Así
como soy reacio a bautizar o «presentar en sociedad» mis propios textos, no soy
de esos escritores a quienes les encanta una feria del libro para pavonearse.
Acudo apenas cuando el editor lo exige, pero como mis editores son tan escasos
y pobretones, casi nunca me lo solicitan. A veces asisto porque hay amigos y
colegas a quienes sí les parece esto una actividad loable y me invitan. O a
presentar un libro de otro u otra. Pero, en honor a la verdad, dejando de lado
que en las ferias los libros suelen ser más costosos, algunas veces son confundidos con eventos para egoletrados exhibicionistas.
Pantalleros se les decía en alguna época. Y, literalmente, mucho más pantalleros son cuando vienen de la
tele o de algún otro medio. Vivimos en este tiempo la época de los escritores
que llaman «mediáticos». Porque están saliendo de las cavernas televisivas,
periodísticas y radiales para ofrecerse al mundo de otra manera. Eso que llaman
el marketing (la mercadología) mueve
montañas, volcanes y océanos.
Dentro
de ese contexto, ocurre que ahora
cualquiera se convierte en “novelista” de la noche a la mañana y se hace
agregar el rótulo de escritor-a. Hace poco viví la experiencia de una madurita
y poco sociable comunicadora venezolana
a la que por motivos estrictamente profesionales (no relativos a la
literatura) hube de telefonear. La
secretaria de la emisora a la que llamé me indicó que la susodicha no podía
atenderme por encontrarse «ocupada», en trance, supuse después de escuchar la
excusa:
—La novelista está escribiendo un capítulo de
su próxima obra y no quiere ser molestada.
«Vaya,
vaya, muchas gracias y yo que deseaba ofrecerle un tubazo».
Lo
primero es lo que me dijo la chica que me atendió; lo segundo lo pensé yo una
vez que colgué el auricular. En efecto, el nombre de la susodicha firma la
carátula de una única historia catalogada por el editor como “novela”, aunque
más bien tiene la trama y las truculencias propias de una mala telenovela. Ese
mismo día recordé el follón armado en la edición de junio de este año 2013 de
la Feria del Libro de Madrid.
El
chisme, que escuché por la tele, y no porque yo haya estado allí, aludía a unas
declaraciones de la escritora española Almudena Grandes. Todos tenemos derecho
a escribir —argumentaba esa autora— pero no todos somos necesariamente
escritores. Se refería al pantallerismo elevado a la máxima potencia por la
cantidad de «artistas» de los medios españoles que presentaron libros en el
mencionado evento. Cuando un escritor de oficio bautiza un libro, si tiene
suerte lo reseña alguna prensa. Cuando se trata de luminarias «nobélicas» como García Márquez
o Vargas Llosa, pues en algo cambia la difusión del hecho. Pero si el
presentador o autor proviene de la farándula, pues allí se aparecen todas las
cámaras de diversos canales con la finalidad de reseñar el asunto en los
noticieros. Los editores saben que la tele vende. Nadie ha ofrecido
estadísticas precisas a este respecto, pero es conocido en los medios
publicitarios que un par de cuñas de televisión jala más que una yunta de
bueyes.
Los
escritores auténticos —decía la señora Almudena— son los «guardianes del
tesoro». Del tesoro de la lengua, supongo que quiso decir. «Y encima
—continuaba la novelista y cuentista— tienen que aguantar que tantos famosos de
medio pelo, periodistas, estrellas de la televisión, seudoaristócratas y demás
aparezcan en los telediarios exhibiendo esos libros que, dicen ellos, son sus
novelas».
Para
consuelo de la declarante, no es España el único país donde eso está
ocurriendo. Se trata de un fenómeno casi universal motivado por las bajas de
las ventas en los libros de literatura. Hoy día, la escritura de creación
parece estar demodé. Los plumistas hemos pasado a ser piezas de museo, apenas
leídos (y a veces) por gente misma de la
literatura, o por estudiantes de letras.
Y, claro, por algunos integrantes piadosos de nuestra familia. Hay sus
excepciones, naturalmente, pero por mucha autoestima que tengamos, son muy
pocos los elegidos que, dedicados en cuerpo y alma a la literatura, todavía
logran vivir de eso.
Eso ha
hecho que las grandes editoriales
comiencen a mirar hacia otros espacios en los cuales encontrar «fuentes de
ingresos» que les permitan sobrevivir a expensas del libro. Y,
fundamentalmente, del libro impreso en papel. Obviamente, aparte de mantener activos y consentidos a sus autores de
«superventas», muchos editores andan virolos con eso de los libros
electrónicos, los dispositivos ídem para alojar bibliotecas enteras y la
avasallante competencia de la Internet.
Venezuela
no ha sido extraña al fenómeno. Aquello que algunos optimistas consideramos
hace pocos años un pequeño boom
editorial para la narrativa y el ensayo ha comenzado a desvanecerse. Casi
podría jurar que hay actualmente originales de sobra y editores de falta. Ha
sido así que las editoriales han puesto su mirada en el mismo target autoral al que se refería
Almudena Grandes. Basta acercarse a las vitrinas de las pocas librerías
venezolanas sobrevivientes para darse cuenta de que el virus de los «libros
mediáticos» ha inoculado fuertemente las venas abiertas de nuestra industria
editorial. Los títulos hablan por sí solos.
