Acerca del sexo biológico y algunas historias relacionadas con lo
femenino, lo masculino y lo otro
Durante el desarrollo del último censo
gubernamental realizado en ese coxis del mundo que es Australia (2016), los
encuestados se encontraron con que, ante la pregunta que les exigía declarar su
sexo —masculino o femenino—, tomaran en cuenta la posibilidad de no ser una
cosa ni la otra. En tal caso, debían manifestar que se consideraban integrantes
de una tercera categoría, allí ofrecida como "otro". Más allá del
gesto de estupor de mi tía Eloína al enterarse de esto, le acoté que la Tierra está dejando de ser tan bipolar como
la presentan los manuales de geofísica y
astronomía. En esto del sexo, resaltó en el pasado una curiosa cultura
binarista de acuerdo con la cual un ser humano solo puede ser hombre o mujer.
Sin embargo, si bien hay una mayoría que entramos en una u otra categoría, ya
nadie puede poner en tela de juicio que hay opciones diferentes que, por muchas razones, no fueron tomadas en
cuenta. En ese mismo país afloró la semana pasada una polémica sobre la
necesidad de que, para las redes sociales, se cree un ideograma (un emoji) que represente la posibilidad de un
"hombre encinto". No pudo mi parienta evitar el recuerdo de una
novela de su sobrino intitulada Parto de
caballeros (1991).
Respetables y genuinas como son estas iniciativas, hay que
dejar claro que las lenguas y sus sistemas semántico-gramaticales no tienen la
culpa de que esos asuntos se hayan omitido o no existan. En el caso de nuestra
lengua, acabamos de ser testigos de una solicitud pública para que se eliminen en
el Diccionario de la lengua española
(DLE) las entradas "sexo
fuerte" ("conjunto de los varones") y "sexo débil"
("conjunto de las mujeres"), debido a que, a juicio de los
peticionarios, parecieran legitimar concepciones prejuiciadas. Quien elabora un
diccionario inventaría mas no inventa; solo informa, no valora, no juzga, no
busca consagrar; registra usos y los marca. Es decir, la observación ha sido
razonable, pero eliminarlas del vocabulario no es garantía de que la gente deje
de utilizarlas.
Y, naturalmente, el problema no es solo del
español. Esto del sexo biológico y el
género gramatical está motivando además otros reajustes sobre lo implícito en
algunas expresiones. Ya es un hecho que, gracias a las presiones recibidas,
el Senado canadiense aprobó hace poco modificar el que ha sido oficialmente su
himno nacional desde 1980. Hay una parte de la letra cuya versión decía más o
menos lo siguiente: "infunde verdadero amor patriótico a sus hijos" (“true patriot love in all thy sons command"). Aun cuando se asumía que la
alusión a "sus hijos" buscaba incluir ambos sexos, hubo quienes
consideraron que parecían quedar fuera las hijas. Entonces, a fin de garantizar
su neutralidad, la letra debe volver a ser algo como "nos infunde verdadero
amor patriótico" (“true
patriot love in all of us command”). Solución muy simple con la que, aparte de volver
a la versión original y evitar falsas creencias subliminales, se aspira a que,
al menos en inglés, resulte lingüística e ideológicamente neutralizada y satisfaga
a todos.
Bajo un criterio similar, quienes administran
el Diccionario de Oxford,
incorporaron desde 2015 la posibilidad de que, también en inglés, a alguien se le pueda tratar, referenciar o
aludir en la documentación personal como Mr. (si es hombre), Mrs. o Miss (si es
mujer) y Mx. (si no entra en ninguna de las dos categorías anteriores). De ese
modo, se enmienda una situación que antes pasó inadvertida. Sin saber nada de
esto, algo parecido vivimos los integrantes del grupo con el que hicimos la
primaria en Los Puertos de Altagracia. Estábamos acostumbrados a interactuar siempre
con maestras a las que apelábamos como "señoritas". No obstante, por
enfermedad de la titular, una vez nos enviaron a un caballero como suplente. Ante el dilema de cómo tratarlo, se lo
preguntamos y no vaciló en instruirnos:
—Nada de "señorito", díganme "seño"
y ya está. Es neutro y no me ofendo—. Hoy creemos que era más sabio de lo que
nos pareció en aquel momento.
Sin embargo, en esto de las modificaciones
lingüísticas y la inclusión hay que andarse con mucho cuidado. Como se ha
visto, a veces se trata de propuestas
razonables y "ajustadas a derecho idiomático"; pero no siempre es así.
Por ejemplo, hace poco, una parlamentaria española utilizó el término
"portavoza" para hacer referencia a un supuesto correlato femenino de
la palabra "portavoz". Según el DLE,
esta última da plena cabida al masculino y al femenino, porque alude a la
persona que ejerce alguna representación y, en condición de tal, asume la
vocería de un grupo, sector o comunidad. El hecho de que se diga
"portavoza" para nada defiende los derechos de nadie; por el
contrario, podría esconder alguna extraña intención, política y no lingüística,
que busca pescar votos en río revuelto. En español, "porta-" (del verbo "portar") actúa cual si fuera un
prefijo que se utiliza en múltiples casos, independientemente de que la palabra
a la que se anteponga aluda a masculino o femenino: portaviones, portacartas,
portaequipajes, portavasos, portarrollos, portarretratos, portafolios... Menos mal que a la diputada no se le ocurrió ampliar su desaguisado diferenciador para toda
la gama léxica contentiva del prefijo, lo que resultaría en formas tan
ridículas como *portavionas, *portacartos, *portaequipajas, *portavasas,
*portarollas, *portarretratas, *portafolias... Aparte de que, de por sí, el
término "voz" es femenino y para nada tiene en español un
correspondiente masculino: *"vozo".
Como hablantes con alguna influencia pública,
podemos arriesgarnos a propuestas que de verdad resulten coherentes y puedan
contribuir a enderezar entuertos ideológicos consagrados en usos lingüísticos
inadecuados; sin embargo, debemos tener
cuidado de no devenir en usuarios caricaturescos. Tampoco defiende para nada
los derechos conculcados a la juventud ni los hace más visibles el hecho de que
digamos "jóvenes y jóvenas", expresión que también salió a cuento en
esa ocasión. No por querer diferenciarlas en esa improcedente dicotomía, las
chicas saldrán inmediatamente de la desigualdad salarial o del paro laboral,
encontrarán una vivienda adecuada y dejarán de ser víctimas de la violencia de
género. Para utilizar un venezolanismo, el
aumento creciente de "pelabolas" o desasistidos de un país no
disminuirá por el hecho de que a los que son del sexo masculino los aludamos
como "pelabolos".
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (25-02-2018).
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