Para Rubén Álvarez y Tahís Niño, consecuentes amigos y abstemios eneriles
En medios oficiales y privados de
Venezuela ―básicamente entre noviembre y diciembre del año que ya cerró―, circuló con mucha fuerza el vocablo hidratar más algunos ramalazos semánticos derivados
del mismo: hidratos etílicos, hidratadera, hidrucción, hidridación. Hasta
llegar finalmente a un nuevo concepto de hidratación.
Este último es el eufemismo más
usual de este tiempo para referirse al consumo de bebidas espirituosas. Resulta
que por alguna disposición celestial que mi parienta y yo desconocemos, parece
censurable hablar ahora de brindis, refrigerios húmedos, hartazón de alcohol, bebedera
de caña, ingesta de etanol, expresiones que
antaño se usaron para invitar a los concurrentes a algún evento o reunión a «refrescarse»
en los intermedios o cierres. A ello se alude actualmente como presunto lapso de hidratación para los invitados. Ya no se consumen bebidas
alcohólicas en las reuniones sociales o celebraciones venezolanas de cualquier
naturaleza, ahora simplemente se alude a «hidratar» el cuerpo.
Aparte de ello, enero parece ser para algunos el mes oficial de
la «deshidratación». Treinta y un días durante los cuales algunos mortales se
autoimponen la penitencia de no consumir ni un mililitro cúbico de cualquier
bebida que huela a etanol. Y mucho menos ahora que los «jugos de uva», la «merengada
escocesa», el «zumo de cebada» y el «ron perigñón» se han vuelto tan incomprables
como la leche, la harina de maíz y el papel higiénico. Bromeaba yo hace poco
con uno de mis más caros amigos, ocupante de un cargo público, y casi le imploraba
que intercediera para que se ponga en marcha una especie de “misión etanol” cuyo lema principal sea “¡beberemos
y venceremos!”.
La misma conversación nos llevó
al infaltable tema de los supuestos “conocedores” de lo que beben. Esos señores
y señoras capaces no solo de detectar las virtudes o defectos de la «popular bebida
escocesa» apenas se ponen una gota en sus papilas, sino también de saber si se
trata de una botella «puyada» o falseada de cualquier otro modo. Yo particularmente
los admiro y los envidio por sus habilidades para reconocer ―sin haber visto la
etiqueta o la botella― la marca de lo que están degustando. Tan sagaces son con
la lengua que en teoría hasta se dan el lujo de distinguir si se trata de un bebedizo
nacional (hecho en Cabudare, por ejemplo) o importado (de las montañas del
norte del Reino Unido). En fin, a veces nos resultan ridículos-las pero no
dejan de divertirnos con las demostraciones de experticia de que hacen gala durante
las celebraciones. Se jactan de saber distinguir entre un vulgar vaso de
güisqui (nacional, por eso la grafía) y un trago de genuino whiskey escocés (importado). Por lo
menos con el primer y segundo trago así parece. Después del tercero les sirves
gasolina de 91 octanos y ya son capaces de atribuirle las virtudes de esa categoría
que el saber popular venezolano categoriza como “mayor de edad” (para referirse
al escocés de 18 años en adelante).
Nada diferente de la situación de
los sommeliers domésticos de
cualquier país. Los expertos en vinos. Esas personas pretenciosas, pedantonas y
sabihondísimas que se dan el lujo de hacerte sentir un monotrema o un
platelminto al hablarte de cosechas, categorías de uvas, añadas, mezclas, taninos,
cepas y otras menudencias vitivinícolas, sin pestañear ni tener confusiones
articulatorias. No vacilan. Se ven seguros, exactos y correctos, como
profesores de Matemática o Física. Es graciosísimo observar el modo en que
hacen girar la copa para «airear» el líquido, huelen, rehuelen y olisquean;
acercan la narizota al tinto como si de un inhalador nasal se tratase (lo «naricean»
dice mi tía) y finalmente suspiran y dicen ¡aaahhh! (si todo es positivo) o
emiten un pujidito agringado, ¡outch! (si el ejercicio les ha resultado desagradable).
Entre lo más resaltante que le ha ocurrido a mi parienta en tales situaciones
no ha olvidado el caso del experto cobero que intentaba convencerla de que los
sabores «afrutados» de los vinos se deben a que, durante la fermentación, se
agregan trozos de frutas a los barriles. Otra doña, supuestamente educada en Francia, le aseguró
alguna vez que es imposible obtener vinos blancos de uvas rojas, asunto que según
hemos leído no es cierto.