Aparte
de la arrolladora cantidad de ejemplares escritos para la oportunidad histórica
del momento —algunos de ellos oportunistas ensayos sociopolíticos o
económicos—, pululan en los anaqueles
cientos de páginas que reproducen
entrevistas de programas de la radio y de la tele, o tienen que ver con otros
asuntos a veces bastante insustanciales: cómo ser madre amantísima y seguir
viviendo como soltera; no me llamen doña ni doñita, díganme mamacita aunque soy
gordita; aprender a superar obstáculos siendo cojo, sordo, ciego y mudo (casi como en la canción de Shakira);
consejos para novias adolescentes y glamorosas; madres con glamour y mucho
dinero para vestirse de más real; vivir para vencer y conquistar; lo cuento
como lo viví… y un largo etcétera. Y en la mayoría de los casos se trata de
volúmenes cuyos autores y autoras son figuras públicas notorias (por lo general
comunicadores sociales de cierto éxito) o «artistas» enchufados en los medios. A
veces, de esos que ganan fama radial o televisiva echándonos los cuentos sobre
sus hijos y señoras de servicio. Pero, ojo, que quede claro, también tenemos
periodistas que, paralelamente a su ejercicio profesional, han devenido en
magníficos autores literarios. Cómo dudarlo si conocemos a varios y varias.
Solo que esos sí saben distinguir muy bien entre ambos tipos de escritura. Y
además escriben como se debe.
Y no es
que esté mal que las figuras mediáticas se inmiscuyan en el universo editorial.
En efecto, por muy ilustrado letrado que alguien se crea, no es privilegio de nadie la
potestad de escribir y publicar. Y mucho menos si por ello se nos
adelanta una buena cantidad de dinero. Lo que no parece sensato es
engolosinarse con la salida de un primer librito; creer irreflexivamente que la
publicación de una historia a veces insustancial te hace escritor. Los he
escuchado por la radio y por la tele; los he leído en la prensa. Algunas-os columnistas
y moderadores-as de programas tontos no tienen empacho en autoaludirse como «nosotras las
escritoras» o «nosotros los novelistas».
No saben
esos presuntuosos faranduleros que quienes algo tenemos que ver con la
literatura y el mundo editorial conocemos cómo se bate el cobre con esos éxitos
de ventas. A veces incluso se trata de libros que ni siquiera han sido
realmente escritos por quienes los firman. O de unos «manuscritos» muy mal
redactados que han requerido de un trabajo tal de latonería y pintura que
terminan no pareciéndose en nada a los originales. Mosca con esto. Buena parte de
tales «novelas» o inventarios de consejos han sido mucho más que maquillados
por esos otros profesionales a los que en los medios editoriales se conoce como
«negros escritores o escritores fantasmas» —desconozco por qué razón se les
cataloga así, pero tales lexías no son peyorativas—, aquellos que tienen a su cargo o bien la
escritura definitiva de libros dictados como guiones (pautas), o bien
encargados para ser firmados por otros o, en otros casos, la refacción de
algunas ideas que supuestamente ha pergeñado de su puño y letra algún autor
mediático. En ese terreno hay muchas
historias que contar y, precisamente, algunas son como de novela.
Tuíter: @dudamelodica
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Referencia de la caricatura: http://rossami.wordpress.com/category/analisis-y-produccion-de-textos/
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5 comentarios:
Excelente artículo, como de costumbre, mi apreciado tocayo.
Profesor. ¿Qué otra cosa que darle la razón? Y si bien es cierto la degradación que ocurre en la literatura, aprovecho agregar la poca disponibilidad de grandes títulos o clásicos literarios que ya quedan relegados; más aún, la poca disponibilidad de obras de índole investigativa. Yo, que tanto he necesitado de libros de lingüística, para apoyar mis hipótesis, NUNCA he encontrado satisfacción en estas tiendas; me toca quedarme viendo los libros para una receta de cocina. Saludos.
Es muy objetiva su apreciación, no por tener un librito escrito nos convierte en escritores. Yo considero que es bastante responsabilidad llevar ese calificativo. Por ej, tener varias obras, hacer de la literatura un proyecto de vida, vivir de las letras, etc.
El talento se tiene o no se tiene. En lo personal, soy un aficionado. Escribo para escapar de la soledad, de un mundo convulsinado, he aprendido a vivir otras realidades al escribir. Actualmente, soy casado y feliz pero no abandono al gusanillo de las letras. He incusionado en el cuento, poesía, ensayo, y recientemente me atreví con una novela. No vivo de escribir, pero dedico unas horas a la lectura y escritura, porque mi trabajo me lo permite. Muy bueno su artículo.
Excelente! Que conste que no soy escritora. Sólo amo la literatura. Me encanta leer y disfruto escribiendo...para mí.
Me encantó el artículo por su castellano puro y duro con sabor venezolano y con esa inconfundible chispa maracucha. Como maracucha que soy me siento muy orgullosa de su trayectoria y de su calidad literaria y docente. Muchas gracias.
Eloísa
Totalmente de acuerdo con este artículo. Aunque este tipo de divas de la escritura también se encuentran dentro de los terrenos de la llamada "literatura formal".
Hay quien cree que por hacer literatura formal de tal grado, contenido o beneficios editoriales, debe ser considerado superior a otro autor que también haga literatura formal. Si bien no me muevo constantemente en el medio de los escritores, es algo que he llegado a ver con bastante frecuencia, y muchos aspectos de los procesos editoriales delatan esta suerte de separación por castas entre los escritores "respetables".
Justamente viendo este tipo de situaciones en una feria del libro hace un par de años, tuve la inspiración para escribir un cuento, donde hablo un poco de esta situación. Si gustan leerlo, pueden hacerlo por aquí: http://convictoryconfeso.wordpress.com/2011/11/01/moneda-de-cambio/
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