Es muy alto. Altísimo. Mientras
percibe que estoy absorto mirando con curiosidad aquel inusual tamaño para un
buhonero, alguien bromea a mi lado y
lanza al vuelo una explicación que asume que estoy buscando:
—Le dicen el
hombre garrocha —acota—, era jugador de básquet pero parece que ya la pelota no
está para bollo.
Sonrío, aunque no es solo la
estatura lo que me ha detenido en el
lugar. Por alguna razón quizás vinculada con su juventud, mi tía Eloína me
enseñó que el oficio de eso que los “terconomistas” llaman “comerciante
informal” es usualmente desempeñado por personas bajitas, contextura deprimida
y cara de pocos amigos. Naturalmente que eso no es verdad. Un prejuicio que
ignoro de dónde le viene. Evidencia a la vista.
Este al que me estoy refiriendo
luce más bien como un extravagante gentleman. Va vestido de escandaloso
traje deportivo azul añil y rojo granate. Además de la descomunal altura, sus
movimientos ofrecen la impresión de que busca aparentar tanto garbo como Greta.
Porta una gorra azul, con el logo en blanco de los Yankees de Nueva York. Tiene
sobre la mesa una maqueta de cartón que simula un dispositivo de captahuellas,
idéntico a los que ahora el gobierno ha impuesto en los supermercados del
Estado. Lo acompaña con un letrerito que no deja de ser humorístico: “Aquí no
se captan huellas, se capturan clientes”.
Cuando sale de la parte de atrás
de la mesa en la que exhibe la mercancía, me percato de que su elegancia sigue
en juego. Pies calzados con sandalias y unas muy visibles y gruesas medias de
color blanco. Así va el caballero.
El mismo entrometido de antes me
ha susurrado que el sujeto además es mago. Porque, según se cuenta, es capaz de
convertir un galón en diez litros o más. Se refiere al lavaplatos que expende, supuestamente
mezclado con agua. También tiene dotes de publicista, pienso: “Lavaplatos y
lavatodo” dice el eslogan que ha colocado a sus frascos reciclados.
Al pie de los pequeños empaques
de toallas sanitarias hay otra broma escrita, de muy mala hostia pero también
muy curiosa: “Llévelas, son duraderas, lavables y reusables. También hay al detal”. Mejor
aclarar que, además de muy alto, es anchilargo, como las gandolas: calculo su
peso en unos ciento cuarenta kilos, de los cuales por lo menos un tercio
reposan en su amplia espalda y sus gruesos brazos. Un golpe con su puño podría
ser peor que una pisada de elefante. Ni pensar en acusarlo de bachaquero o
reclamarle algo acerca de su oficio.
El renglón de la pequeña sección
de farmacia es imperdible: “Combata la guerra económica. Medicinas vencidas a
mitad de precio.”
Lentes oscuros pa que no sepan
qué está mirando, como Pedro Navaja. Sonrisa abierta. Oigo por primera vez su
voz atiplada voz de tenorino que jamás habría asociado con su voluminoso cuerpo:
—Señora, lo
que quiera, no necesita el terminal de su cédula para comprar. Aquí sí hay democracia participativa y
protagónica, tengo también desmanchador de pañales desechables.
Su timbre gazmoño, su articulación
sobreactuada, me recuerda al cantante puertorriqueño Odilio González, ese al
que apodan el Jibarito de Lares.
El mesón, de unos dos metros de
largo, está debajo de uno de los puentes que, en el sureste de Caracas,
atraviesan el caraqueñísimo y ocre río Guaire. Parece realmente un supermercado
en miniatura. Solo que tiene todos los productos en un solo anaquel. Eso sí,
ordenaditos, con sus “precios injustos” y la explicación de lo que es cada
cosa. “Llévelo ahorita, le dice al cliente potencial que ha preguntado por el
costo de un improvisado envase de aceite de oliva, mañana será más caro si hoy
sube dolartudei.”
Vuelve aquella mole humana a colocarse detrás de su mostrador. Yo sigo mi
camino y recuerdo aquel globo terráqueo cuadrado de las historietas de
Superman: mundo “bizarro” se llamaba. Bizarro-a es vocablo que, según el
Diccionario de la lengua española (DILE)
significa “valiente, aguerrido” y también “generoso”, pero del que, les guste o no a los puristas del
idioma, habremos de aceptar alguna vez una nueva acepción: extraño, retorcido,
o por lo menos extravagante. No habría mejor palabra para explicar algunas
escenas buhoneriles de estos tiempos
venezolanos.
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (5 de julio de 2015)
Caricatura: Rodolfo Linares
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