Y es que en esos terrenos cada
quien puede decirte lo que se le ocurra, pero si quieres alejarte de la polémica
estéril, silencioso deberás permanecer por ignorar las verdades, mentiras,
mitos y manías de la «paligrafía» güisquera y vinícola. Ante tanto
conocimiento, debes hacerte el trujillano y seguir la corriente, porque principalmente
en el mundo de los «cañeros automáticos» lo mejor es callar ante las profundidades
de que se jactan. A veces te encuentras con grandes «habladores de pepas» que
ostentan mucho más de lo que realmente conocen. Nada más tienes que aprender a
reconocerlos e insinuarles «perro que no conozco, no le jurungo la cola». Si no
quieres generar descontentos, debes mantenerte dudoso casi siempre, ignorante,
desinformado, pero serio y crédulo, incluso cuando estás frente a alguien que
ha escrito libros sobre tales temas, por mucho que hayan publicado al respecto.
En ese universo de lo etílico también hay innumerables gatos fanfarrones que
fungen de liebres consultoras.
Ya me lo confesó alguna vez un enólogo
argentino cuando le preguntaba cómo determinar realmente la calidad de un vino
ante la sugerencia de un experto hablador de pendejadas o un buchipluma. «Puedo
hablarte del “mejor vino” ―me dijo― pero no de los fanfarrones porque abundan
los soretes en ese terreno.» Uno de los significados de «sorete» en Argentina
es mentiroso, farsante, aunque también significa «excremento». «Lo del vino es
muy fácil, me aclaró después: cada quien puede escoger el suyo sin complejos ni
falsas premisas. El mejor será siempre el que a vos más te guste, che, independientemente del precio, el color, la
uva, el año, la botella, el viñedo y otras boludeces». Clarísimo.
Gracias, amigo.
De manera que, el asunto de la «cañicultura»
y la vid-orria no depende del modo como uno
aprenda o finja el arte de mover el dedo dentro del vaso de güisqui o girar la copa de vino en círculo. Hablemos
principalmente de los vinos porque es el terreno donde más abundan los “conocedores”.
Después de haber probado los de piña, de mora, de parchita y otras especies que
fabrican en algunos lugares del país, la deducción definitiva de Eloína es que
la sensación de agrado o de rechazo de una bebida de esa naturaleza puede estar
sujeta a las condiciones del gaznate, al entorno; puede tener que ver incluso
con la persona con la que lo estés
consumiendo, puede depender hasta de la porosidad de la piel de quien te hace compañía,
de cualquier mínimo detalle. O de la comida con la que lo “marides”, como
suelen decir los especialistas.
En conclusión, si le agrada, si el presupuesto le da, si usted se
sometió a la penitencia de la abstención
eneril, una vez que concluya ese martirio voluntarioso, asuma de nuevo y sin
complejos su rutina de hidratación pero no abuse con su cuerpo
cobarde. Y, mosca, mucho juicio, mucha cordura, mucho fundamento, eluda si quiere
las achacosas provocaciones de los supuestos «expertos». No deje que decidan
por usted. Lo dice mi médico imaginario: en situaciones de estrés, de tensión,
de pasión, una copa de vino o un breve güisqui
(aunque sea nacional y “menor de edad”) pueden ser tan efectivos como un
fármaco, una tableta de supervivencia. Deje de lado los consejos de los
lenguaraces, los que desean impresionar con su sapiencia lingüística y, cual si
se tratase de un auténtico cinturón de seguridad, tome su decisión usted mismo
y aférrese a la Vid.
4 comentarios:
Buenísima esta reflexión, aunque en el contexto de la bebedera, sirve para otros campos. El vivir a veces se cubre de tantos trapos o trajes que no vivimos. Cariños!!!
Esta muy bueno tener la posibilidad de disfrutar de distintas reflexiones y por eso busco en internet distintos relatos de las personas y sus pensamientos personales. En el ultimo tiempo tuve que alejarme un poco de esta cuestion filosófica ya que quería comenzar a buscar para irme a alquilar un departamento en argentina
Con dicho relato me teletrasporte a mi querida valera, con todo lo que pase de niña y adolescente gracias a la mala hidratación de parientes y amigos estoy viva de puro milagro.
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