Curioso poema-bolero necrofílico adjudicado a diversos autores, aunque,
hasta que se demuestre lo contrario, es
de un escritor venezolano
Mi tía Eloína no es realmente una lectora de
poesía. Y mucho menos de cierto tipo de lírica contemporánea en la que algún
aspirante a versificador "minimalista" coloque como título de su
"inspiración" la palabra "Silla", para luego completar tal
arrebato dejando casi toda la cuartilla en blanco y apenas agregando un
solitario y lánguido verso:
"Presiento que no me sienta bien tu labio leporino". Fin del
poema. Es una broma, pero de verdad que
hay algunos poetas (afortunadamente pocos) que en lugar de sensaciones o
imágenes provocan adormecimiento. Sus logros no podrían medirse con un
lirímetro; al contrario, apuntan a los destinatarios con un lirómetro; pasan a
la posteridad provocando somnolencias. En contraposición, existen también
creadores algo más arriesgados a quienes, por alguna razón, las historias
literarias condenan al más per-verso ostracismo, como si hubiera motivos
oscuros para asegurarse de que no pasen del momento en que les correspondió
escribir.
En la poesía
venezolana, uno de esos misteriosos y desconocidos autores se llamó Carlos
Borges Requena (1867-1932), un transgresor al que deberían tener más en cuenta quienes se ocupan de
historiar nuestro acontecer literario. No tanto porque haya dejado una vasta
obra, sino porque debe haber removido buena parte del ambiente eclesiástico,
social, político y artístico de su momento. Aunque sin hacerlo demasiado
notorio, ha sido considerado por una franca minoría como el primero y menos
enrollado escritor erótico nacional.
Si vemos su trayectoria cronológica, nos damos
cuenta de que vivió un entresiglo, entre dos dictaduras venezolanas. Alabó a
Cipriano Castro, apenas llegado Juan Vicente Gómez, y eso le costó cárcel,
pero, oh paradoja, terminó siendo capellán del ejército de este último, luego
de que, durante la estancia en prisión,
se dedicara a adularlo con sus cuartetas. Sirvió a ambos, pero eso no bastaría para considerarlo un buen rapsoda;
está demostrado que apoyar a un sátrapa no ayuda mucho a convocar a las musas;
más bien las apoca.
Más cerca de la poesía estaría su desempeño
profesional bifronte como pastor de almas y robacorazones. Borges Requena fue un muy particular
sacerdote jesuita, condiscípulo del narrador Manuel Díaz Rodríguez (también
gomero, pero mejor apreciado por la crítica local). Motivado por sus
incursiones etílico-líricas, varias veces renunció a la Iglesia y varias veces
regresó a ella, perdonado por el obispo
de turno. Arrepentido, reincidente y travieso serían buenos adjetivos para
catalogarlo. Deguste solo las dos primeras estrofas de un poema suyo (que a
algunos rapsodas "versolibristas" parecerán facilonas porque son
rimadas) y saque la cuenta de por qué lo
excluirían de la Iglesia y de la poesía:
Ante la imagen de Jesús rezaba
con místico fervor mi devoción,
cuando cerca de mí pasó una hermana,
casi rozando con mi corazón.
con místico fervor mi devoción,
cuando cerca de mí pasó una hermana,
casi rozando con mi corazón.
El demonio bíblico y maldito
me hizo, ¡Dios mío!, profanar mi rezo,
corrí tras ella, la alcancé, y la vida,
la vida toda se la di en un beso.
me hizo, ¡Dios mío!, profanar mi rezo,
corrí tras ella, la alcancé, y la vida,
la vida toda se la di en un beso.
No obstante, no es esa la obra más célebre de
este original e irreverente cura-bardo. Su producción fue escasa, o al menos eso
es lo que se sabe, quizás un par de muy breves volúmenes. Sin embargo, supuestamente su obra más famosa
vivió mucho tiempo al amparo nominal del poeta colombiano Julio Flórez, a quien
todavía se le atribuye el poema Bodas
negras. Sin aclarar que fuera ajeno, Flórez solía incluirlo en su
recitales, hasta el punto de que forma parte su obra antologada. Enterado de esto —y previa calificación de
"pésimas estrofas" y "versos detestables"—, el propio Borges Requena ofreció en 1912
testimonio escrito de ser el autor y haberla pergeñado (mas no publicado) a
finales del siglo XIX; e incluso de haber entregado copia, en 1893, a otro notable y polémico escritor venezolano
de su tiempo, Julio Calcaño. Borges confiesa también que tenía el hábito de
ofrecer serenatas a las tumbas, vestido de negro, cual "caballero de la muerte". El
texto es mucho más que famoso porque —aparte de haber sido inspirado por otra
monja— pasó a la posteridad en tono de bolero, con música del compositor cubano
Alberto Villalón, quien por cierto también ha sido considerado por algunos el
letrista de tan particular canción.
Pero la
confusión no termina con eso. Un cantor
y arreglista español conocido como Bonet de San Pedro llegó a incluir, sin aclarar nada, la primera
estrofa de la pieza en un foxtrop de
tema similar y cuyo título es Raska-Yu (1943); de modo que se ha llegado a creer que
le pertenece. Siendo tan popular como ha
sido e interpretada por diversos cantantes, tampoco extraña que haya sufrido algunas
modificaciones a lo largo del camino. También se le conoce como Boda negra/Boda macabra. Según Borges,
el verdadero título original es Obra
macabra. Cuenta la historia de un enamoradísimo y fúnebre caballero que
decide desenterrar a la dama que fuera su novia y contraer nupcias con ella,
aparte de haber ejercitado con el esqueleto algunas caricias. Es una joya en cuanto a vocabulario
modernista y a imágenes propias de lo que podría denominarse lírica
necrofílica. Si usted no lo ha escuchado o leído, aquí transcribo la letra
original.
Obra macabra
Oye la historia que contome un día
el viejo enterrador de la comarca:
era un amante a quien, con saña impía,
su dulce novia le robó la Parca...
Todos los días iba al cementerio
a visitar la tumba de la hermosa;
las gentes murmuraban con misterio:
Es un muerto escapado de una fosa.
En una horrenda noche hizo pedazos
la losa de la tumba abandonada,
cavó la tierra y se llevó en sus brazos
el rígido esqueleto de su amada.
Y allá en su triste habitación sombría,
de un cirio fúnebre a la llama incierta,
sentó a su lado la osamenta fría
y celebró sus bodas con la muerta.
Ató con cintas los desnudos huesos,
el yerto cráneo coronó de flores,
cubrió la horrible boca con sus besos,
y le contó sonriendo sus amores.
Llevó la novia al tálamo mullido,
se tendió junto a ella enamorado,
y para siempre se quedó dormido
¡al esqueleto rígido abrazado!
Incluso aceptando la posibilidad de que fuera una parodia, sería difícil hablar de versos carentes de ritmo interno o
de métrica desajustada y descuidada cadencia. Al hecho de que el poema iba más
allá de los abordajes del modernismo referentes a las relaciones amorosas y
eróticas, se añade en este caso una
personalidad extravagante y desparpajada. Ya es hora de que las páginas y otros documentos que siguen atribuyendo
el poema a Flórez, a Villalón o a San
Pedro, corrijan su falacia o, en caso contrario, demuestren que alguno de
ellos, y no Borges Requena, es el verdadero autor de Obra macabra.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (15-01-2018)
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