Solía contarme mi sabia y
reflexiva tía Eloína de un fenómeno similar al que estamos padeciendo en estos
días, relacionado con la famosa gripe española, que puso al mundo entero
en vilo, debido a la cantidad de personas que fallecieron durante el lapso en que
no había manera de detenerla. Según un informe de la Organización Colegial de
Enfermería del país ibérico, esta gripe pandémica, esparcida notoriamente a
partir de los meses de abril y mayo de 1918, acabó con más de 50 millones de
personas en el planeta. En aquel tiempo no se hablaba tanto de virus o expansión
viral para referirla, pero es obvio que se trató de una calamidad similar a
la que hoy padecemos, con muchos menos recursos científicos para enfrentarla y
en pleno proceso de posguerra. Hoy se llama coronavirus y esperemos que
no haga tanto daño como aquella. Decía mi parienta que, en su infancia y
adolescencia, para responder a alguien que te hubiese ofendido, sobrevivió como
frase hecha la expresión “¿eres peor que la gripe española!”.
Para efectos de la lexicología,
lo más relevante de esto es que, cuando, por alguna razón se vuelve
imprescindible en la comunicación cotidiana, el uso de algunos vocablos se
distribuye a velocidades inusitadas, precisamente como lo hace un virus,
principalmente si es de naturaleza biológica. Los llamados virus informáticos,
esos que a veces se filtran en nuestros equipos y podrían llegar, incluso, a
destruir la información que allí tengamos acumulada, ya tienen bastante tiempo
instalados en el lenguaje habitual, desde la implantación de los ordenadores en
nuestras rutinas. Voces sinónimas o similares como troyano, gusano y
caballo de troya salieron hace tiempo del ámbito especializado para
instalarse en el habla diaria de quienes manipulan o trabajan con computadores.
Eso ha hecho que términos relacionados como antiviral o antivirus
formen ya parte de nuestro vocabulario activo.
Ahora, ante lo que estamos
padeciendo, nos vemos en la necesidad de aclarar a nuestros interlocutores de
qué tipología viral estamos hablando en un momento determinado: si nos referimos
a la que nos tiene encerrados en casa o a aquella a la que debemos temer cada
vez que activamos nuestro equipo de computación.
Un recuento de frecuencia de uso
del vocabulario de estos meses seguramente nos aportará vocablos relacionados
con esta pandemia como los más frecuentes en todos los formatos y registros
actuales, y ya no solo en español, sino en muchas otras lenguas en las cuales
se usa la palabra, independientemente del modo como se pronuncie [bírus, váirus,
vrros, virrús, víros, vígrus, etc.]´.
Con ella se ha exacerbado, por supuesto, la utilización de voces
asociadas o derivadas: virulencia, virosis, adenovirus, retrovirus,
retroviral, virología, antivírico (distinto de antivirus, que se usa
más en relación con algún software). Ojalá que pronto podamos comenzar a
hablar del síndrome posviral (aunque sabemos que acarreará otras
consecuencias psicológicas y conductuales inesperadas).
Biología e informática coinciden
en el uso de algunos términos comunes con significados similares: la propia
palabra virus, por supuesto, además de virulento y viral.
Esta última como adjetivo, pero a veces con significados diferentes: si se
aplica a las redes sociales, un efecto viral significa “rápida y muy
amplia difusión de un mensaje”; en biología, en cambio, adquiere el sentido de
“asunto referente a los virus”. Hay que
tener cuidado, porque en la abundante comunicación periodística diaria (infodemia,
se llama) a veces la prisa articulatoria conduce a algunos términos
fonéticamente parecidos, pero que nada tienen que ver con ello: viril,
virolo, virilidad, virilismo, virilizarse y viruta, por ejemplo. “La
epidemia se ha virilizado”, escuchamos decir hace poco a un apresurado
reportero de televisión. Aunque no discriminan por género, por edad ni por
estatus económicos, los virus no tienen sexo, no pueden “virilizarse”.
Adicionalmente, como era de
esperarse, han renacido también vocablos asociados a esta condición de
planetaria casa por cárcel por la que estamos atravesando, afortunadamente
transitoria. Algunos de ellos son epidemia y, mucho más, pandemia
(“epidemia extendida”), además de cuarentena, aunque el encierro dure
más de los cuarenta días implícitos en el significado originario de esta
palabra. Junto con esta última han aparecido ampliaciones semánticas que aluden
a que la cuarentena puede ser social, preventiva, total,
general, dinámica, entre otras. El verbo cuarentenar tiene muchas
posibilidades de quedarse entre nosotros. Posiblemente también tomarán mayor
fuerza términos como confinamiento, encierro y contagio.
Por supuesto que quedará grabada
en nuestra memoria la voz que se ha utilizado para referir a la molécula que,
según los expertos, dio origen a este descalabro. ¡Cómo olvidarla! Posiblemente
hasta lleguemos a utilizarla para referirnos a algunos de esos gobernantes,
parlamentarios, políticos y comerciantes o empresarios que se han valido de
esta penosa situación para sacarle provecho proselitista o comercial, con lo
cual están demostrando que podrían llegar a ser tan peligrosos o dañinos como
el coronavirus (con minúscula, que mayúscula no merecerán jamás). No hay
duda de que actúan con auténtica virulencia.
Otras curiosidades léxicas, principalmente
para quienes no somos ni de la generación milénica ni nativos digitales,
son términos como virtualidad, videollamada y, tal vez la más llamativa,
porque a estas anteriores ya nos habíamos acostumbrado, teletrabajo. Muchos
de nosotros nunca imaginamos que “en más de la mitad del camino de la vida”
—como habría dicho Dante Alighieri si tuviera que reescribir hoy La divina
comedia— viviríamos alguna vez la
experiencia de coincidir con casi
cuarenta estudiantes, también cuarentenados, en una sala virtual,
donde, a pesar de la alta dosis de energía que todavía estamos consumiendo en
el aprendizaje de la parte tecnológica y de educación a distancia, hemos debido
actuar cuales improvisados teleprofesores, huyendo de un virus químico,
pero también con el temor de que otro, de naturaleza informática, invada el espacio
virtual y acabe con las videoclases.
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