martes, mayo 01, 2018

Seximetrías





Acerca del sexo biológico y algunas historias relacionadas con lo femenino, lo masculino y lo otro


Durante el desarrollo del último censo gubernamental realizado en ese coxis del mundo que es Australia (2016), los encuestados se encontraron con que, ante la pregunta que les exigía declarar su sexo —masculino o femenino—, tomaran en cuenta la posibilidad de no ser una cosa ni la otra. En tal caso, debían manifestar que se consideraban integrantes de una tercera categoría, allí ofrecida como "otro". Más allá del gesto de estupor de mi tía Eloína al enterarse de esto, le acoté que  la Tierra está dejando de ser tan bipolar como la presentan los manuales de geofísica y  astronomía.  En esto del sexo, resaltó en el pasado una curiosa cultura binarista de acuerdo con la cual un ser humano solo puede ser hombre o mujer. Sin embargo, si bien hay una mayoría que entramos en una u otra categoría, ya nadie puede poner en tela de juicio que hay opciones diferentes  que, por muchas razones, no fueron tomadas en cuenta. En ese mismo país afloró la semana pasada una polémica sobre la necesidad de que, para las redes sociales, se cree un ideograma (un emoji)  que represente la posibilidad de un "hombre encinto". No pudo mi parienta evitar el recuerdo de una novela de su sobrino intitulada Parto de caballeros (1991).

Respetables y  genuinas como son estas iniciativas, hay que dejar claro que las lenguas y sus sistemas semántico-gramaticales no tienen la culpa de que esos asuntos se hayan omitido o no existan. En el caso de nuestra lengua,  acabamos de ser testigos de una solicitud pública para que se eliminen en el Diccionario de la lengua española (DLE) las entradas "sexo fuerte" ("conjunto de los varones") y "sexo débil" ("conjunto de las mujeres"), debido a que, a juicio de los peticionarios, parecieran legitimar concepciones prejuiciadas. Quien elabora un diccionario inventaría mas no inventa; solo informa, no valora, no juzga, no busca consagrar; registra usos y los marca. Es decir, la observación ha sido razonable, pero eliminarlas del vocabulario no es garantía de que la gente deje de utilizarlas.

Y, naturalmente, el problema no es solo del español. Esto del sexo biológico y el género gramatical está motivando además otros reajustes sobre lo implícito en algunas expresiones. Ya es un hecho que, gracias a las presiones recibidas, el Senado canadiense aprobó hace poco modificar el que ha sido oficialmente su himno nacional desde 1980. Hay una parte de la letra cuya versión decía más o menos lo siguiente: "infunde verdadero amor patriótico a sus hijos" (“true patriot love in all thy sons command"). Aun cuando se asumía que la alusión a "sus hijos" buscaba incluir ambos sexos, hubo quienes consideraron que parecían quedar fuera las hijas. Entonces, a fin de garantizar su neutralidad, la letra debe volver a ser algo como "nos infunde verdadero amor patriótico" (“true patriot love in all of us command”). Solución muy simple con la que, aparte de volver a la versión original y evitar falsas creencias subliminales, se aspira a que, al menos en inglés, resulte lingüística e ideológicamente neutralizada y satisfaga a todos.

Bajo un criterio similar, quienes administran el Diccionario de Oxford, incorporaron desde 2015 la posibilidad de que, también en inglés,  a alguien se le pueda tratar, referenciar o aludir en la documentación personal como Mr. (si es hombre), Mrs. o Miss (si es mujer) y Mx. (si no entra en ninguna de las dos categorías anteriores). De ese modo, se enmienda una situación que antes pasó inadvertida. Sin saber nada de esto, algo parecido vivimos los integrantes del grupo con el que hicimos la primaria en Los Puertos de Altagracia. Estábamos acostumbrados a interactuar siempre con maestras a las que apelábamos como "señoritas". No obstante, por enfermedad de la titular, una vez nos enviaron a  un caballero como suplente.  Ante el dilema de cómo tratarlo, se lo preguntamos y no vaciló en instruirnos:

—Nada de "señorito", díganme "seño" y ya está. Es neutro y no me ofendo—. Hoy creemos que era más sabio de lo que nos pareció en aquel momento.

Sin embargo, en esto de las modificaciones lingüísticas y la inclusión hay que andarse con mucho cuidado. Como se ha visto, a veces se trata de propuestas razonables y "ajustadas a derecho idiomático"; pero no siempre es así. Por ejemplo, hace poco, una parlamentaria española utilizó el término "portavoza" para hacer referencia a un supuesto correlato femenino de la palabra "portavoz". Según el DLE, esta última da plena cabida al masculino y al femenino, porque alude a la persona que ejerce alguna representación y, en condición de tal, asume la vocería de un grupo, sector o comunidad. El hecho de que se diga "portavoza" para nada defiende los derechos de nadie; por el contrario, podría esconder alguna extraña intención, política y no lingüística, que busca pescar votos en río revuelto. En español, "porta-" (del verbo "portar") actúa cual si fuera un prefijo que se utiliza en múltiples casos, independientemente de que la palabra a la que se anteponga aluda a masculino o femenino: portaviones, portacartas, portaequipajes, portavasos, portarrollos, portarretratos, portafolios...  Menos mal que a la diputada no se le ocurrió  ampliar su desaguisado diferenciador para toda la gama léxica contentiva del prefijo, lo que resultaría en formas tan ridículas como *portavionas, *portacartos, *portaequipajas, *portavasas, *portarollas, *portarretratas, *portafolias... Aparte de que, de por sí, el término "voz" es femenino y para nada tiene en español un correspondiente masculino: *"vozo". 

Como hablantes con alguna influencia pública, podemos arriesgarnos a propuestas que de verdad resulten coherentes y puedan contribuir a enderezar entuertos ideológicos consagrados en usos lingüísticos inadecuados; sin embargo,  debemos tener cuidado de no devenir en usuarios caricaturescos. Tampoco defiende para nada los derechos conculcados a la juventud ni los hace más visibles el hecho de que digamos "jóvenes y jóvenas", expresión que también salió a cuento en esa ocasión. No por querer diferenciarlas en esa improcedente dicotomía, las chicas saldrán inmediatamente de la desigualdad salarial o del paro laboral, encontrarán una vivienda adecuada y dejarán de ser víctimas de la violencia de género. Para utilizar un venezolanismo, el aumento creciente de "pelabolas" o desasistidos de un país no disminuirá por el hecho de que a los que son del sexo masculino los aludamos como "pelabolos".

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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (25-02-2018).
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