetida palabra
"unidad" adquiere su sentido en el español venezolano de acuerdo con quien
la utilice y a propósito de qué. Para el
común de la gente (la que vota y la rebotan), ahora remite a una contradictoria
"unión desunida"; para muchos otros, fundamentalmente políticos, se
ha evidenciado que semánticamente parece referirse a "desastre",
"anarquía" o "medalaganismo", cuando no a
"dispersión", "insulto" , "traición" o "recule".
Más evanescente y traslúcido no puede ser el término. Igual lo son voces como
"diálogo", "paz" y "democracia"; cada cual las
interpreta a su manera y las deja deslizarse, a veces caudalosamente, con marcada
alevosía, en llamativas declaraciones, como
quien no quiere, pero siempre con sentidos subliminales, ocultos, difusos o,
por lo menos, ambiguos.
Para sorpresa de los profesores de lengua, el diálogo ya no necesariamente es una plática o
encuentro cordial para ponerse de acuerdo en algo, sino un recurso (in)comunicativo
de lanzamiento mutuo de improperios a diestra y siniestra. A lo que más se
acerca esta nueva acepción es a la locución "diálogo de sordos" (en el que los
interlocutores se desescuchan mutuamente) o "diálogo de besugos" (aquel
que se materializa mediante inexplicables incoherencias).
Por
mucho que la proclamen tirios y troyanos, ya
la paz no es tampoco lo que imaginábamos; en absoluto refiere a
"armonía", "acuerdo" o "tranquilidad"; más bien pareciera confundirse con la guerra,
la cuchillada por mampuesto, la agresión y la trampa, aunque algunos saquen de
vez en cuando una bandera blanca para proclamarla y defenderla.
En cuanto al término "democracia", poco
sentido tiene ya adentrase en él. Habremos de pedir a quien corresponda una
enmienda lexicográfica que la ponga en el nuevo pedestal al que la ha conducido
nuestra cotidianidad política. Poco a poco, su significado primigenio se ha venido desvaneciendo como el agua
evaporada. Tanto se ha lidiado con este vocablo y con los anteriormente
mencionados que su "liquidificación" recurrente, el hecho de tergiversarlos
hasta el cansancio por quienes debieran utilizarlos adecuadamente, está
contribuyendo a su inevitable liqui-dación.
Estas voces han sido líquidas hasta ahora
porque cabían en cualquier circunstancia. No obstante, de seguir con estos usos inadecuados, poco falta para que pasen a
convertirse en vocablos liquidados del repertorio léxico nacional.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (05-11-2017)
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