No importa de qué se
trate, hasta para los asuntos más
cotidianos, buscamos un “punto de apoyo”, una palanca.
En algún rincón de mi infancia en
Los Puertos de Altagracia, se escuchaba hablar de la existencia de un mítico
filósofo llamado Arquímedes Nemesio Montiel Oldemburg, originario de la zona de
El Mecocal (que ahora es un pueblo, pero en aquel tiempo constituía apenas un
caserío). A propósito de ese señor imaginario, también se rumoraba en las
conversaciones de botiquín que era filósofo autodidacta y que había sido el
autor de la expresión “si me necesitáis como palanca te consigo lo que vos
queráis”.
Es obvio que el origen de ese
cuento provenía de la paráfrasis local
de la sentencia “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, atribuida
precisamente al matemático griego Arquímedes de Siracusa. El Diccionario de americanismos (2010)
extiende el significado de la palabra
palanca hacia la mayoría de los países de Hispanoamérica. Al respecto indica: “Persona influyente que puede ayudar a alguien a obtener
algo, especialmente un
puesto público”. No
obstante, ya es simplemente una voz del español general, aunque El Diccionario de la lengua española (DILE)
se queda cortísimo en la noción figurada que utilizamos por estos lados: “intercesión poderosa o influencia que
se emplea para lograr algún fin.”
Lo cierto es que el apalancamiento
se ha desperdigado por todos los rincones del idioma español mediante un amplio
abanico de acepciones. Dice mi tía Eloína que no hay lugar en este
continente donde no se entienda que “buscar,
tener o acudir a una palanca” implica valerse de alguien (a veces de
algo) para lograr algún objetivo por los caminos verdes (y también por senderos
de otros colores). Un punto de apoyo
en lenguaje popular y silvestre es
sencillamente una palanca. Nada diferente de “ayudita”, “favorcito”,
“intermediación”, “influencia”, “trácala”, “trampa”, “empujoncito” y muchos más
sinónimos.
No importa la naturaleza de lo
que busquemos obtener, en cada esquina, en todos los ámbitos, en cualquier
circunstancia, sea influyente o no, hay
alguien agazapado esperando por nosotros para ofrecernos ayuda o intercesión
hasta para ir al baño. Y esa “colaboración”, naturalmente tiene un costo, vale
dinero, o podría significar otro favor como retribución, pero generalmente
implica alguna deuda que no siempre será de gratitud.
Poco a poco, a veces sin darnos cuenta, o dándonos más de la que
debíamos, Venezuela se ha sumergido irremediablemente en el reino del
palanquismo. Se nos ha vuelto una costumbre cotidiana. Acudimos a la
aseveración de Arquímedes para cualquier asunto, pequeño, mediano o grande,
intenso o extenso, nimio o grave: desde comprar productos básicos en un
supermercado hasta obtener un cargo para ministro o diputado, e incluso para
conseguir una cita en alguna dependencia pública o privada. La vida se nos ha
convertido en la búsqueda recurrente de puntos de apoyo y el recurso ya no distingue clases sociales, rangos de
escolaridad, edad, sexo, color de piel o
religión. Todos, todas, toditas, toditiquitos nos hemos convertido en amantes
del procedimiento.
Cualquier persona acude al recurso de marras, independientemente de la
facilidad o dificultad que requiera un trámite, una compra, una diligencia, la
búsqueda de un documento, de una medicina, de un cargo, o de lo que sea.
Eso ha hecho más que frecuentes entre nosotros frases como “hacer el quite”,
“hacer la segunda”, “tener un contacto”.
De modo que, cuando ilusoriamente creíamos que comenzábamos a salir de
la oscurantina y a volvernos un país decente,
pues ha ocurrido exactamente lo contrario. Por obra y (des)gracia de la
actual situación nos hemos convertido en mucho más “palanquistas” de lo que
éramos. Diversas estrategias se ponen en movimiento cuando se trata de lograr
un objetivo, más allá de que con ello atropellemos a los demás o transgredamos
alguna norma. Para ello, no es raro apreciar ciertos valimientos, como por ejemplo, la cojera ficticia, los falsos embarazos, las
canas, la ancianidad, las cicatrices,
las heridas inventadas, los bebés en brazos, los senos operados, o cualesquier
otros “ingeniosos” recursos.
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Publicado originalmente en www.contrapunto,com (16 de agosto de 2015)
Imagen: Google images
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