Eliminar el tratamiento
masculino no acabará con la discriminación ni favorecerá la visibilidad de la
mujer
Hace varios días nos topamos en las redes sociales con una
noticia que ha vuelto a traer a la palestra pública el tema de lo femenino y la
visibilidad social de la mujer, esta vez del otro lado del Atlántico. Venía de
la población española de Corvera, en el
Principado de Asturias. Algunos
concejales o candidatos a serlo se dejaron de medias tintas y decidieron
cortar por lo sano en eso del feminismo-leninismo. Manifestaron a través de los
medios que habían decidido eliminar
radicalmente de sus comunicados oficiales e intervenciones públicas el
tratamiento masculino. Eso implica que —independientemente del sexo del
hablante o de su(s) destinatario(s)—
solamente se dirigirán a los otros y otras y aludirán a sí mismos en
femenino. Ignoramos cómo van a lograrlo porque, aparte de lo titánico, absurdo
y caricaturesco de la tarea, raspar sin
anestesia el tratamiento masculino de la lengua española sería como arrancar de
cuajo una importante porción de la realidad.
Uno de los proponentes de tal disparate ha dicho que ya lo
hace y que cada vez que habla en público,
solo utiliza la autorreferencia de
“nosotras”, incluyéndose, aunque, al menos de acuerdo con su apariencia,
el autoaludido es hombre macho
varón. Naturalmente que debe haber
confundido a más de un escucha porque, de seguir refiriéndose a sí mismo de esa
manera, finalmente no se sabrá si él es gavilán o paloma. Mi tía Eloína
considera que —como diría Amaranta, personaje de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez— los ediles
corvereños están “confundiendo el codo
con las témporas”. Primero, porque lo que proponen no eliminará el tratamiento
masculino del español. Y, segundo, en el supuesto negado de que lo logren, será
bastante confuso que, independientemente de lo que seamos, la totalidad de los
hispanohablantes tengamos que asumir el “nosotras” a la hora de comunicarnos.
De broma no se les ha ocurrido sugerir también que, para terminar de poner la
cantada, todos nos dispongamos a aludir a los demás como “ustedas” o
“vosotras”.
¿Qué significará
hablar solo en femenino? ¿Que yo diga o escriba, por ejemplo, “nosotras, todas las columnistas de
Contrapunto somos hembras y varones”? ¿O que aludamos siempre a nuestras
lectoras, interlocutoras, oidoras, etc., y desconozcamos la existencia de los
caballeros que tienen la gentileza de acercarse a nuestros garabateos? Siguen
ignorando todas las “proponentas” masculinas y femeninas de estas
cosas absurdas que la realidad no cambiará solo con que practiquemos
propuestas incoherentes, más cercanas al
ocasional populismo político que a la mejor y muy merecida visibilidad social y
política de las damas. Más bien, en muchos casos, ayudarían a generar caos y
desarticulación.
Para nada podría resultar discriminatorio que yo mismo, el
autor de estas líneas, continúe comportándome lingüísticamente como lo he hecho
siempre y aludiéndome con el género masculino, al que también tengo derecho de
acuerdo con las reglas gramaticales y comunicativas de mi idioma nativo. De
aceptar el cambio propuesto, terminaré confundiendo a mis hijos, a mi
esposa, a toda mi familia, amigos,
alumnos, colegas, que no se tomarán tan sencillamente esto de que he cambiado
de género gramatical para aludirme a mí mismo. No entienden los propulsores de estos asuntos que género y sexo son dos
conceptos completamente distintos y que en todas las lenguas del universo hay
palabras para lo femenino y los masculino, aunque gramaticalmente solo se
marque en un porcentaje de ellas. Algunas diferencian, además, otros tipos de
género gramatical, por ejemplo, el
neutro. En cuanto a lo biológico, cada quien está en libertad absoluta de
integrarse al bando sexual que mejor le cuadre, de acuerdo con su visión del
mundo y sus condiciones mentales y genéticas. Eso nadie lo discute y es harina
de otro costal. Pero aspirar a trocarnos a todos en “todas” de un plumazo
podría terminar volviendo peor el remedio que la enfermedad. Ni tan calvo ni con dos pelucas, pues.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (9 de agosto de 2015)
Imagen: Google images
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